Las tradiciones de la meditación, que son básicamente religiosas en su origen, son algo diferentes respecto a la trascendencia, al menos en la apariencia inicial, aunque en su profundidad tienen una gran coincidencia. Para la tradición que procede de Jesús de Nazaret, la realización plena es el amor. Para el budismo la desaparición del deseo y alcanzar la iluminación. En la primera aproximación la corriente que nace con Jesús de Nazaret refuerza la persona, si se quiere el yo, que para el budismo debe desaparecer en la iluminación. Sin embargo en los grandes místicos existe la misma idea de desaparición en Dios en los últimos escalones de la mística. Desde luego esta fase es un camino personal para el que no se pueden establecer normas, solo un método: la meditación
En todas las grandes religiones hay una insistencia en la oración (meditación) y en la preeminencia del mundo interior: lo válido sale del corazón de la persona. En el evangelio de Lucas Jesús de Nazaret afirma: «El reino de Dios está dentro de vosotros». Esta frase se encuentra plenamente en sintonía con todas las alusiones que la Biblia en su conjunto hace al corazón como centro del obrar del hombre. La idea responde también al centro de la polémica que el Señor mantiene con los fariseos: la hipocresía de los fariseos consiste precisamente en privilegiar la forma sobre el fondo. Algo que se podría condensar diciendo que se trata de una discusión entre el fondo y la forma. Debe haber un acuerdo entre el fondo: la interioridad, el corazón, y el manifestarse de los actos. Es obvio que la manera de establecer ese acuerdo es la reflexión sobre la propia conducta; la oración y la meditación constituyen su vehículo privilegiado. Es obvio también que todo esto tiene una correlación estrecha con todo lo que hemos dicho sobre la intimidad. El lenguaje sobre la intimidad y el lenguaje sobre el corazón se refieren a las mismas realidades.
Así lo recogen grandes personajes de la Iglesia, que insisten en la necesidad de la interiorización. Agustín de Hipona, por ejemplo, nos dice en las Confesiones: “¡Tarde te amé! Belleza, tan antigua y tan nueva, ¡tarde te amé! Tu estabas dentro de mi y yo estaba fuera y por fuera te buscaba y me lanzaba sobre las cosas bellas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían atado lejos de ti, esas cosas que, si no estuviesen sometidas a Ti, dejarían de existir”.
El maestro Eckhart, siglo XV, es un adelantado a la existencia de punto de confluencia que reúna las dos tradiciones, occidental y oriental, con su idea de que todo fluye en la naturaleza, y que debemos sumergirnos en la contemplación de esta, a través de nuestra vivencia y sensibilidad, como un camino para llegar a Dios.
Teresa de Jesús nos da una descripción completa de la intimidad, asimilándola a un castillo. Esta es la idea central de “El Castillo interior o las moradas”, donde pretende “escribir cosas de oración” y nos invita a “considerar nuestra alma como un castillo todo diamante o muy claro cristal, donde hay muchos aposentos ( ): unos en lo alto, otros en lo bajo, otros a los lados; y en el centro y mitad de ellos tiene la estancia más principal, que es donde pasan de mucho secreto entre Dios y el alma ( ). La puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración ( ) si este castillo es el alma, claro está que no hay para que entrar, pues se es el mismo … más habéis de entender que va mucho de estar a estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo que es adonde están los que le guardan y que no se les da nada de entrar dentro, ni saben que hay en aquel tan precioso lugar, ni quién está dentro, ni aún qué piezas tiene”.
En cierto modo, a lo largo de muchos siglos, la meditación cristiana, ha ido centrándose en grandes temas: amor, presencia del “otro”, diálogo, amistad. Son elementos descubiertos en la meditación. Esos elementos han entrado en la cultura de origen cristiano descubiertos por la vía de la meditación de fuertes personalidades que han dejado su impronta.