Del enamoramiento y, especialmente, de la admiración nace el respeto. En realidad admiración y respeto son lo mismo, solo que la admiración está en el plano psíquico: es una emoción, que se fijará en un sentimiento, y el respeto está en el plano de la acción: es una actitud. El que admira sabe lo que vale el otro y, por eso, le deja su espacio. Si es descubierto como alguien igual a mí, es decir, si es una persona, tiene derecho al mismo espacio.
Debido a que el respeto nace en la admiración, para respetar hay primero que sentir algún tipo de admiración por la persona, si no existe ninguna admiración es casi seguro que no va a aparecer el respeto. Esto es muy sencillo vamos a tratar bien en una relación si de algún modo valoramos positivamente, es decir nos sentimos admirados ante alguna cualidad de la otra persona. Si nuestra valoración es negativa, si no sentimos admiración alguna nuestro tono va a ser exigente, vamos a sentir preocupación de que no haga lo que le decimos,… en resumen no vamos a confiar en esa persona y la relación se va a establecer como relación de exigencia, cuyo soporte emocional es el miedo, preocupación, etc.
Debido a que el respeto nace en la admiración, para respetar también hay que amar en algún modo, hay que enamorarse de aquello que se respeta, hay que descubrir su valor, entrar en el mundo de su belleza y su valor. A esto lleva la admiración. Para entablar relaciones con alguien, no digamos para convivir día a día, es necesario valorar al otro. Sin admiración el otro deja de ser la persona singular que es, para perderse en el fondo indeterminado o, peor aún, si lo que existe es desprecio, falta de valoración, entonces se origina agresividad; en este caso, el otro también es visto en conexión con nuestra vida, pero como alguien que la entorpece, como una carga o algo peor.
Sin admiración se termina por utilizar, por atropellar o, incluso, por degradar: se ve al otro sólo en función de uno mismo, el otro es considerado sólo un medio. Respetar es precisamente lo contrario: ver al otro en función de él mismo, como la realidad que en sí mismo es. Esto se produce en la admiración porque esta nos hace descubrir lo que es más grande que nosotros mismos y por eso merecedor de que lo respetemos. Exactamente eso que un padre/madre descubre en su hijo: que sí, es su hijo, pero es algo más, mucho más, no reducible a hijo, ni a “mío”. Si no se admira, si no se conoce su valor, no se le puede dar el espacio que le corresponde, el lugar adecuado a su dignidad. La admiración es lo que reconoce la dignidad. La dignidad corresponde al valor en sí.
Sin amor no hay valoración de la persona, sin valoración no hay respeto. La admiración es la puerta para establecer relaciones Yo-Tu, sin ella las relaciones solo pueden ser Yo-ello.