Solo hay tres posturas existenciales posibles ante lo que nos sucede: huir, ser espectador, comprometerse. Bueno, se podría decir que hay una cuarta, la indiferencia, pero eso es ante algo que no nos sucede, que no ha entrado en nuestro mundo, que no ha despertado nuestro interés. Así que insisto, hay 3 actitudes ante algo que nos sucede.
Huir es salir corriendo, pasar de largo, no detenerse, como ante un pobre de la calle. Si siempre pasamos de largo, nunca sabremos nada de lo que le sucede. Huir es pasar de largo sin responder a eso que nos ha llamado la atención. Si actuamos así, pasamos por la vida sin vivirla. Podemos pensar que es indiferencia, pero eso es un modo de cubrirnos. Indiferencia es cuando no lo hemos visto o lo hemos visto tan distraídos con por ejemplo nuestra conversación que no ha captado nuestra atención. Si aceleramos algo el paso o nos alejamos un poco de ese pobre que pide, estamos huyendo. Huimos cuando no queremos ver algo, y no queremos vernos porque no queremos implicarnos. Hay algo de absurdo en no querer ver, ya que si no queremos verlo es que lo hemos visto.
El espectador, se detiene, observa, pero no se implica, se mantiene al margen. Quiere ser solo observador, es decir, no quiere ser parte del paisaje, solo observarlo.
Esta postura no es estable. La «visión» de las cosas conlleva una acción. El sentimiento proporciona una información, que está conectada con una acción. Emoción y acción están conectados indisolublemente. Por tanto, el observador o se implica o se va (huye).
El observador permanente, que no se implica, está retratado en «El extranjero» de Camus: alguien que mira las cosas, le interesan, pero siempre acaba pasando de largo, no se compromete, y por tanto en realidad no vive las cosas y tiene que retorcer sus sentimientos para que no digan: ¡actúa! Como imagen del espectador utilizo el turista: alguien que ve las cosas, que le gusta verlas, pero que no las hace suyas, lo suyo es su propia tierra, las demás solo las visita, las conoce con esa visión que puede adquirir un turista, no la del que vive y trabaja y sufre allí. El turista no sufre por las tierras que visita, si hay dificultades sencillamente se vuelve a su tierra porque no es su problema. Si sabe que va a haber problemas sencillamente visita otro destino que no los tenga. El turista no resuelve problemas, los huye.
La tercera postura: comprometerse, implicarse. Se viven las cosas, porque se participa en ellas. El precio es que hay que dejar parte de la vida en ellas. Vivimos aquello en lo que nos comprometemos. Montañero es quien sube la montaña, quien la ha subido muchas veces, no quien llega a la cima en helicóptero. Este ejemplo es muy claro para mí. Si te suben en helicóptero a la cima de una montaña, no conoces la montaña, no conoces sus caminos, su pendientes, sus piedras, sus plantas, no te has comprometido con ella, en resumen, no te haces montañero, solo viajero de helicóptero y con mucha probabilidad a la tercera cima visitada dirás: ya he visto muchas cimas, hagamos otra cosa. Mientras que al montañero le gusta la montaña y hará siempre planes para visitar otra cima. El montañero está comprometido con la montaña, la ha hecho parte de su vida, por eso ser montañero es parte de su definición como persona, pertenece a su ser. Los compromisos se nos incorporan, son parte de lo que somos como personas. Los compromisos, para bien o para mal, nos construyen.