En el ahora no hay conquista, sólo amor. El ahora no se abre a la fuerza, sino al amor. El amor es la única fuerza capaz de arreglar el mundo. No hay violencia capaz de poseer el presente. Es más, para vivir en el presente hay que renunciar, así, renunciar expresamente a todas las violencias. En la llave del presente están incluidas todas las llaves; en realidad es la única llave que vale la pena. Frente a ella todas las demás son huidas. El que trata de vivir en el futuro, en realidad huye del presente, por eso no logra nada.
El que vive en el futuro renuncia al placer del instante: “lo tendré más adelante”… El que vive en el futuro lo hace sobre la voluntad y la imaginación. La imaginación dibuja el futuro deseado: la utopía; la voluntad lo intenta traer a la realidad. El que vive en el futuro piensa que está en la razón, pero la razón sensata cierra su juicio ante el futuro, sabe que no lo conoce.
Por su parte el instante cierra y sólo vivo el momento actual. Pero sólo hay encuentro cuando yo mismo estoy presente, cuando toda mi vida está metida: pasado, presente y el futuro en proyecto, en realidad, cuando no me cierro a nada, cuando me abro. No vivo el presente si no soy consciente de mi mismo, si antes no me he hecho consciente de mi soledad. El que vive el instante está solo, porque el encuentro lo hace sin estar él: su vida está ausente, pasado y futuro han sido seccionados. Tener la vida en presente, asimilada, aceptada… “¡qué difícil es eso!”… “¿hay algún encuentro pleno en la realidad?”. El encuentro es abrir la propia vida para dejar entrar. En la medida en que no puedo abrir, no dejo entrar y en esa misma medida estoy solo. Mi soledad tiene la misma dimensión que mi incapacidad para el encuentro, para abrirme, para tenerme presente.
El presente se encuentra allí donde el verbo estar y ser se juntan, en el punto de unión de ambos. En el presente se está, pero es un estar que se trasforma en ser. En el presente no solo estamos, somos. Si no somos, no abrimos el presente. En el instante solo se está, no se es. Por eso el presente permanece, el instante pasa: tempus fugit, está marcado irremediablemente por el signo de lo caduco, de lo transitorio, de lo calidoscópico, de lo inaferrable. En el futuro ni siquiera se está, se imagina uno que se está. Por eso quien vive en el futuro, vive en la utopía, que es lo mismo que decir que no vive.
Presente y presencia van unidos. Uno es la dimensión temporal, el otro la sustancia. Sólo hay presencia en el presente. En el instante no hay presencia, sólo nos vemos a nosotros, que ni siquiera estamos; nos vemos como en un espejo, en una figura refleja, no real. En el instante la realidad no se abre, la presencia se opaca. En el futuro tampoco hay presencia: hay un mundo imaginado, que da de si las posibilidades de mi cabecita (o la de quien lo imaginó), por tanto la de la experiencia recibida. Por eso quien vive en el futuro, en realidad vive en el pasado: en los materiales almacenados por su experiencia, que por amplia que sea es siempre, sin comparación, mucho más, muchísimo más, estrecha que la realidad. El futuro es lo más lejano a la realidad, más que el instante. Quien vive en el futuro vive alienado, enajenado en un mundo hipotético y angosto.
En el presente llego a los demás: en la medida en que me abra para el encuentro me abro al otro, le proporciono un sitio donde poder estar y ser él mismo. En el presente respeto al otro. El respeto es condición ineludible para entrar en la realidad. El futuro imaginado es estrecho porque no respeta: se parte de la propia voluntad conformadora. En el instante tampoco hay respeto, por no pararse: no hay sosiego para escuchar, hay lo contrario: “desconectadores”.
Por originarse en el respeto, el encuentro es siempre recíproco. Tiende a expandirse por los espacios que se le conceden. Si me abro ayudo, no sólo enseño, ayudo a los demás a abrirse. Sólo el que ama enseña a amar. En realidad en esto no hay teoría, sólo práctica. La práctica engloba la teoría, la fecunda, la certifica. En el presente no hay utopía, hay realidad. Al vivir mi presente, descubro el presente a muchos, porque el presente nunca se vive solo.
Cuando busco la belleza busco el presente de cada persona, su realidad. Ahora veo que ambas cosas van unidas. Buscar la belleza es buscar el presente de cada uno y regalárselo, no quedármelo, regalarlo. La tentación es quedarse en el presente descubierto, pero no es nuestro. Sólo cuando busco la belleza puedo abrir el presente, porque sólo cuando se renuncia a poseer el presente, se puede vivir el presente … ¿no he dicho que había que renunciar al control? … y poseer qué es, sino control. Por eso el presente no se tiene, se regala.
La Belleza infinita sólo se le encuentra cuando el encuentro con uno mismo es total. Por decirlo más claro: en la plena verdad de la propia vida. En una vida que ha superado el dilema del tiempo, que posee el pasado en la paz y se proyecta al futuro en la esperanza; o lo que es lo mismo, en el presente, la Belleza infinita es el presente. Solo encuentro la Belleza infinita cuando el tiempo de mi vida es mío, en la medida en que es mío y vivo en él. En la medida de la verdad de mi vida puedo encontrar a la Belleza infinita y esa es la misma medida en la que puedo hacer encuentros y la misma en que estoy presente a mí mismo.
La distinción más clara entre instante y presente es que el instante es discontinuo y el presente continuo. Quizás por eso el instante se hace insaciable, es: “si, no, no, no, no…” hasta encontrar otro si, de modo que la avidez por este sí, que se vuelve incierto, es cada vez mayor. Precisamente por eso el camino del instante lleva al control. ¿Qué es sino la avidez? … un afán de control en crecimiento; y, como sucede a todos los controladores, al final no se sabe quién es el controlado. El control es un instante de control y una continuidad de ser controlado. Por un instante de control hay que pagar con el sometimiento a la esclavitud.