Desde este punto de vista sobre la intimidad que estamos exponiendo, la tan cacareada oposición entre razón y sentimientos desaparece. Vivir en la intimidad necesita ese acuerdo entre cabeza y corazón, que se turba muchas veces, pero que a la larga hay que lograr para poder encontrarse de acuerdo con uno mismo. Hace falta conocerse, conocer las propias reacciones, etc. Unas veces la persona se apoya en la razón otras en los sentimientos; en realidad ambos, razón y sentimientos, se apoyan mutuamente en coherencia con la realidad. A largo plazo, aunque no sin dificultades, los sentimientos dan armónicamente el mundo al sujeto y este reacciona adecuadamente a las situaciones, dentro de lo que es posible, y para eso utiliza su razón.
Hay dos extremos que son dos enemigos de esta visión de la intimidad que vamos dando en las últimas entradas de este blog. Esos extremos son sentimentalismo (solo importan los sentimientos) y voluntarismo (solo importa la razón). Por si es preciso puedo matizar lo de «solo importa» diciendo que tiene la primacía sin respetar al otro elemento. Es decir, el sentimentalismo no respeta la razón y el voluntarismo no tiene en cuenta los sentimientos.
El sentimentalismo es olvidar esta conexión de los sentimientos con la realidad y quedarse en sentir el sentimiento, es decir, quedarse simplemente en hacer surgir en mí el sentimiento sin preocuparse de si casa con la realidad o no. Evidentemente los sentimientos que se quieren sentir son sentimientos agradables. Los sentimientos desagradables se busca eliminarlos de la percepción, si se siente miedo o enfado u odio, se busca el modo de sentir otras cosas más agradables. Pero de este modo se pierde todo la función que emociones y sentimientos tienen, se elimina en realidad la función del sistema de evaluación de la realidad que son los sentimientos. Se llega a la contradicción de, por valorar tanto sentir, se acaba suprimiendo la función de los sentimientos y estos se quedan en sentir cosas agradables.
Esto es así, porque verdaderamente no se puede vivir sin sentimientos, sin al menos alguna emoción; el mundo pierde el color y se torna gris. En esa situación, para huir de la monotonía, la persona busca cualquier cosa que le suscite sentimientos agradables, sin preocuparse de si son reales o no. De este modo se pasa a vivir un mundo de utopía, de fantasía, como vivir el idilio de un famoso del corazón o conmoverse por una tragedia lejana. Pero, esas situaciones, por no pertenecer realmente al mundo propio, no se pueden incorporar a la propia vida. Son situaciones ficticias, que no comprometen, no dan contacto con la realidad. El sentimentalismo es sentimientos sin compromiso real, o en frase de E. Fromm: «sentimientos en estado de total desapego, pródigo en lágrimas y miserable en actos». Emociones y sentimientos no se acaban en sentirlos, sino en el compromiso de acción que conllevan, que está intrínsecamente unido a ellos. Incluso más, en la obtención de la necesidad que esa acción busca, los sentimientos no acaban hasta que nuestra acción no ha llenado la necesidad a la que apuntan. Sentimiento implica valoración e implicación con la realidad. El sentimentalismo olvida esto.
Nos vemos forzados a admitir que los sentimientos son nuestra forma de relación con el mundo exterior. Esto es central para la persona, su intimidad se va formando en un contacto con el exterior, por las relaciones que establece, tanto con personas como con cosas. No es superfluo traer aquí unas palabras de Martin Buber: «Si de toda la cacareada erótica de nuestros días se quitase cuanto hace relación al Yo, y en consecuencia toda relación en la cual uno no está en absoluto presente para el otro, en la cual no se ha hecho en modo alguno presente respecto de él, sino que sólo se goza a sí mismo en el otro, ¿qué quedaría, en efecto?». Retengamos la expresión clave: «solo se goza a sí mismo en el otro». Es decir, ha perdido la conexión con el otro y por tanto la realidad. Los sentimientos, que son un camino al otro, me lo pueden también cerrar y, entonces, no habría encuentro, no habría en realidad otro: el hombre se encierra en sí mismo, la soledad del hombre permanece. Este es, en mi opinión, uno de los problemas más agudos de nuestros días.
El sentimentalismo está presente en algunas corrientes hoy que solo aceptan los sentimientos llamados positivos y los que se consideran negativos se tiende sencillamente a suprimirlos o sustituirlos por otros. De este modo, como hemos apuntado y se puede comprender fácilmente, se ha desprovisto a los sentimientos de su función: apuntar a una necesidad. Un sentimiento desagradable, que no negativo, lo que hace es invitar a salir cuanto antes de la situación en que se encuentre la persona, precisamente por ello es desagradable. Por ejemplo el miedo indica, hablando muy genéricamente, un peligro y lo que hace el miedo es indicarnos ese peligro. Sustituir el miedo por otra emoción no elimina el peligro, sino la señal que nos lo indica.
Se perfectamente que el sistema emocional es más complejo que el sencillo ejemplo sobre el miedo que acabo de proponer y que por ejemplo hay emociones desadaptativas, es decir, que ya no están cumpliendo una función que si cumplían en el pasado. Esto obliga precisamente a buscar modificar esa emoción, por así decir a arreglarla, no a suprimirla. Es decir, poniendo de nuevo un ejemplo sencillo, alguna vez el piloto de la gasolina del coche no funciona y hay que arreglarlo, pero la mayor parte de las veces lo más cuerdo es echarle gasolina al coche. Esto no explica toda la complejidad a la que he aludido del sistema emocional, pero si me parece suficiente para explicar lo incorrecto del sentimentalismo: querer sentirse bien a toda costa, quitar las luces rojas que no nos gustan.