Hombre, mujer, pudor y sexualidad

Para seguir nuestra exposición sobre el pudor y su relación con la sexualidad es preciso 8215531_shacer alguna aclaración sobre el diferente comportamiento del hombre y la mujer frente a los valores sexuales. Hablamos aquí en general, con referencias sociológicas. Hay que tener en cuenta que, dado lo que hemos visto sobre la persona, las variaciones individuales son muchas.

Como aclaración, es preciso hacer notar que, al hablar de hombre y mujer, sólo se pueden hacer valoraciones sociológicas, ya que ambos poseen paralelos dinamismos constitutivos: instintivo, psicológico y espiritual y las distinciones solo se comprueban estadísticamente. En los dos sexos se dan todos los casos posibles, por ello, para ver las diferencias, lo que se trata de saber es en qué proporción una determinada conducta es realizada por hombres o por mujeres. Por esto, se habla en general y se hacen alusiones a los datos sociológicos, por ejemplo, al afirmar que la pornografía se dirige más al varón no se quiere decir que la mujer no sea influida por ella, sino que lo es menor medida.

Desde el otro lado no constatar que los hechos son sociológicamente diferentes, sería negarse a ver diferencias evidentes. En nuestro modo de ver hombres y mujeres son iguales en su dignidad como personas y en sus derechos, las diferencias se mueven a otros niveles, lo mismo que las diferencias entre las personas en general. Por ello hablar aquí de diferencias no implica una posición que busque una desigualdad, sino exactamente lo contrario: respetar lo que cada uno es.

Además hay que tener en cuenta que, en algunos, o quizá en todos, los temas que se abordan aquí, es difícil saber en qué medida la conducta observada es resultado de la educación y la cultura y en qué medida se enraíza en lo innato de la persona humana, aún a sabiendas de esta dificultad hemos preferido abordarlo por parecernos temas centrales para la antropología.

Partimos de la división que ya hemos establecido de la persona en tres esferas: biológica, psicológica y racional. Cada esfera origina un dinamismo o forma tendencial que denominamos: instintivo, afectivo y racional. Trabajando ahora con los dos primeros niveles, los directamente implicados en la sexualidad, podemos ver que si en una persona la afectividad supera a la sensualidad, esto hará que sea más sensible a la masculinidad/feminidad psíquica que a la física, es decir, será más sensible a los afectos y por ellos a los valores de pertenencia y relación social de la persona. La característica de la afectividad es que valora lo que se llama personalidad, que es lo que se descubre en la relación social de la persona en cuanto tal.

Se suele afirmar que esta es una característica femenina, si fuese así para la mujer, hablando de un modo sociológico, tendría más peso en la relación sexual la psicología, los afectos y sentimientos, la personalidad y las características sociales, de la persona, además, claro está de los valores sexuales en sí mismos. Esto la haría más sensible a los valores personales en su conjunto y que no se centrarse de un modo exclusivo en los valores sexuales, que también necesite percibir la persona en sus valores afectivos y de relación.

15870774_sEn el caso del predominio de la sensualidad sobre la afectividad, se produciría una reacción más rápida ante los valores sexuales del cuerpo. La reacción de la sensualidad no es global hacia la persona, sino que se dirige hacia partes del cuerpo de la persona, precisamente aquellas que despiertan la excitabilidad sexual del sujeto en concreto. Una persona con esta característica pasa desde la sexualidad a la afectividad, es decir, primero siente la atracción sexual y posteriormente valora la personalidad de la persona por la que se siente atraído. Se suele decir que este es el camino del hombre, del varón, aunque hay que matizar también, igual que en el caso de la mujer, que no es así en todos los casos, ni tampoco en todas las ocasiones, ya que, al igual que la mujer posee los dos dinamismos o tendencias.

Considerando así el diferente peso de los dos dinamismos en el hombre y en la mujer, ¿cómo son las relaciones hombre – mujer? Por parte del hombre, este no debe temer la sensualidad de la mujer, como esta teme la del hombre. Este análisis desde el miedo (temor) no es habitualmente realizado, pero resulta evidente la presencia de ese temor a una sexualidad masculina no controlada mientras que ese mismo temor no existe hacia una sexualidad femenina desbocada. Esto plantea ya una diferencia fenomenológica evidente en el comportamiento de ambos sexos. Hay que tener en cuenta que sentir temor está reñido con el disfrute, infundir temor no. Por ello la buena relación se considera la que excluye el miedo. Este hecho del diferente posicionamiento con respecto al temor establece diferencias en la forma de vivir la sexualidad, de enfocarla, de acercarse a ella. Hoy hay un fuerte impulso cultural que está cambiando los roles, que podríamos llamar activo y pasivo, en la relación sexual, a pesar de eso la afirmación de esta diferencia emocional sigue en pie: el temor básicamente se produce en una sola dirección.

Hay algunos hechos que constatan esta diferencia, por ejemplo, se puede afirmar que los hombres buscan la pornografía más que las mujeres. Lo que podría llevar a pensar, desarrollando la idea de que posee mayor peso la sensualidad con respecto a la sensualidad, que también en los hombres tienen mayor peso el sexo como necesidad, que como pertenencia, elemento que se abre paso con posterioridad en su conciencia. Es decir primero sienten la atracción, la necesidad, y posteriormente se van sintiendo vinculados a la otra persona. Es otro elemento fenomenológico que indica el mayor peso de la esfera instintiva sobre la afectiva.

Otra constación es que el hombre percibe de forma aguda en su interior la propia sensualidad, la propia instintividad, es decir, el sentirse atraído y dirigirse (y por tanto ligado-atrapado) por los valores sexuales. Esto hace que el hombre posea un pudor fuerte, que podemos llamar primario, sobre las partes del cuerpo ligadas al sexo y que pueden ser vistas como objeto de placer. De modo que el hombre tiende menos a mostrar la propia sexualidad en su relación sexual, porque siente en sí mismo, agudamente, que mostrarla tiene una fuerza sexual explícita y también le hace descubrirla en la otra/el otro rápidamente.

Una nueva constatación de lo que venimos diciendo, es que la mirada del hombre es clave para su modo de vivir la sexualidad y todos los fenómenos de la vista adquieren importancia predominante para él. Esto tiene una conexión con la percepción de la propia sensualidad: la mirada le permite ver al otro como objeto de placer a la vez que se resguarda a sí mismo. El hombre tiene una mayor postura de observador de la sexualidad que aparece, mientras esconde la propia.

Por parte de la mujer el pudor del cuerpo es más secundario, y por ello se puede permitir jugar con él. Para ella ser vista se convierte en elemento clave del lenguaje. En ese ser mirada tanto descubre una agresión como una valoración de la propia sexualidad (y detrás de esta una valoración de la propia persona). En este proceso la posición complementaria de la mirada del hombre (comérsela con los ojos) es clave. Su acercamiento pone de nuevo el énfasis en elementos afectivos y los valores sexuales son complementos de estos. Es decir, la mujer descubre la fuerza de la “mirada”, cuando la ve reflejada sobre su cuerpo. De este modo para la mujer la sensualidad tiene un elemento de aprendizaje, («todos los hombres buscan lo mismo»).

Una deducción sería la evidencia de que las diferencias entre hombre y mujer respecto al pudor y, por tanto, en la presentación de los valores sexuales, establece un dialogo entre los dos sexos que marca profundamente las relaciones entre hombres y mujeres. Este diálogo es importante porque se entrecruza cada día en todas las actividades. Las personas son subjetivamente conscientes de su existencia, pero, sin embargo, no suele ser tan conscientes a nivel de reflexión. De ese diálogo resulta la imagen de la mujer y la del hombre que se instalan en la cultura a sus diversos niveles, desde la familia, hasta la universal. Esas imágenes y los valores que conllevan, modelan profundamente toda la vida social, hasta poder decir que ponen su sello a cada época histórica; baste pensar en el ideal caballeresco de mujer del final del medioevo, o el del renacimiento, o el del romanticismo. Los modelos sociales tienen una influencia en toda esta materia, que es difícil exagerar. Desde ellos se determinan a nivel práctico los grandes conceptos: dignidad de la persona, significado de la sexualidad, valor del placer, modo de considerar y de tratar al otro marcado por la diferencia sexual, etc.

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