La entrada anterior ha terminado situando el centro del embrollo se encuentra en lo que se denomina “vida”. Pienso que sólo superficialmente hemos aceptado que el espectador vive la película y el analista no. O mejor dicho, confundimos vivir la película con vivir en general, con el significado general de la palabra vida.
Hemos aceptado que vivir la película es recibir, o mejor percibir en uno mismo las emociones que la trama de la película despierta en sus protagonistas. Desde este punto de vista una película, en general un espectáculo, es tanto mejor en la medida en que es capaz de despertar en el espectador sentimientos y emociones que corresponden a una acción dramática, a un cierto tramo de vida que tiene las características de ser ejemplar, es decir de ser vivido por muchos.
Pero lo que es evidente es que esas emociones o sentimientos que la película suscita no son los que corresponden a la vida del espectador. El turista (el espectador de cine con actitud de turista) se define precisamente por ser alguien que lo que busca es interrumpir, por así decir, su vida y para ello se mete en otra. Lo importantes es este meterse en la vida: el proceso de identificación. El turista se identifica con lo que ve. Busca lo que se llama una «aventura»: vivir las emociones de una vida que no es la suya, pero que hace suya identificándose con ella.
Esto necesita una matización. En realidad lo que hace es vivir las emociones, mejor todavía, algunas emociones y sentimientos de otra vida. ¿Por qué hago esta precisión? Porque es obvio que al espectador no le pasa en la realidad lo que sucede en la película. Entre otras cosas porque la película es un relato que para serlo, obvia montones de situaciones que en la vida real se dan, resumiendo: es una simplificación de lo que sucede, de la realidad. La película escoge unos momentos que nos explican ese momento narrativo significativo y omite otros, por ejemplo, cuando duerme o cuando va al baño, etc.
Terminada la proyección, el espectador dirá si le ha gustado o no en función de las emociones suscitadas, incluso dirá que le ha gustado mucho si han sido intensas, si incluso ha llorado. Inevitablemente, sin embargo, se ha terminado y hay que pasar a otra cosa. Precisamente por eso podemos decir que en realidad no la ha vivido. Un turista, vista la cosa se va: no está comprometido con el tema. Quería simplemente pasar un rato de diversión y basta. En realidad lo que ha hecho ha sido interrumpir su vida para simular vivir otra esquematizada y fin de la sesión, vuelta a la propia vida. O búsqueda de nuevas emociones, ya que las emociones son por si mismas efímeras, solo duran el instante; es decir, permanecen mientras dura el efecto de la fuente que las produce, después, si se quiere seguir emocionándose, se debe buscar otra fuente de emociones. Desde la actitud del espectador las emociones no se agarran a la carne.
No hace falta excesivamente aclarar que esto tiene sus aspectos positivos: sin entrar en más profundidades digamos que la diversión (el salir de la propia vida, que eso significa etimológicamente) es parte del descanso, es decir es una necesidad o limitación de un ser que es material. Todos necesitamos hacerlo; es decir, todos necesitamos ser turistas de vez en cuando, interrumpir la trama de la propia vida, dejar los problemas, los compromisos. Precisamente por esto, el turista es anónimo, para ser turista hay que prescindir del rol, de la función que se desempeña en la vida. Se hace turismo justamente para poder durante ese tiempo no llevar encima la responsabilidad que la vida habitual comporta.
Además el turista vive el fenómeno de la identificación, de la simpatía en sentido técnico: las emociones de la pantalla hacen resonar las emociones propias, las verdaderamente vividas y este fenómeno de simpatía (no de empatía) hace que pueda elaborar las emociones vividas, la tristeza de una pérdida, la inseguridad de perder un trabajo, ya que también lo ha perdido. De este modo puede elaborar el propio relato personal, al poderlo proyectar, al poderlo sacar, al verlo reflejado.
A la vez también podemos observar que, llevada al extremo la actitud del observador; es decir, cuando se es sólo turista, puede producirse un efecto curioso: el no vivir una vida propia, el tenerla a pedazos, calcando trozos de vida de los demás, una vida que es como un mosaico hecho de piezas copiadas, nunca creación propia.
Nos podemos preguntar qué efectos produce esa situación en el sujeto que vive (no-vive) así, es sujeto que vive vidas ajenas y no la propia. O sea nos preguntamos cuál es la situación del turista completo, de la persona que ha hecho de la actitud del turista el centro de su vida. Una persona que no tiene vida propia y que tiene la necesidad de buscar identificaciones en que fijarse. Esta situación es más general de lo que se piensa en la sociedad. La fama es el fenómeno que vehicula esta situación: identificación con vidas ajenas, y la fama tiene una gran fuerza en nuestra sociedad, cabría preguntarse porqué.