Lo mismo que hemos hablado en la entrada anterior de que tenemos un cuerpo, también es factible pensar que somos un cuerpo. El cuerpo es una parte nuestra que no podemos eliminar, ya que eliminar el cuerpo es eliminarnos a nosotros, y además hay una conjunción estrechísima, bueno en realidad ni siquiera estrechísima, porque no admite distancia alguna entre nosotros y nuestro cuerpo. Este va a ser el primer punto a aclarar: no hay distancia con el cuerpo.
Voy a apoyarme en esa idea tan común de que la persona humana es alma y cuerpo para explicar su unidad. Lo fundamental es darse cuenta de que se trata de una unidad, dos aspectos de lo mismo: una sola persona. El cuerpo sin el alma no es una persona, es un cadáver, y ante un cadáver, enseguida percibimos el hecho de que ya no está vivo. La idea de alma surge precisamente de esa distinción entre cuerpo y cadáver, tan evidente a la percepción. Esa distinción ha llevado a pensar que hay un algo, el alma, que sumado al cuerpo (cadáver) da la persona viva. Pero hay que entenderlo bien: ese “algo”, a lo que se llama alma no es una cosa, no es un algo, sencillamente es el cuerpo «vivo» (utilizo para esto algunas ideas de un autor netamente dentro de la ortodoxia católica: Carlo Caffarra, Etica generale della sessualitá, Milano (1991) p.13). Es decir, el alma no es un algo, no es una cosa, no tiene lugar, no ocupa espacio, no es por tanto experimentable, es la diferencia entre un cadáver y un cuerpo vivo.
Desde este punto de vista no hay distinción entre persona y cuerpo: el cuerpo es la persona, algo que la integra y sin él no hay persona. Esto lo vemos por ejemplo en que no hay una distinción entre querer sonreír y sonreír. El cuerpo no es un instrumento del alma que quiere sonreír. No hay una distancia objetiva del cuerpo con respecto a la persona, como la hay respecto a los objetos exteriores. La sonrisa es algo natural, según quiero sonreír, sonrió. Cuántas veces no habremos hecho sonreír a alguien y nos hemos quedado tranquilos: la situación se ha desdramatizado. El brotar de la alegría expresa en sí que la persona misma está alegre: no es su cuerpo el que está alegre, es él mismo y todo él, no una parte suya. Podemos concluir que el cuerpo expresa la persona, es la persona misma en su visibilidad. Esto es lo que traducía la expresión tradicional: «el rostro es el espejo del alma». La sonrisa, por ejemplo, saca fuera la persona, tanto que se podría decir: «vales tanto como tu sonrisa». También la mirada «dice» muchísimas cosas. En la mirada tenemos un acceso a la intimidad del otro. «Me ha pillado» pensamos cuando alguien nos ve un gesto y en sus ojos leemos que nos ha comprendido… o interpretado, juzgado, recriminado: el lenguaje de los ojos es inmenso.
Nos comunicamos justamente porque somos un cuerpo,al menos lo que conocemos como comunicación (bastantes de las ideas de este párrafo las he recogido de Eduardo Terrasa, cf. por ejemplo: El viaje hacia la propia identidad, 2005, Ed. Eunsa). Sin cuerpo no habría comunicación entre intimidades distintas, nuestra intimidad estaría cerrada, sin ventanas. Por eso tenemos que ver cómo nos presentamos cuando llega una visita inesperada o sencillamente salimos a la calle, no digamos en una ocasión especial. El cuerpo es un libro abierto, un lenguaje que todos reconocemos; está lleno de ventanas, de posibilidades de expresión, de gestos que dicen más que mil palabras. Por eso las ‘mentiras’ corporales tienen una gravedad especial; cuando vemos a alguien llorar -el llanto es una irrupción de una intimidad que sufre, al exterior de una manera natural, indefensa, inevitable‑ nos mueve a compasión, creemos que es auténtico ‑no así, a veces, las simples palabras‑, y sí luego comprobamos que era una ‘actuación’, nos sentimos profundamente engañados. Lo mismo con una sonrisa que parece sincera, una caricia, etc. Y el que miente así es especialmente mentiroso. La mentira más grande que se puede infligir a una persona que ama, el engaño por excelencia, es la entrega del propio cuerpo a un tercero. Tanto es así que es justamente al que ha que ha sufrido la infidelidad, al que le es muy difícil volver a poner la confianza. Esto es así porque esa es la confianza básica, la que se enraíza en la dimensión biológica. Y en este caso lo que cuenta no son las palabras, sino los hechos.
Esa capacidad expresiva del cuerpo, con la promesa de plenitud que encierra, es claro que no procede de la materialidad del cuerpo, ahí todos los cuerpos se parecen; sino que responde a una intimidad, mejor al conjunto global de lo que es la persona.
Tenemos el ejemplo de Cyrano de Bergerac (Edmund Rostand), que nos explica la ligazón y también la diferencia alma‑cuerpo en el amor. Cyrano experimenta el trauma de pensar que su cuerpo, su rostro no trasluce su alma. Su nariz es una losa que su intimidad no digiere. No vive integrado con su propio cuerpo. Hay una contradicción intimidad‑rostro: es un poeta, espadachín, generoso… y sobre todo es un enamorado, tiene un gran amor; pero tiene miedo a ser rechazado por su apariencia. El amor necesita esa integración de la persona, por eso sus problemas se traslucen precisamente en el amor. Cyrano no es capaz de descubrirse ante su amor, pero ella se ha enamorado del alma de Cyrano, de la poesía, de la pasión que Cyrano pone en las cartas y frases que el novio y después marido de ella le ha ido diciendo al dictado de Cyrano. Tanto se ha enamorado de lo que piensa es el amor de su marido, que, cuando él muere, no se quiere volver a casar. Al final descubre que era Cyrano.
Esta unidad persona-cuerpo se ve también en las personas que carecen de algún sentido: vista, oído,… ya que tienen que esforzarse fuertemente y trabajar mucho para suplir esa carencia de su cuerpo, para que no afecte a su capacidad cognitiva, a su capacidad de relación con los demás, etc. Este esfuerzo, como el que sucede con otras discapacidades corporales, puede acabar supliendo la carencia, lo que dice mucho de lo que significa ser persona, pero tampoco nos podemos situar en que todos somos persona y desvalorar de algún modo todo el trabajo que estas personas hacen para suplir las carencias de su cuerpo y desarrollar todas sus capacidades. El correcto equilibrio entre cuerpo y persona, somos cuerpo y somos persona, lleva a valorar en su justa medida el camino de muchas personas para superar carencias o disfunciones corporales.