1. Reino vegetal
En principio los seres vivos sólo captan lo que les interesa en función de sus necesidades. Un árbol por ejemplo sólo genera sensibilidad a la luz, al agua, a la temperatura, al tipo de suelo… y según esos datos organiza su respuesta. De la eficacia de esa respuesta depende su supervivencia y sus posibilidades de propagación. Las respuestas son, digamos, «automáticas»; según los datos de la sensibilidad el organismo tiene ya, digamos, «programadas» sus respuestas, su estrategia para subvenir a sus necesidades. Aristóteles centra esta idea diciendo que las plantas tienen alma vegetativa.
2. Reino animal
Ciñéndonos a los animales, aunque la observación es general, es evidente que en lo que estamos diciendo influye poderosamente en el cuerpo del animal. Hay una correlación estrecha, mejor indisoluble, entre cuerpo del animal y estrategias de respuesta y supervivencia. El cuerpo lo lleva en si todo, lo determina todo: el modo de subvenir a la alimentación (carnívoro, herbívoro,…), a la defensa, a la procreación, al cuidado o no de las crías, etc.
Cada ser vivo tiene por tanto una estrategia diversa y por ello un modo diferente de llenar sus necesidades. Por ello cada organismo biológico puede colonizar un terreno, puede vivir en una zona determinada. Esa zona es lo que se denomina hábitat. Se puede decir así que cada ser vivo, dadas su características que combinan sensibilidad, necesidades y respuestas coloniza (o está en condiciones de colonizar) un determinado hábitat.
El hábitat marca así los límites del ser vivo y dibuja el mapa geográfico donde se le puede encontrar, fuera de esos límites es incapaz de sobrevivir. Es por esto que el animal no tiene un mundo, sino simplemente un perimundo: su hábitat, el resto de la geografía no le interesa, es inexistente para él; carece de la capacidad misma para poder captarlo. (Hay que tener en cuenta que también dentro de su hábitat no se interesa de «todo», sino solo de aquello que le puede afectar, por ejemplo, un lobo jamás mostrará el menor interés por las piñas de los pinos del hábitat donde vive, salvo que le caigan encima).
En los animales, como hemos visto, esas respuestas se llaman instintos. El instinto es una pauta de comportamiento fija que resuelve alguna de las necesidades biológicas del animal. El conjunto de los instintos dibuja la estrategia de respuestas de la animal a los datos recibidos de fuera y por tanto delinea sus posibilidades de supervivencia. Según se asciende en la escala animal los instintos van incrementando su complejidad incorporando por ejemplo la dimensión tiempo (los instintos de un caracol no tienen esa dimensión: todas las respuestas son «ya», ahora mismo, si llueve salir, si hay hoja debajo comer, si no, moverse, etc.). En cualquier caso el animal no aprende más que dentro de los márgenes de sus instinto: no se ha dado un progreso en la forma de cazar los lobos desde que esta especie apareció, aunque, dada su complejidad es capaz de adaptaciones y por eso varía, por ejemplo, en función de las diferentes presas disponibles, e incluso cada individuo de la especie tiene una experiencia que es diversa (capacidad que proviene de poseer memoria, etc.).