Se puede definir el pudor sexual como pudor del cuerpo respecto a las partes y órganos que determinan el sexo. El vestido, en este caso, puede servir tanto para ocultarlos como para ponerlos en evidencia. El pudor no se identifica de manera sencilla con mayor vestido (aunque si hay una correlación), ni el impudor con la desnudez (tenemos el ej. de esas tribus de la zona tropical que llevan caracteres sexuales descubiertos, por motivo del clima, y el taparlas origina la reacción de una mayor atracción física).
Se puede afirmar, por tanto, que el pudor consiste en ocultar los valores sexuales en la medida que estos se constituyen en la conciencia de la persona como objeto de placer.
El pudor tiene, por tanto, una dimensión que es a la vez subjetiva y cultural. Depende de cada persona (no reaccionamos igual ante los valores sexuales y nuestro modo de hacerlo constituye una parte importante de nuestro estilo personal) y del entorno cultural (basta pensar en 1920 y ahora). Luego el pudor es variable según el tiempo, el lugar y la persona.
El pudor tiene también una dimensión objetiva que viene marcada por la expresión convertir la persona en objeto de placer. Por encima de las variaciones, marcadas por moda, tiempo, educación, situación (en la playa o en la iglesia) siempre hay esta realidad subyacente: la persona se resiste a ser considerada un objeto de placer (o no resiste, es decir quiere ser considerada un objeto de placer, estamos entonces frente al fenómeno del impudor, las partes sexuales del cuerpo vienen entonces puestas en evidencia y el acercamiento es explícitamente sexual). Sartre y su manera de considerar objetivante la mirada del otro es muy importante en este punto. La mirada objetivante tiene un peso determinante en el fenómeno del pudor.
Ahora es necesario reunir pudor que protege la intimidad y pudor sexual. «Con el pudor el ser humano manifiesta casi ‘instintivamente’ la necesidad de la afirmación y de la aceptación de su ‘yo’ según su justo valor. Lo experimenta tanto dentro de si mismo, como hacia el externo, en frente del otro. Se puede por esto decir que el pudor es una experiencia compleja en el sentido de que, casi alejando un ser humano del otro (la mujer del hombre), busca a la vez su acercamiento personal, creando una base y un nivel idóneo para este acercamiento» (Karol Wojtyla, Uomo e donna lo creo, 68). El pudor por así decir garantiza que no somos objeto y cuando el acercamiento es sexual y por tanto la persona es vista como objeto sexual que ese acercamiento se hace en un contexto que garantiza el yo de la persona.
Por lo tanto en el centro del pudor está la percepción del ser humano de verse como objeto de deseo y su negativa o no a permitirlo, dependiendo en un determinado entorno cultural de la consideración de la intimidad. Intimidad es lo que cada uno considera que es. El pudor cae cuando cesa el temor a verse tratado simplemente como objeto de placer.
Desde este punto de visto, refiriéndonos al vestido, podemos decir que lo significativo no es la desnudez sin más, sino el desnudarse en actitud de ofrecimiento. El ofrecimiento del sexo se da(o no) en un contexto de aceptación de la persona. Ese gesto externo significa una realidad interna: entrega, abrirse a la otra persona para darle la propia intimidad: todo lo que la persona es (o no, ofrecerse solamente como objeto). Esta posibilidad de donación de la persona, que es lo que regula el pudor, es el significado natural de la entrega sexual.
Es decir, la dimensión sexual está en el centro de la intimidad de la persona, está en el centro de la actitud de ofrecimiento. La apertura de la sexualidad significa en su centro apertura de la intimidad y por tanto de la persona misma.
Por supuesto existe la posibilidad de sexo sin intimidad, en tal caso ambas personas se abren una a otra en su dimensión de objeto (de placer) y por tanto no abren la intimidad, al menos expresamente. Este tipo de sexo no es donación y limita fuertemente la comunicación personal, precisamente porque la persona, su intimidad es escamoteada en la relación. No interviene el ser de la persona más que marginalmente, sino su hacer. En la misma medida en que ser y hacer están separados y puedan mantenerse separados es posible también mantener una relación entre seres humanos que se relacionan como objetos.