El primer elemento integrante del enamoramiento es el yo; es decir, ese dibujo particular de uno mismo que toma forma en la adolescencia. El enamoramiento no es para todos igual, varía mucho de una persona a otra; depende de su experiencia vital, del modo en que configura su espacio interior, que en su núcleo tiene las experiencias y valores ligados a la sexualidad y al amor, a los que se añaden las ilusiones, las expectativas, etc.
En el espacio de la propia intimidad tiene un papel decisivo la libertad. Es la persona que ha ido abriendo o cerrando, una u otra dirección, la que asimila positivamente una experiencia o, por el contrario, surge un miedo que no supera, una barrera. Esto es tan patente que se puede decir que la libertad crea el espacio de la intimidad donde tiene cabida (o no) el otro, porque es la libertad la que pone en disposición de escuchar la soledad, la que hace a la persona escucharse a sí misma al descubrir la soledad.
Todo esto, el papel de la persona misma en el enamoramiento, es lo que se llama predisposición fundamental. El enamoramiento es un proceso donde la persona entra irremediablemente, y entra tal como es, con sus gustos, con sus ilusiones, con sus deseos, y también con su generosidad, con sus espacios de apertura, y con su timidez o sus dobleces, sus faltas de autenticidad o su poco conocimiento de sí mismo; incluso con sus fantasías sexuales y sus miedos, su necesidad de ser reconocido y sus carencias de ternura. En resumen en el enamoramiento entra la persona con su libertad y con todo lo que realmente es.
El enamoramiento se refiere, en primer lugar y por antonomasia a otra persona, pero no solo, se refiere también a todo lo que no es el yo: al mundo. De hecho la manera de descubrir al otro, la manera de individuarlo en esa masa inmensa que es el mundo, es lo que señala su existencia real entre el fondo indiferenciado de un mundo que de otro modo carecería de referencias, carecería, como hemos dicho, de luz y color.
Se trata del “otro” que puede llenar el espacio abierto por la soledad en mi vida. No es un otro abstracto, un objeto externo, lejano, ajeno. El enamoramiento, cualquier enamoramiento (también, por ejemplo, de la música) no sólo descubre al otro, sino que lo hace con relación a mí, comprometiéndome a mí, metiendo mi vida en relación con ese “otro” descubierto. El enamoramiento es la conexión entre el otro y mi vida.
El “otro” descubierto por el enamoramiento es quien puede llenar la soledad de mi vida. Queremos estar con él/ella, todo el tiempo posible, incluso sin interrupción, porque con él/ella todo es posible, todo se abre, todo tiene color. Parafraseando a Ricoeur: «¿soy yo o es el paisaje quien ríe?» ¿Soy yo quien está contento o es el mundo el que está contento? El enamoramiento es un encantamiento. Esa es la expresión que utilizamos comúnmente: «¡Está encantado!». Hemos visto su belleza, hemos visto su gloria, la magia, el halo que le circunda. Ha salido de la indiferencia para entrar con nombre propio en nuestra existencia.