He hablado, y mucho, del encantamiento. También existe el desencantamiento.
Como hemos visto, el encantamiento es una concentración de la atención en lo que interesa, pero en aquello que interesa en cuanto fin de nuestra vida. Si desaparece, o dejamos de sentirlo, los objetivos quedan desvaídos y en tal caso, aunque se pongan medios, aunque se hagan las mismas cosas que antes se hacían, aparece la rutina, el tedio: se ha perdido la claridad del fin, no se sabe hacia dónde se va, para qué se hacen las cosas. Si desaparece el encantamiento desparece la ilusión. Encantamiento e ilusión están estrechamente relacionados. Sin ilusión no hay gasolina para ir a la meta, no hay motivación. La desilusión nos indica que el fin al que nos dirigíamos no vale la pena, la desilusión percibe un desajuste entre nuestra meta y la realidad, una nueva percepción ha hecho variar nuestro modo de ver la meta y la desilusión detecta rápidamente ese cambio.
Hay muchos ejemplos de este desencatamiento, no es algo tan extraño. Todos tenemos recuerdos de algo que nos interesó mucho, nos atrajo, nos encantó y luego perdimos el interés, la ilusión. Algo así como el juguete que el niño deja olvidado en un estante; le interesó un tiempo, jugó con él; mientras le atraía absorbía toda su atención, fue el fin de su vida durante un tiempo, pero eso pasó y ya no le interesa. O también como la colección de sellos iniciada y dejada,… perdió la magia. Una actuación a nuestro entender fuertemente desajustada de una persona de la que estamos enamorados, nos hace despegarnos, sentir una desilusión o una decepción.
Si se pierde el amor bruscamente, la fuerte desilusión que se sufre indica justamente eso: había una meta y se ha perdido, un camino y ahora no se sabe a dónde ir y, por eso, todo carece de interés. Era el amor, el objetivo indicado por el encantamiento, el que daba interés a las cosas, el que descubría su valor y su posición en nuestro mundo. Al perder concentración de la atención, se entra en un estado depresivo: eso es el desencanto, no hay color, el mundo vuelve al gris. El desencanto es una puerta de entrada de la tristeza. Es lógico que, si el encantamiento se relaciona con la alegría, el desencantamiento lo haga con la tristeza. El desencantamiento indica una pérdida.
Es difícil, si no imposible, que la persona encantada, o mejor, la persona que siente el encantamiento, busque otro amor; es el desencantamiento lo que deja de nuevo la mirada suelta y la búsqueda abierta. Pero, desde el desencantamiento, la búsqueda no es en realidad la búsqueda de un otro, sino que se convierte en una manera de remediar el vacío que se siente. Aunque puedan parecer lo mismo, en realidad ambas búsquedas son muy diferentes. Para buscar un nuevo amor hay que dejar que el duelo del desencantamiento, como el de toda tristeza, se complete y podamos abrirnos de nuevo al amor.
Es totalmente diverso partir de la expectativa del amor, por ejemplo, tal y como se origina en la adolescencia, donde todo es futuro y posibilidad, que partir del sentimiento de desencanto. El desencanto puede terminar en huida. No se busca el amor, se huye de la soledad y, buscar el amor y huir de la soledad, desde luego no son lo mismo. El amor es siempre positivo: busca al otro. La huida de la soledad es huida del vacío. De ese modo no se construye la vida, sino que nos convertimos en nómadas, porque no va a haber nada que nos llene. Mientras no aprendamos a vivir solos no sabremos vivir con un amor.
El desencanto cuando no ha completado su ciclo, cuando se queda atascado, obstruye la entrada a otros amores. Es decir, no desengancha solo de un amor, sino del amor, ya que hace perder la confianza de que el amor es posible y ya solo se busca remediar la soledad. El desencanto no gestionado hace difícil que otro amor aparezca. Esta pérdida de la confianza es siempre un fenómeno subsiguiente a un enamoramiento que, por la razón que sea, se ha roto. Sin confianza no hay desconfianza posible. El enamoramiento es siempre anterior, aparece antes; sin encantamiento no hay desencanto posible. La desconfianza es un fenómeno contagioso, no se limita a aquel que nos hizo perderla, sino que tiende a extenderse a todos.