Lo cierto es que pensamos que nuestra vida está muy alejada de este monje alemán que el año 1517 fija sus 95 tesis en el portón de la iglesia de Wittemberg, rebelándose de ese modo contra el papado y la estructura eclesiástica. Cuando preguntamos a los teólogos cuál era la posición de Lutero nos llevan siempre a la doctrina sobre la gracia y la oposición a las indulgencias. Sin embargo Lutero es importante porque marca el advenimiento del yo en la cultura occidental. Esa es su gran revolución, tal como muy bien indica Maritain en su libro, Tres Reformadores.
Detrás de expresar sus tesis hay algo en Lutero que le distingue de todos los demás que han disentido de la Iglesia de Roma. Hasta ese momento la disensión es digamos racional, desacuerdos sobre diferentes modos de interpretar la Biblia. Lutero hace algo radicalmente diferente, independiente de la tesis que defienda, lo importante es que para él la última autoridad es su conciencia.
Hasta Lutero la interpretación de la Biblia está en manos de la Iglesia, que es por tanto la autoridad última, por encima de la individual. Esto es el punto: la autoridad de la Iglesia está por encima del individuo. La Iglesia en su conjunto, con sus sabios y teólogos, con su tradición, sabe más y mejor que es lo que lleva al cielo, lo que concede la salvación a la sociedad en su conjunto y a cada persona dentro de esa sociedad, porque este es el modo de ver a la persona.
Esta posición otorga una preeminencia a lo social y a la cultura sobre lo individual. Sociedad por encima de persona. Nos parece difícil entender esto desde nuestra mentalidad que ya es decididamente luterana, pero esto solo sucede en la cultura occidental, en las demás culturas, en las que no se ha dado este conflicto ente la autoridad religiosa y persona, la autoridad religiosa es la que es socialmente aceptada como autoridad y se encuentra por encima de la persona. La autoridad religiosa en este caso es la que aprueba o no los contenidos culturales. Esa es precisamente su forma de actuación, a través de la cultura.
Lutero niega precisamente eso: la última autoridad que aplica la Biblia, la palabra de Dios a mi vida es mi propia conciencia. La autoridad de la Iglesia está detrás de la conciencia. Es el individuo quien decide lo mejor para su propia salvación.
Este hecho inaugura la libertad religiosa y esta nueva libertad religiosa establecida es lo que permite el nacimiento de la individualidad y detrás de ella de todos los derechos individuales. Los derechos humanos se desarrollan una vez haya cuajado en la cultura la idea de que el individuo está por encima de cualquier otra autoridad.
La sociedad occidental es plenamente luterana en este momento. Es más ha llevado el principio de que la persona es la autoridad última a todos los ámbitos de la vida, comenzando en su núcleo, que es históricamente como vemos, la religión.
En mi opinión también la Iglesia católica es plenamente luterana hoy, y acepta que la autoridad religiosa última de cada persona es su propia conciencia. Es más ha convertido ese principio es uno de sus principios capitales y por tanto a la libertad religiosa en el núcleo mismo de la religión.
Para pertenecer a la Iglesia, como también a cualquier organización religiosa, la libertad es el elemento fundamental: nadie puede pertenecer a ellas en modo obligado. Es la libertad personal la que hace valiosos nuestros actos. Jesús de Nazaret nunca obligó a nadie a seguirle: le seguía el que quería y no se dedicaba a anatematizar a quien no lo hiciese. Recuperar este principio se lo debemos al monje alemán, por eso él le llamaba Reforma y no Novedad.
Pero hay más, y esto lo añado de mi cosecha, si algo es la religión es precisamente eso: descubrimiento y potenciación de la libertad. Si no se es libre no se puede amar a Dios. La religión no puede ser opresión ni miedo, solo puede ser libertad. Quien más ama la libertad de cada persona es Dios. Dios nos ha hecho libres. En su límite, libertad y amor se identifican, y en su culmen todo amor es amor a Dios.