Hay un tema muy interesante relacionado con nuestro ambiente afectivo, o mejor debería decir con el nicho afectivo en el que nacemos y que nos configura emocionalmente, eso que llamamos hogar. Me refiero a la facilidad o no de cambio. Sigue leyendo
cambio
3º fase de la meditación: la autenticidad y el diálogo
Hemos indicado que el nivel del autodominio establecía un primer nivel básico de autenticidad que consiste en aceptar y conocer nuestras tendencias más profundas, nuestros sentimientos, nuestras emociones más recónditas. Este reconocimiento de nuestras tendencias y sentimientos profundos constituye la honestidad. Ahora damos un paso más en el recorrido de la autenticidad: la manifestación externa de eso que hemos descubierto internamente. La revelación de nuestro yo profundo y muy real.
La autenticidad no se detiene solo en el autoconocimiento, requiere la revelación de ese autoconocimiento, requiere un diálogo con los demás sobre nosotros mismos. Para la autenticidad es necesaria una cierta transparencia, comunicar y comunicar con verdad. Este nivel de comunicar a otras personas nuestros sentimientos, lo que aflora a la conciencia de nuestra intimidad es la sinceridad. Luego la autenticidad requiere honestidad y sinceridad.
La sinceridad sola, sin honestidad, sin saber que se siente, sin el contacto con la realidad que supone contrastar con nosotros mismos, puede ser, y en mi experiencia muchas veces lo es, un cuchillo. Hay sinceridades que son sencillamente agresiones sin la humanidad del contraste personal. Es una objetivación de datos que no son engarzados en un contexto humano y sencillamente agreden. La medida del hombre y de la mujer no es la objetividad del dato, sino la realidad de otra persona. Para hablar de los demás, de sus cosas nos tenemos que tener presentes a nosotros mismos y, por tanto, a nuestras debilidades y nuestros errores. Desde ahí sí que podemos hablar. Luego sinceridad con honestidad, sinceridad con conocimiento de nuestras tripas.
Me gustaría hacer una ulterior aclaración. Hay una autenticidad que consiste en decir la verdad sobre uno mismo. Esta autenticidad es hacia todos. Somos una palabra que se expresa y es muy importante que esa palabra sea verdadera. Sin embargo no tenemos ni de lejos la obligación de decirlo todo a cualquier persona que nos interrogue. Que hablemos la verdad sobre nosotros, que nos presentemos como somos, que tengamos la suficiente personalidad para hacernos presentes tal cual somos, es desde luego una característica de la autenticidad. Pero eso no impide que hablemos de determinadas cosas solo con aquellas personas en las que confiamos. Esta sería la parte del diálogo. El diálogo real y profundo sobre uno mismo se establece en la confianza y por lo tanto no con cualquiera, sino con aquellas personas que, precisamente, vemos que nos aceptan como somos. El diálogo real se establece entre dos personas auténticas, es decir, según hemos visto arriba, honestas (que se conocen) y sinceras (que dicen lo que sienten).
Luego se trata de dos aspectos diferentes. El primero presentarnos como somos, tener la suficiente autoestima para no tener que ocultarnos (autenticidad). El segundo es dialogar con aquellas personas con las que confiamos sobre aquello que resulta importante para nosotros. La persona es relación, ya lo vimos en Buber, somos un ser creado para el encuentro, un ser que vive y se realiza en relación, y el diálogo se descubre como el vehículo necesario para la relación. El diálogo es un elemento humano básico del que no podemos prescindir en nuestro crecimiento personal.
En ese diálogo con un amigo, no se busca solución para los problemas concretos, laborales, personales o del tipo que sea, lo que se busca es contarlos para comprenderse a sí mismo mejor en ellos, para hallar el enfoque personal adecuado, busca hablar para descansar, porque sólo con un amigo se siente comprendido a fondo, estimado, valorado, porque necesita oír las valoraciones sobre sí mismo en otros labios, que vengan de fuera. El diálogo es el camino hacia la paz, donde todas las cosas encuentran su sitio.
El diálogo se hace en el encuentro, cada diálogo con un amigo/amiga es una serie de encuentros (Alberoni). El diálogo es una relación discontinua, una serie de encuentros en las que se va «escribiendo» nuestra biografía, nuestra historia, se le da sentido a los hechos que nos han sucedido. En cada encuentro de diálogo se trenza el hilo de lo sucedido en nuestra vida y se proyecta el futuro.
El diálogo es una necesidad humana. El diálogo es un momento de meditación, de observación de la realidad desde la aprobación de nuestra persona, es la creación de un espacio cerrado donde se forja el sentido de la existencia.
2ª fase de la meditación: el proyecto de vida.
En esta segunda fase tratamos de la «libertad para» (a partir de libertad de autodominio conseguida en la primera fase) en su encuentro con la realidad externa. Para el hombre el encuentro con la realidad es siempre intencional. La «libertad para» es la que traza un proyecto, un acuerdo de fondo con la realidad.
Así como la «libertad de» se debate con los condicionamientos internos, la «libertad para» se debate con los condicionamientos externos. Los condicionamientos externos son múltiples: la época en que se nace (no es lo mismo ahora que en la edad media), el país (no es lo mismo nacer en Estados que en Etiopía), la familia en la que se nace, el padre y la madre concretos y los hermanos, la situación económica y social que se encuentra, la educación recibida, etc., en resumen, todo lo que depende de la situación histórica, familiar y de la libertad social y política, y que pueden condensarse en la ubicación, cultura y situación social recibidas.
¿Son condicionamientos o son oportunidades? Vistos desde su efecto sobre el individuo son el recorrido del aprendizaje o no. Todos los acontecimientos de la vida, pequeños y grandes, se convierten en aprendizaje o no, dependiendo de cómo se reciban, de su reflexión, de su volver sobre ellos, de aprender de ellos.
Además, y este es un aspecto importante, el aprendizaje permite la acumulación de experiencias: cada generación aprende de la anterior los comportamientos necesarios para su subsistencia. Cada nuevo proyecto logrado es una acumulación de experiencias. Ninguna persona comienza de cero, parte del bagaje recibido en su cultura, y desde luego no va a vivir igual que sus padres, igual que sus antepasados. Esto obliga a que cada individuo cambie, se encuentre en la disyuntiva de cambiar o aceptar lo que recibe. Tiene que cambiar lo que vea que no se adapta a su vida, lo que considere falso u obsoleto, sencillamente lo que no le gusta. La contestación de una nueva generación no significa rechazo sin más, es la nueva adaptación necesaria y lógica en personas libres con valores que han variado con respecto a los de la generación anterior. El cambio es la lógica de la vida. Las personas maduran cuando aprender a vivir en ese cambio, cuando viven cómodamente en el cambio (esta es una idea de Carl Rogers). El aprendizaje por tanto es cambio y acumulación nueva de experiencias con un logro, que es un avance.
Si nos fijamos un poco más a fondo, nos damos cuenta de que, desde el punto de vista personal, está comprometida su propia definición como hombre: ¿qué comportamientos definen el ser hombre, si estos han ido variando con las épocas y los lugares? ¿En qué consiste ser hombre? ¿Qué me va a hacer feliz a mí? ¿Qué hay de válido en lo que me han legado y qué hay de desechable? ¿Y cuál es la medida de evaluación para determinar eso?
La libertad nace así la capacidad de reflexión, de ponderación, de volver sobre lo hecho y de aprender, de cambiar el modo de hacer, de actuar. El hombre es libre porque puede separarse de su conducta y observarla y aceptarla o no, y en tal caso modificarla. La persona no se identifica nunca totalmente con lo que hace, cualquiera es capaz de decir: “eso” que yo he hecho, en lo que he participado activamente, no es totalmente yo, no me refleja plenamente, lo puedo mejorar. Ahí, en la capacidad de mejorar, en la posibilidad de cambiar, se encuentra la grandeza del hombre. Esa distancia de nuestra conducta la pone la «libertad de», el autodominio con la ayuda de la meditación.
Pero todo esto implica que el aprendizaje no es solo pasivo, debe transformase también en proyecto de la persona. Nuestra acción es siempre intencional, introduce novedad, lo que de nuevo haya visto la persona. Por eso el hombre tiene historia, va cambiando realmente, porque cada generación introduce con su libertad la novedad. Esto implica para cada persona individual que tiene que definirse, no puede hacer solo imitación. El imitador no es él mismo. Cada persona tiene que elaborar su proyecto, descubrir su finalidad propia. En realidad hay algo muy profundo en esta intencionalidad o finalidad personal, porque hay algo interno que le pide al hombre y a la mujer que su vida sea constructiva, que su intencionalidad lleve a algún sitio coherente.
El hombre y la mujer necesitan un sentido para su vida, necesitan algo que la llene. Sobre todo cada persona necesita proyectarse en el futuro, verse positivamente en el futuro, ver un futuro luminoso (con esperanza). Cada persona lo hace construyendo con su vida un proyecto personal coherente, un proyecto que introduce la novedad, novedad que procede de la misma esencia de la persona, de esa esencia que hace a cada persona alguien original y verdaderamente único. Esa novedad no se puede perder y el hombre y la mujer lo sienten en lo más profundo de su ser.