En esta segunda fase tratamos de la «libertad para» (a partir de libertad de autodominio conseguida en la primera fase) en su encuentro con la realidad externa. Para el hombre el encuentro con la realidad es siempre intencional. La «libertad para» es la que traza un proyecto, un acuerdo de fondo con la realidad.
Así como la «libertad de» se debate con los condicionamientos internos, la «libertad para»
se debate con los condicionamientos externos. Los condicionamientos externos son múltiples: la época en que se nace (no es lo mismo ahora que en la edad media), el país (no es lo mismo nacer en Estados que en Etiopía), la familia en la que se nace, el padre y la madre concretos y los hermanos, la situación económica y social que se encuentra, la educación recibida, etc., en resumen, todo lo que depende de la situación histórica, familiar y de la libertad social y política, y que pueden condensarse en la ubicación, cultura y situación social recibidas.
¿Son condicionamientos o son oportunidades? Vistos desde su efecto sobre el individuo son el recorrido del aprendizaje o no. Todos los acontecimientos de la vida, pequeños y grandes, se convierten en aprendizaje o no, dependiendo de cómo se reciban, de su reflexión, de su volver sobre ellos, de aprender de ellos.
Además, y este es un aspecto importante, el aprendizaje permite la acumulación de experiencias: cada generación aprende de la anterior los comportamientos necesarios para su subsistencia. Cada nuevo proyecto logrado es una acumulación de experiencias. Ninguna persona comienza de cero, parte del bagaje recibido en su cultura, y desde luego no va a vivir igual que sus padres, igual que sus antepasados. Esto obliga a que cada individuo cambie, se encuentre en la disyuntiva de cambiar o aceptar lo que recibe. Tiene que cambiar lo que vea que no se adapta a su vida, lo que considere falso u obsoleto, sencillamente lo que no le gusta. La contestación de una nueva generación no significa rechazo sin más, es la nueva adaptación necesaria y lógica en personas libres con valores que han variado con respecto a los de la generación anterior. El cambio es la lógica de la vida. Las personas maduran cuando aprender a vivir en ese cambio, cuando viven cómodamente en el cambio (esta es una idea de Carl Rogers). El aprendizaje por tanto es cambio y acumulación nueva de experiencias con un logro, que es un avance.
Si nos fijamos un poco más a fondo, nos damos cuenta de que, desde el punto de vista personal, está comprometida su propia definición como hombre: ¿qué comportamientos definen el ser hombre, si estos han ido variando con las épocas y los lugares? ¿En qué consiste ser hombre? ¿Qué me va a hacer feliz a mí? ¿Qué hay de válido en lo que me han legado y qué hay de desechable? ¿Y cuál es la medida de evaluación para determinar eso?
La libertad nace así la capacidad de reflexión, de ponderación, de volver sobre lo hecho y de aprender, de cambiar el modo de hacer, de actuar. El hombre es libre porque puede separarse de su conducta y observarla y aceptarla o no, y en tal caso modificarla. La persona no se identifica nunca totalmente con lo que hace, cualquiera es capaz de decir: “eso” que yo he hecho, en lo que he participado activamente, no es totalmente yo, no me refleja plenamente, lo puedo mejorar. Ahí, en la capacidad de mejorar, en la posibilidad de cambiar, se encuentra la grandeza del hombre. Esa distancia de nuestra conducta la pone la «libertad de», el autodominio con la ayuda de la meditación.
Pero todo esto implica que el aprendizaje no es solo pasivo, debe transformase también en proyecto de la persona. Nuestra acción es siempre intencional, introduce novedad, lo que de nuevo haya visto la persona. Por eso el hombre tiene historia, va cambiando realmente, porque cada generación introduce con su libertad la novedad. Esto implica para cada persona individual que tiene que definirse, no puede hacer solo imitación. El imitador no es él mismo. Cada persona tiene que elaborar su proyecto, descubrir su finalidad propia. En realidad hay algo muy profundo en esta intencionalidad o finalidad personal, porque hay algo interno que le pide al hombre y a la mujer que su vida sea constructiva, que su intencionalidad lleve a algún sitio coherente.
El hombre y la mujer necesitan un sentido para su vida, necesitan algo que la llene. Sobre todo cada persona necesita proyectarse en el futuro, verse positivamente en el futuro, ver un futuro luminoso (con esperanza). Cada persona lo hace construyendo con su vida un proyecto personal coherente, un proyecto que introduce la novedad, novedad que procede de la misma esencia de la persona, de esa esencia que hace a cada persona alguien original y verdaderamente único. Esa novedad no se puede perder y el hombre y la mujer lo sienten en lo más profundo de su ser.