En la entrada anterior hemos hablado del sentimentalismo. Ahora quiero hablar del otro extremo que es enemigo de la visión de la intimidad que vamos dando en las últimas entradas de este blog. Recuerdo lo dicho ahí: el sentimentalismo no respeta la razón y el voluntarismo no tiene en cuenta los sentimientos.
Hay un punto en que coinciden, todos los extremos se tocan, el sentimentalismo olvida esta conexión de los sentimientos con la realidad y se queda en sentir el sentimiento. Se llega a la contradicción de, por valorar tanto el sentimiento, se acaba suprimiendo la función de este que es conectar con la realidad. El voluntarismo es más directo, pero llega a lo mismo: hay que suprimir los sentimientos porque nos desvían de otras cosas que se consideran más importantes. Hay que funcionar solo con la razón sin tener en cuenta los sentimientos, ya que estos nos hacen perder la objetividad, nos hacen débiles, etc. Al perder los sentimientos se pierde con ellos, igual que con el sentimentalismo, la conexión con la realidad.
El voluntarismo, por tanto, es la situación en que no se atiende a los sentimientos, a la conexión con la realidad que nos proporcionan y se actúa por «sentido del deber». La vida se entiende como obligaciones. Para quien vive el voluntarismo la vida es un gran peso.
Hasta que comenzó la llamada postmodernidad, es decir durante la modernidad occidental desde el siglo XVII al XX, la cultura tomó esta senda que desprecia los sentimientos frente a la razón, que es considerada como la única instancia decisoria y seguir los dictados de los sentimientos es visto como debilidad, como seguir al corazón, algo que en realidad entorpece los logros del hombre moderno. Los sentimientos son contrarios a la ciencia. Esta posición encontraba un fuerte apoyo en una idea, hoy superada, de que la ciencia y los sentimientos estaban en oposición. Por tanto se utilizaba, y realmente aún se hace así en muchos ambientes, básicamente con respecto a los sentimientos la idea del control. En la máxima creación de esta cultura, el Estado de Jellinek, encontramos múltiples ejemplos de esta obediencia sin sentimientos, señaladamente en el nazismo y en el estado comunista, que terminan siendo, lógicamente desde el punto de vista que estamos exponiendo, grandes utopías sin contacto con la realidad. Ya acertadamente Goya dibuja que el sueño de la razón engendra monstruos.
El camino del voluntarismo, es un camino árido, desértico, que al no tener sentimientos, pierde el color que estos proporcionan a la vida. La persona que emprende este camino lo hace a través de un proceso de desensibilización y de control de los sentimientos. Son como dos acciones sucesivas. La primera es desensibilizar y la persona que toma está vía, termina no sabiendo lo que realmente siente. La segunda es cuando de todos modos se siente, es decir la desensibilización no ha tenido éxito, y los sentimientos siguen estando ahí, entonces se construyen entes abstractos a los que obedecer mejor que a las indicaciones concretas de los sentimientos. Esos entes son el sentido del deber, el Estado y sus asignadas “necesidades”, como la seguridad, determinadas instituciones que educan a la obediencia.
Para tomar distancias con esta posición en ISIE no utilizamos la palabra control al referirnos a los sentimientos, ya que control, según la RAE, es en su segunda acepción: Dominio, mando, preponderancia. Y la pregunta es ¿quién domina o manda? o ¿quién es preponderante? La respuesta en este tema de los sentimientos controlados es la razón en su aspecto de tomar decisiones, es decir la voluntad. La primera acepción de la RAE de la palabra control, inspección, fiscalización, intervención, también implica una instancia superior. Preferimos por tanto en ISIE utilizar la palabra regulación, cuyo significado, también según la RAE, es: Ajustar, reglar o poner en orden algo. Y como ejemplo pone: Regular el tráfico. La función de la razón con respecto a los sentimientos no es mandarlos, ni dominarlos, sino regularlos, respetando su sentido y su intencionalidad. Aceptando ese ejemplo de regularlos como al tráfico, se puede decir que quien regula el tráfico, no pone los vehículos ni su destino, sino que está ahí precisamente para que lleguen cuando antes a su destino y no se queden atascados.
Si todas estas afirmaciones pueden sonar a lejanas en el panorama cultural actual, no se piense que el voluntarismo está totalmente erradicado, pues quedan multitud de actitudes en las personas, en la educación, en las instituciones y en la cultura donde siguen actuando y con fuerza. Aunque de modo público han perdido credibilidad y peso, siguen siendo defendidas y practicadas, en realidad es la cultura inmediata de la que procedemos.