La política es el lugar de la decisión sobre la sociedad humana, sobre las grandes o pequeñas reuniones humanas que se constituyen en unidad. Es por tanto el lugar de la concepción de la sociedad, de su organización y de su administración, es el lugar de la autoridad. La autoridad en una comunidad es algo que nos encontramos dado, debemos obedecer a multitud de normas y nuestro encuentro con estas hace surgir en nosotros variedad de emociones. El punto central es la aceptación de la autoridad que nos impone esas normas. ¿Qué justifica la autoridad y el poder?
Las ideas básicas sobre la política fueron ya discutidas y elaboradas por los griegos. Quizá es su mayor aportación a la cultura y las formas políticas de la actualidad siguen siendo herederas de su elaboración.
Para Aristóteles el ser humano es un animal político, que se organiza en un grupo orgánicamente estructurado y donde es natural el fenómeno de la autoridad y el nacimiento de la idea de bien común. Para Aristóteles la Polis es un sujeto con derechos y obligaciones, igual que la familia. En esto sigue a Platón, que ha puesto como centro de la república la justicia. El justo reparto de cargas y obligaciones y de derechos. Al final para ambos la comunidad humana tiene una esencia moral. Sin esa esencia la convivencia se corrompe y el fenómeno de la autoridad degenera.
El gran tema es la justificación de la autoridad y para ambos la democracia, que respeta la voluntad de los ciudadanos es la sociedad más justa. Idea que tardará siglos, hasta la revolución francesa, en volver a aparecer, y seguramente la historia puede escribirse alrededor de esa idea y por tanto de la concepción de la autoridad.
Realmente cómo se constituye la autoridad es el elemento fundante de cada comunidad y grupo político. Queda ya fijado desde Aristóteles que el gobierno de uno solo es tiranía, el de un grupo es oligarquía y el de todos es democracia, yendo en un sentido ascendente de justificación moral de la autoridad. Podemos analizar los gobiernos actuales, incluso los que se declaran formalmente democráticos, desde este prisma y nos siguen saliendo muchas cosas interesantes.
Detrás está la idea básica de la dignidad de cada persona humana y de la afirmación de su libertad, que tiene un punto central en la política, es decir en el modo concreto en que se organiza y en las decisiones que se toman en su comunidad. Sin libertad política en realidad no hay libertad humana.
La pregunta fundamental y quizá no siempre bien respondida es: ¿qué lleva a obedecer a la autoridad de su comunidad a una persona humana? Es decir, qué hace que obedezcamos y que entendamos la autoridad como legítimada para mandar. Este es el meollo de todo lo que se denomina política.
Llevando la pregunta al terreno emocional quizá las disyuntiva queda más clara: se obedece por miedo o se obedece libremente persiguiendo un logro. La respuesta que sitúa al miedo en el centro de la esfera política está presente a todo lo largo de la historia, aunque es especialmente Hobbes quien afirma que es su centro. Es una respuesta que no justifica la autoridad sino que toma nota de su existencia como un dato de hecho. Es una autoridad transformada en puro poder, ante el que el ciudadano deja de serlo para convertirse en súbdito, en alguien que obedece obligado por el miedo, es decir para no perder su seguridad.
Solamente cuando la persona considera las decisiones políticas como logro, es decir cuando se pasa del nivel de seguridad de la pirámide de las necesidades de Maslow al de las necesidad de logro es cuando política y libertad personal se unen. La pérdida de esta libertad genera un enfado, una indignación en los ciudadanos que es la fuerza que genera el cambio y la recuperación de la libertad perdida. El nacimiento natural de la indignación al sentir que otros toman por nosotros decisiones que nos competen, sería una prueba del origen natural de la idea de que cada persona tiene que poder decidir lo que le atañe, también en política.