Esta es la entrada 17 sobre el enamoramiento y en ella hablamos de la percepción del tiempo. Se suele decir que el amor es «para siempre», algo que genera muchas discusiones, especialmente alrededor de la idea de compromiso, el compromiso que el amor exige para hacerse vida, y quiero decir algo sobre la relación entre amor y tiempo.
«Siempre» es un término que se refiere a una idea, una idea abstracta en el sentido de que se encuentra fuera de nuestra experiencia, que es temporal y concreta. No tenemos una experiencia de «siempre», a lo sumo ese «siempre» podría ser por toda la duración de nuestra existencia, algo que con dificultad va a ser así, en todo caso, unos cuantos años al máximo. En realidad es un término estrictamente racional, una proyección que hace la mente de la experiencia del tiempo convirtiéndolo en indefinido, algo que es todo lo contrario de la experiencia del tiempo vivido que siempre es concreta, bien definida.
Por ello, cuando decimos «para siempre» a lo sumo queremos decir: para toda nuestra vida. En realidad no solo, queremos llegar incluso más allá, ir más allá del límite temporal, queremos expresar que nuestro amor es «más allá» del tiempo. Esta proyección de nuevo la hace nuestra dimensión racional, integrando todos los datos recibidos y prolongándolos hacia zonas donde no llega la experiencia vivida.
Teniendo en cuenta lo dicho, para mí la expresión «para siempre» quiere decir sin tiempo, pues así es como se vivencia. El enamoramiento se vivencia sin dimensión temporal, como algo permanente, pues así se vivencian los sentimientos, que son el modo en que nuestra memoria conserva las emociones, especialmente las intensas.
Las emociones se viven siempre aquí y ahora y este presente no tiene tiempo percibido. Para percibir el tiempo hay que separarse del ahora, operación que realiza la razón, con su capacidad de separarnos idealmente de lo vivido. De hecho para los niños la emoción lo es todo, tanto que no son capaces de entender que un dolor se va a acabar. No incluyen la experiencia del tiempo en su experiencia del dolor. Darse cuenta de que la emoción se va a acabar es una integración de la experiencia del tiempo en una vivencia concreta que estamos experimentando, es por tanto una modificación de la emoción, hecha por la razón. Hay un ejemplo sencillo para entender esto: cuando estando hablando con alguien este mira el reloj nos da la impresión concreta de haberse salido de la conversación (no vivir ya la emoción del momento) y querer terminar ya, operación que evidentemente le sugiere su razón trayendo a su percepción otros elementos fuera de la conversación concreta en la que estamos.
Esta integración de la vivencia del tiempo en la manera cómo sentimos puede llegar a ser muy fuerte, aunque en tal caso en realidad lo que hace es sacarnos de la emoción: no es posible vivir la emoción desde el tiempo, por esto siempre se recomienda estar aquí y ahora para poder experimentar una emoción. Algunas personas viven tanto en la experiencia del tiempo que no viven el aquí y ahora, y por tanto no viven su emoción, se desconectan de ellas. Es decir para vivir las emociones hay que vivir “fuera del tiempo”. La realidad es que no vivimos el tiempo, esto ya lo dijo Kant al catalogarlo como categoría a priori del pensamiento. Vivimos las diversas situaciones y las insertamos (esto lo hace la razón) en una sucesión temporal. El concepto «tiempo» por tanto es una idea mental. Lo que nosotros tenemos son experiencias que se suceden, experiencias que nos dan las emociones.
El tiempo nos lo dan por tanto las emociones de cada situación y las del recuerdo, los sentimientos almacenados en la memoria. Cada momento no tiene solo lo del momento, tiene también lo vivenciado y elaborado antes. Las emociones dejan un poso en sentimientos que pueden llegar a ser muy fuertes y por ello permanecer durante tiempo. Aquí entra de nuevo el enamoramiento.
El enamoramiento, al ser un sentimiento fuerte deja un poso permanente, la memoria queda impregnada por él, y por ello aparece con relativa frecuencia en nuestra percepción: no se olvida un enamoramiento. Esta persistencia del enamoramiento en la percepción es lo que termina construyendo la idea de «para siempre» tan dentro de la idea de amor.
Contribuye a la persistencia del enamoramiento la percepción tan positiva que proporciona: la percepción de la belleza. La belleza percibida es tan positiva, tan agradable que no queremos salir de ella, no queremos perderla, queremos vivir con ella. Ahí tenemos reforzada la idea del «para siempre» y la idea del compromiso, que aparece en toda emoción. Toda emoción va dirigida a la satisfacción de una necesidad a través de una conducta. Las emociones no son para quedarse parado, son para la acción, por tanto, para comprometerse con ellas.
Tenemos ahora las dos patas del «para siempre». La primera es la fuerte incidencia del enamoramiento en el sistema emocional y su persistencia en la percepción. La segunda la fuerte positividad de la percepción de la belleza y el deseo de permanecer en ella, que implica el enamoramiento. Con ambas tenemos el contexto emocional del «para siempre».
Podemos concluir que la percepción del tiempo emocional no es lineal, es de intensidades. No es para nada uniforme, ese tiempo uniforme y continuo que marcan los relojes, los medidores del tiempo. El tiempo emocional está hecho de intensidades, de situaciones emocionales, de volumen emocional, de recuerdos, y el enamoramiento, nuestros enamoramientos constituyen mucho del contenido de esos volúmenes y pesos.