Sigo hablando del enamoramiento como una dinámica central en la configuración del ser psíquico. Esta es la entrada 15.
Si el enamoramiento fuese algo seguro, es decir, si siempre que siento el enamoramiento estoy llegando a la persona del otro en su centro, no en sus cualidades, poniéndolo y respetándolo como un fin, no usándolo como un medio, entonces no habría diferencia entre mundo real y mundo imaginado, pero en tal caso, este mundo sería otra cosa y no lo que es. Las cosas no son así de fáciles, todo en esta vida tiene inseguridades y el enamoramiento, a pesar de su fuerza de convencimiento subjetivo, también.
La principal fuente de dificultades para la verdad del enamoramiento proviene de lo que hemos llamado predisposición fundamental: el mundo interior del sujeto que se enamora, que -como dijimos- configura el enamoramiento, lo personaliza, y eso es bueno y necesario, pero puede llegar a deformarlo.
Se podría hablar de estar enamorado del enamoramiento, como de la dificultad central con respecto al enamoramiento: es tan atrayente el mundo interior que dibuja el enamoramiento que se piensa que la felicidad consiste precisamente en eso, en sentirlo, en vivir en ese mundo interior (el hombre tiene la capacidad de vivir en los mundos creados por su imaginación) y no en lo que el enamoramiento mismo trata de hacer: dirigirnos al otro. En este caso no se va hacia el otro, sino hacia el enamoramiento: lo que se busca es sentirse enamorados. Pero si eso es así, realmente no hay comunicación, no se busca en realidad al otro, a la otra persona en cuanto tal, sino sólo el efecto que provoca en mí. Sólo se busca sentir y, por eso, no se sale de la propia individualidad. Desde esa perspectiva todo lo que significa amar, desaparece: no hay, ni puede haber, unión real de dos vidas. Son personas que, en realidad, no se comprometen con nadie, sino con su mundo interior y terminan con no poder salir de sí mismas, con una inmadurez que se hace crónica: nunca salen de la adolescencia.
En la posición opuesta encontramos a aquellos que tienen dificultad para enamorarse. Aquí dificultad para enamorarse es dificultad para abrirse, para abrir la propia vida. Hay que tener en cuenta que el enamoramiento aparece básicamente en una fase de apertura. Es un momento del desarrollo. Si seguimos la sugerencia de la pirámide de las necesidades de Maslow, hay dos posibilidades: porque no se ha superado el primer escalón (y también algunas necesidades de seguridad) y porque se han superado ya muchos escalones. Haber superado el primer escalón quiere decir que si una persona no tiene satisfechas las necesidades básicas, ni tiene seguridad alguna, se va a concentrar en ellos, sin generar la apertura necesaria para dar cabida al enamoramiento. El enamoramiento necesita apertura, abrirse y en esas situaciones de necesidad la persona debe atender prioritariamente a esas necesidades perentorias. Tampoco se va a abrir el que tiene muchas necesidades cubiertas, el que está muy arriba de la pirámide. Abrirse al enamoramiento implica poner en riesgo la propia seguridad quizá arduamente conseguida. Una persona con demasiada experiencia, puede ya no querer entrar en el riesgo que siempre supone el enamoramiento.
Otra dificultad para enamorarse es que el enamoramiento es una creación de la imaginación en función de la necesidad. Pero puede suceder en este caso que no haya un real conocimiento del otro, sino solo una proyección de las propias necesidades, en forma de sentimientos, sobre él. Lo que vemos en el otro, no es lo que el otro es, ni las cualidades que posee, sino lo que nosotros necesitamos. Esto es lo que Sthendal llamaba cristalización: sobre el otro cristalizan nuestros sentimientos, como sobre un palillo arrojado en una solución salina saturada. El otro es solo una ocasión, lo que cristaliza son todos los sentimientos, las esperanzas e ilusiones y también las frustraciones de alguien con unas fuertes necesidades de base. Esto sería el enamoramiento como ilusión en el sentido negativo de esta palabra.
Para enamorarse hay que estar bien, llevarse bien con uno mismo, lo suficientemente bien para dejar al otro ser quien es, para no tener la necesidad de estar apoyados en él, para poder darnos al otro personalmente. En síntesis, también para enamorarse hace falta la libertad; cuando se es dependiente, cuando “se necesita” -con toda la fuerza de esta palabra- algo de modo que no podemos pasarnos sin ello, ya no se es libre. No puede darse quien no se posee.