Hay un tema muy interesante relacionado con nuestro ambiente afectivo, o mejor debería decir con el nicho afectivo en el que nacemos y que nos configura emocionalmente, eso que llamamos hogar. Me refiero a la facilidad o no de cambio.
Existen dos realidades que parecen opuestas y ambas relacionadas con nuestros sentimientos.
La primera realidad es que nos sentimos a gusto en lo nuestro, en el sitio donde hemos vivido, en la ciudad o pueblo al que pertenecemos, en el país del que somos, hablando nuestra lengua, escuchando la música de nuestra adolescencia, etc. Esto es algo totalmente natural, es más lo que nos permite sentirnos en casa, tener un hogar.
Hogar tiene que ver con sentimientos, sentimientos que conforman las raíces de nuestra vida, aquello donde nos sentimos a gusto, lo que nos es familiar. Esto es algo tan comúnmente compartido que, en una entrevista, que aparece en el catálogo IKEA 16-17 (p.95), Mohammed, un músico sueco responde a la pregunta: “En tu opinión, ¿qué hace que una casa sea un hogar?”: “Probablemente el sentimiento de familiaridad, sí, creo que es eso.”
El hogar, por tanto, lo determinan nuestros sentimientos, sentimientos que determinan en gran medida lo que nos gusta, dónde nos sentimos bien.
El hogar, por tanto, lo determinan nuestros sentimientos, sentimientos que determinan en gran medida lo que nos gusta, dónde nos sentimos bien, el lugar donde no tenemos que estar a la defensiva, no tenemos que estar alerta. Por el contrario, todo sitio nuevo, desconocido, siempre tiene algo de inhóspito, de peligro posible: no estamos en casa.
Resulta claro que, en nuestra evolución como especie, los sentimientos al determinar el sitio donde estamos seguros, al delimitar el hogar, han jugado un papel de primera línea en definir nuestra especie tal y como es actualmente, y han asegurado su supervivencia.
La segunda realidad no tiene los mismos efectos positivos. El hogar, dibuja lo conocido, lo propio, pero también dibuja una zona de comodidad, de la que puede resultar complicado salir cuando uno se ha habituado excesivamente a vivir en ella. El equilibrio de la vida es un equilibrio entre lo conocido y la exploración, entre el hogar y lo nuevo.
La vida, las cosas, las personas, todo evoluciona y cambia, solo hay que mirar fotos propias hechas, pongamos, cada 10 años y recordar las circunstancias que vivíamos. Invito a hacer la experiencia, que es muy ilustrativa. Una de la infancia, donde vivíamos, el colegio, los compañeros, luego otra de la universidad, de los inicios del trabajo profesional con nuevos amigos y nuevas experiencias, … Este recorrido emotivo de la propia existencia ayuda a ver cómo nos ha cambiado la vida, que circunstancias tan diferentes hemos atravesado.
Ahora viene el punto importante: puede suceder que en muchas cosas nos encontremos que seguimos viviendo en lo que vivimos cuando teníamos entre 15 y 20 años y que no nos movemos de ahí, nos parece lo bueno y, claro, los años han pasado y aquel mundo ha ido poco a poco desvaneciéndose y solo queda nuestro recuerdo y quizá, y esta es la dificultad, nuestra dificultad de entender el presente.
Puede pasar que sean muchas las cosas que nos van resultando extrañas, inhóspitas, alejadas de lo que nos es familiar, hasta llegar a darse la realidad de que vivamos en un mundo extraño, que no es el nuestro… «¿qué ha pasado con mi mundo que me lo han cambiado?».
Lo familiar, el hogar es importante, el cambio también. Hay que salir constantemente de la propia zona de comodidad, hay que seguir cultivando la curiosidad, el interés.
Lo familiar, el hogar es importante, el cambio también. Hay que salir constantemente de la propia zona de comodidad, hay que seguir cultivando la curiosidad, el interés. Qué bonito sentimiento es la admiración, admirarse de las cosas, verlas nuevas. Curiosamente quien no cambia, quien se queda en su terreno conocido es porque todo lo ve conocido, nada despierta su interés. Atención cuando la admiración por las cosas desaparece de nuestra vida. La admiración nos abre a lo nuevo, si hasta nos abre la boca, con la ingenuidad del niño, al que con un poco de estar de vuelta le decimos: «¡cierra la boca, que se te cuelan moscas!», ¡qué pena cerrar la apertura al cambio!
QUE DIFICIL, UNO VIVE EN UNA CONYUTURA DE TODO LO PERMITIDO, NADA TIENE LIMITE, Y EN LA FAMILIA NADIE TIENE LA AUTORIDAD TODOS TIENEN DERECHOS EXPRESARSE
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Hola Hermana María Aurelia, el comentario suena absoluto: todo, nada, nadie, todos, son términos que reflejan absolutos y desde ahí dibujan un espacio invivible. Desde el punto de vista emocional eso apunta a un miedo o un enfado. Me encantaría que pudiésemos hablar.
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