Me voy animando a escribir sobre películas desde el punto de vista de la antropología emocional y me parece algo interesante porque somos un hilo biográfico construido por nuestros sentimientos y vivencias, y eso lo recogen muy bien muchas películas.
Recientemente he visto la película «La Duquesa», basada en la novela biográfica de Amanda Foreman sobre la vida de una aristócrata del siglo XVIII, Georgiana Cavendish, duquesa de Devonshire. Está protagonizada por Keira Knightley en el papel de la duquesa y por Ralph Fiennes. Aunque Keira Knightley hace un papel soberbio sobre el que gravita la película, a mí me ha gustado aún más el papel que hace Ralph Fiennes, porque con muy pocos elementos consigue tensionar la cuerda de la tragedia.
Además hay otros dos personajes importantes como la amante del duque, Lady Elizabeth Foster, Bess, y el amante de la duquesa, Lord Charles Grey, futuro Primer Ministro. Además hay otro personaje clave, presente transversalmente en toda la película, y causa de las desventuras de la duquesa: la casa de Devonshire.
Quien pone la Casa de Devonshire en la escena es precisamente el duque, en cada una de las apariciones que hace. El duque es frío, formal, increíblemente formal, no muestra sentimientos, salvo en alguna tímida ocasión. Muestra siempre ser EL DUQUE, así con mayúsculas, responder a la “grandeza” de la Casa de Devonshire, institucionalizado dentro de ducado y sus obligaciones, a las que personifica sin salirse de ellas ni un milímetro. Vive dentro de su máscara, como un funcionario identificado con su función.
La duquesa es alegre, vital, un ovillo de sentimientos, conecta con las personas, tiene ilusiones, se compromete, es creativa y busca el amor con todo su impulso de persona humana. La duquesa se implica y comente multitud de errores, se mete en el juego de azar y pierde, se mete en política y quiere mejorar las cosas y moviliza a la gente. Se mete en la moda y es el icono de la época. El único lugar en el que no sabe manejarse es en la casa de Devonshire.
Hay un momento clave en que Charles Grey, su amante, le propone matrimonio y Georgina, la duquesa, demasiado atrapada por sus hijos dentro de la Casa de Devonshire, no puede aceptar. No va a ser capaz de salir de toda esa formalidad, de todas esas normas escritas y no que la ahogan, que la asfixian, que no la dejan vivir.
La Inglaterra que se describe en el trasfondo, no es una sociedad de iguales, y la Casa de Devonshire es el símbolo que mantiene esa desigualdad. Que el duque es el duque aparece en todo momento, no muestra su humanidad en situación alguna, muestra siempre su posición y su autoridad. Podemos decir que el duque personifica la Casa de Devonshire y su posición de primacía.
El duque es institución, la duquesa corazón, sentimientos. El duque sabe siempre que tiene que hacer, la duquesa duda, se equivoca. El duque no vive su persona, vive impersonando la institución en la que ha nacido. La duquesa lucha por vivir, ama de verdad, se alegra y juega con los niños, se divierte con sus amigos. El duque solo tiene un interés, la Casa de Devonshire; la duquesa es curiosa, abierta, se interesa por todo, por la política, por la moda, por la vida en Inglaterra, por las personas que conoce, por la marcha de una reunión.