Todos tenemos una intimidad, un mundo interior dónde nos reflejamos, nos vemos, nos comparamos con los demás, juzgamos las situaciones, valoramos nuestra actuación, etc. En ese espacio interior también nos sentimos queridos o no, nos sentimos protegidos y seguros o no; allí se proyecta o se imagina el futuro: será así o será asá; allí también aparecen nuestros gustos, nuestros intereses, las cosas que nos son congeniales, las que nos agradan, las que odiamos, las que nos asustan… todo un conjunto de pensamientos, ideas, ocurrencias,… que cada persona lleva consigo y que aflora especialmente en algunos momentos, al ir por la calle, en la ducha,… o en temporadas especiales, o en momentos expresamente buscados.
La persona, este es uno de los rasgos que la definen, busca no solo vivir, sino también saber que vive y porqué vive, cuáles son los motivos de sus acciones y de sus reacciones; busca tener una vida que pueda decir que es verdaderamente propia: suya. Busca definirse a sí mismo. Desde este prisma, tener una vida propia se identifica con ser persona. La autenticidad de la persona, su carácter, su identidad, su personalidad se forja en esa conversación interior, que se alimenta de sus relaciones en tanto que persona y donde la persona busca una propia definición. El proceso de maduración de una persona es precisamente este proceso de búsqueda de la propia identidad que la hace dueña de sus actos y de su vida. La hace capaz de amar y trabajar. Amar significa establecer relaciones positivas y saludables con las personas y trabajar significa establecer relaciones positivas y saludables con las cosas.
La autenticidad es el proceso constante de contrastar lo que hacemos con lo que se es, con la definición de lo que se es, es decir con la resultante de ese mundo interior que poseemos. Todo el mundo de nuestras vivencias, las experiencias vividas afloran a la conciencia y marcan nuestra respuesta a las situaciones. Tenemos todo un almacén de sentimientos guardados, de experiencias acumuladas, de patrones emocionales archivados que generan respuestas automatizadas. La autenticidad comienza en el autoconocimiento que ha elaborado y puesto nombre a lo vivido, si esta tarea no se ha hecho la persona actúa por motivaciones inconscientes, satisface sus necesidades sin saber realmente que eso es lo que está haciendo. La autenticidad comienza en la honestidad, en este reconocer el mundo interior. Si no existe reflexión, meditación, no existe definición de la persona, no hay una resultante del mundo interior y la persona no se conoce, sus mismas acciones resultan incomprensibles.
Este proceso de búsqueda de la propia identidad se vive con dificultad, lo que está en juego es la propia vida. La persona toma conciencia de que con sus decisiones se juega su vida. El dilema es… ¿acertaré o no?, la carrera que elijo… ¿es la que corresponde a mis cualidades? ¿me abrirá el futuro?, esta chica/chico … ¿me hará feliz? Es una toma de conciencia dolorosa de la propia vida: ¡con mi vida me la juego! Este proceso, aunque se delinea fuertemente en la adolescencia, dura toda la vida. El hombre no está nunca cerrado, terminado, siempre puede recomenzar, volver a plantearse las cosas. Toda la vida hay que asimilar éxitos y fracasos, asumir las consecuencias de los propios actos, reenfocar la propia actuación, etc. Preguntarse, como veíamos arriba, que está bien y qué está mal (para nosotros).
Se trata, en resumen, de elaborar lo que se llama el proyecto de vida personal, su elaboración y ejecución. Se trata de encontrar un sentido a la vida. Más en el fondo, detrás de ese proyecto se encuentra la idea del yo, de quienes somos, de cómo nos entendemos a nosotros mismos. En todo ello está condensada la vida de la persona, sus posibilidades de integración y felicidad o su desintegración y fracaso. La vida auténtica es la que tiene un proyecto realista, contrastado con uno mismo, con las propias posibilidades, con la propia definición del yo y que llena de sentido la vida: hace feliz. Como se ve, la vida auténtica se refiere a una capacidad de autoreflexión, mejor dicho, se juega en la reflexión y en la meditación de la propia conducta, y su integración con lo que hemos vivido, con sensaciones, sentimientos y emociones. La reflexión es sobre el material que el nivel biológico y el nivel psíquico proporcionan, integrándolo y dándole significado, haciéndolo ser nuestra vida.