(Martín Buber, Yo y Tu, Caparrós Editores, Madrid (1998). Primera edición: 1922)
Puedo considerarle un lienzo: pilar rígido para el asalto de la luz, o verdor que resplandece inundado por la dulzura del plata azulado como trasfondo.
Puedo seguir su huella como movimiento: vetas en oleaje en un núcleo que se adhiere y afana, succión de las raíces, respiración de las hojas, intercambio infinito con la tierra y el aire, y ese oscuro crecer mismo.
Puedo clasificarle como un género y considerarle en tanto que ejemplar según su estructura y modo de vida.
Puedo prescindir de su identidad y configuración hasta el extremo de reconocerle solamente como expresión de la ley: De una de las leyes entre las cuales se dirime continuamente un conflicto permanente de fuerzas, o de leyes según las cuales se mezclan y disuelven las sustancias.
Puedo volatilizarlo y eternizarlo como número, como pura relación numérica.
En todos los casos el árbol continúa siendo mi objeto, ocupa su lugar en el espacio y en el tiempo, su naturaleza y cualidad.
Pero también puede ocurrir que yo, por unión de voluntad y de gracia, al considerar el árbol sea llevado a entrar en relación con él, de modo que entonces él ya no sea un Ello. El poder de su exclusividad me ha captado.
Para esto no es menester que yo renuncie a ninguno de los modos de mi contemplación. Nada hay de lo que yo tenga que prescindir para ver, ningún saber que yo tenga que olvidar. Antes al contrario imagen y movimiento, género e individuo, ley y número, todo queda allí indisolublemente unido.
Todo lo perteneciente al árbol está ahí, su forma y su mecánica, sus colores y su química, su conversación con los elementos y su conversación con las estrellas, y todo en una totalidad.
El árbol no es una impresión, ni un juego de mi representación, ni una simple disposición anímica, sino que posee existencia corporal, y tiene que ver conmigo, como yo con él, aunque de forma distinta.
No intentéis debilitar el sentido de la relación: Relación es reciprocidad.
¿Así pues tendría entonces el árbol una conciencia similar a la nuestra? Yo no tengo experiencia de tal cosa. Pero, porque os parece afortunado hacerlo en vosotros mismos, ¿Queréis volver a descomponer lo indescomponible? A mí no se me hace presente el alma del árbol, ni la dríada, sino él mismo.