En defensa de niñas y niños

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Este verano me ha sucedido encontrarme por la calle varias veces con riñas de padres o madres a sus hijos en diferentes situaciones. He visto hasta cachetes o mejor, bofetadas. Una madre enfadada con su hija porque se va distraída por la calle y ella, la madre, tiene que estar pendiente; un buen enfado, lleno de gritos y recriminaciones. En otro caso de un padre a un hijo mayor, bueno de unos 9 años, porque no ha estado pendiente de su hermano menor. En varias ocasiones porque no iban suficientemente rápidos o no han reparado en que hay mucha gente por la calle y se pueden perder.

En todos los casos los sentimientos del padre o madre son los que mandan en la situación: el miedo a que se pierda o a que lo pille un coche u otros, que genera varios gritos y una situación de violencia que el niño no entiende, porque no es quien siente el miedo.

Bastante habitualmente un miedo tapado por un enfado. Enfado que el niñx percibe, un enfado contra él/ella que le hace sentir miedo y retraerse y adaptarse a lo que el padre/madre quiere, aunque solo sea para no perder la relación que es clave para él/ella. El hijo que queda obligado a adaptarse quiera o no al sentimiento del padre/madre.

En los casos que he visto llama la atención la ausencia de empatía con el niñx, una nula adaptación a un niño paseando por la calle con su curiosidad a flor de piel, su descubrimiento del mundo… recibido como exigencia de adaptación a las necesidades del adulto.

Debemos cambiar radicalmente nuestra forma de educar, en realidad nuestra forma de relacionarnos con nuestros hijos, con los niños en general. Los niños o comprenden lo que pasa o son tan pequeños que no lo comprenden aún, en ambos casos partir solo de los propios sentimientos para dirigirnos a ellos los deja de lado, los ningunea. Actuamos como si no existiesen como personas. Si no entienden la situación no tiene sentido enfadarse con ellos y si la entienden entonces lo que hay que hacer no es hablarles de modo airado sino razonarles lo que pasa, porque pueden entenderlo. Hay que tener pausa para esto y también ser consciente de lo que sentimos.

Desde saber qué sentimos, confiar en nuestros hijos, en que tienen capacidad para entender y adaptarse a lo que pasa y que solo necesita que tengamos la pausa necesaria para atenderles y explicarles. Dialogar con ellos, irles haciendo llegar la información y confiar, confiar. Nunca maltratar. Casi nunca gritar, y si sucede alguna vez, no somos perfectos, con explicación, «te he gritado porque estoy o estaba nervioso porque llegamos tarde y es importante para mí». Ojo, muchas veces lo que pasa es precisamente esto: tenemos prisa, debemos llegar a un sitio y el niño es un estorbo… te pido en que te fijes en que en tal caso acabas de considerar al hijo un estorbo… esta es una buena detección. Convertido en problema, tu hijo no recibe la atención y cariño que necesita. No recibe el reconocimiento y la empatía que necesita.

En resumen, hay que cambiar el modo en que nos relacionamos con nuestros hijos, por supuesto nunca, absolutamente nunca, la violencia física, también dejar los gritos y la agresividad, y comenzar el camino de la empatía y el reconocimiento de su valor y capacidad como personas.

Desde hoy inicio una campaña para cambiar ese comportamiento como adultos, para que nuestros hijos reciban ese trato cariñoso y sobre todo ese respeto que los potencia como personas en todo momento. Es algo necesario para la felicidad de la infancia, para el adecuado desarrollo de cada niño y niña.

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