La meditación se desarrolla en 4 fases. No me refiero a fases de un método, en esto hay muchos métodos diferentes, me refiero a fases existenciales, fases por las que pasa la persona que inicia el camino de la meditación.
En su primera fase, la meditación es el ajuste de todos los aspectos de nuestra intimidad con la realidad circundante. Una visión integrada de nuestra propia vida y del mismo mundo que vivimos, visión que no es posible alcanzar de otro modo. No sabemos quiénes somos si no sabemos qué es la realidad que nos rodea. Hay algo de verdad en el hecho de que la meditación descubre un mundo nuevo, pero no en el sentido que sea otro mundo diferente, se trata de este mismo mundo, de la realidad circundante. La meditación descubre una nueva mirada de la realidad. La meditación descubre perspectivas de este mundo, realidades de este mundo, que de otro modo quedarían ocultas y nuestra visión de este mundo que vivimos sería pobre, ramplona, reducida, sin alcanzar toda la profundidad que la realidad tiene, incluso sería incapaz de tocar la realidad.
En ese descubrimiento de la realidad, de nuestro mundo, la segunda fase de la meditación nos da nuestra definición como persona. Empezamos a descubrirnos en ese trasfondo, quizá mejor en el medio de ese mundo nuevo. Al descubrirnos a nosotros mismos de un modo nuevo, la meditación apunta a nuestro proyecto vital, qué vamos a hacer, cuál es el sentido de nuestra vida, o mejor, qué es lo que da sentido a nuestra vida.
La tercera fase es la construcción de un mundo nuevo: nuestro mundo, la realidad que vivimos, que es nuevo porque necesita de una libertad nueva: la nuestra. Ahora es ya una libertad integrada. Una libertad que unifica la «libertad de» (autodominio) y la «libertad para» (proyecto).
La cuarta fase es la exploración de todas las posibilidades y la apertura de nuevas, ir más allá, no quedarse solo encerrado en lo vivido hasta un cierto momento, abrirse mucho más, siempre más allá.
Esas 4 fases se corresponden a la vez con 4 ámbitos del hombre, que son a su vez complementarios. En el primero se trata del dominio interior del hombre, de la integración del consciente e inconsciente, es decir, de la libertad y sus posibilidades. El segundo es el descubrimiento de la propia intimidad y desde ahí la vida como proyecto: la realización de una vocación humana, de una vida plena; cada vida es una tarea, un proyecto, que se realiza en relación y al servicio de los demás. En el tercero descubrimos los valores del mundo alrededor de los que vivimos y que dirigen nuestras preferencias y elecciones, su mundo moral y sus ambiciones. Este mundo de valores organiza el propio mundo personal que la persona proyecta alrededor suyo. En el cuarto descubrimos a la persona como relación, como esencialmente relacional, como alguien que encuentra su plena realización en el encuentro con los demás, como alguien cuya vida tiene sentido si descubre el amor. El medio para el encuentro es el diálogo confiado, el diálogo de la amistad. En la meditación descubrimos también nuestra capacidad de relación más genuina: el diálogo, el respeto, el amor.
Además de fases y ámbitos, constituyen también etapas que es necesario recorrer. Sin embargo, no se puede decir que sean etapas que se superan: son facetas de la propia vida que nunca se dejan atrás; por el contrario, siempre es necesario volver sobre cada una de ellas. La primera consiste en lo que se denomina autoposesión: el dominio de sí; la segunda es el conocimiento de uno mismo; la tercera el descubrimiento de una realidad más grande que yo mismo, realidad que proporciona sentido a mi vida, como nuestra vida se organiza alrededor de los valores que ha identificado como prioritarios; en la última se descubre el amor como el sentido de la vida, como lo único por lo que la vida merece la pena.