«El amigo de mi hermana» dirigida por Lynn Shelton e interpretada por Emily Blunt, Rosemarie DeWitt, Mark Duplass, es una buena y tranquila película lejos del ritmo frenético de las películas de acción, que gustará a quienes les atraigan las relaciones humanas. Toda la película esta soportada por la conversación entre los tres personajes que intervienen. Su diálogo sigue las fluctuaciones emocionales de cada uno de ellos, surge de su centro personal. Un diálogo es eso, una persona que se expresa desde su intimidad emocional. Las interpretaciones son tremendamente naturales, fluidas, como surgiendo de la realidad profunda de estar conectado con lo que se siente. Mi impresión es que es una de esas películas que solo puede dirigir una mujer.
diálogo
«Rompiendo las Reglas», (Never Back Down): la rabia como motor de la existencia
«Rompiendo las reglas» («Never Back Down» y «Rendirse jamás» en Hispanoamérica) es una película del año 2008 con problemática adolescente donde se expone el creciente fenómeno de la lucha violenta dentro del mundo de los institutos en Estados Unidos y en el resto del mundo.
La película es muy tópica con el tratamiento del argumento de modo que no queda nada claro si es una crítica o un ensalzamiento de la violencia y resulta, a pesar de un tibio rechazo sentimentaloide, más bien una promoción de la lucha y la violencia. El atractivo de la película son las escenas de peleas, algo que subraya el hecho de que ha sido galardonada con el Premio MTV Movie 2008 a la mejor pelea Debido a su éxito la película ha tenido parte 2 y parte 3.
También el argumento es muy tópico y desde casi el inicio se sabe qué es lo que va a suceder. El protagonista Jake Tyler (Sean Faris) es un solitario recién llegado al instituto y que a pesar de todas las dificultades va a salir exitoso debido a su tenacidad y voluntad de ganar y se va a llevar a la chica. El malo de la película interpretado por Cam Gigandet, un narcisista, ególatra, exitosos que domina el ambiente del instituto y se lo va a poner muy difícil a Tyler. Su personalidad tiene rasgos psicópatas evidentes que son precisamente los que van a llevar a Tyler a enfrentarse con él. La chica, claro también hay una chica, es Amber Heard, que reparte sus dones entre los dos protagonistas, con relaciones tratadas de modo muy superficial.
La película no tendría más valor si no fuese porque hay unas cuantas escenas que hablan acertadamente de la rabia. Lo que mueve al protagonista y a su entrenador (Djimon Hounsou) es la rabia. La rabia es de la familia del enfado como emoción básica. Su característica, al menos en la descripción de la película, es un enfado contra uno mismo que se ha quedado atascado dentro y sin resolver. En el caso de Jake Tayler ese enfado es provocado porque no impidió que su padre borracho cogiese el coche. La muerte del padre en accidente de tráfico es algo no asimilado y que genera una rabia que le mueve a pelear y que le impide controlarse ante las bravuconadas y provocaciones y tener un historial de peleas. En el caso del entrenador es un conflicto no resuelto con su padre, debido a la preferencia de este por su hermano, también luchador profesional que muere violentamente.
El entrenamiento en el gimnasio es presentado como un moderador de la rabia, ya que hace bajar la adrenalina. Algo que es totalmente cierto. La película es clara en este papel tranquilizador de una violencia ejercida como entrenamiento. Hay también una escena en la madre y el hermano de Jake tiran un plato a la pared con la misma consecuencia: rebajar el nivel de rabia.
Sin embargo lo que realmente posibilita gestionar la rabia, no solo rebajarla, es hablar de ella, hablar del propio sentimiento. Algo que en la película se produce entre Tayler, el protagonista, y el entrenador, en el contexto de la amistad que se genera entre los dos. Y en ambos el hablar de su sentimiento de rabia genera un sentimiento de tristeza que sale afuera al expresarlo y con las lágrimas. Después de esta expresión ambos personajes pueden gestionarse y resolver los propios conflictos. Sin hablar de la rabia, sin gestionarla, no son capaces de resolver nada. Una vez gestionado el sentimiento son capaces de pasar a una acción con sentido y que realmente resuelve los respectivos conflictos.
La parte de que después de gestionar el sentimiento hay que actuar esta bien tratada en la película: el sentimiento lleva a la acción y una vez gestionado el sentimiento y detectada la necesidad personal que encierra hay que hacer un plan de acción para satisfacer esa necesidad.
La acción elegida por el protagonista, pelear con el «malo» sin embargo no parece la correcta, aunque la película la presenta como inevitable y todo el climax se centra ahí. La elegida por el entrenador si: ir a ver a su padre, de quien se ha apartado años, y reconstruir la relación.
Desde el punto de vista emocional este es el valor de la película: la rabia se gestiona hablando de ella. El modo de hacerla domesticable es gastar la adrenalina que genera en una actividad deportiva exigente. Cuanta más rabia más exigente la actividad. Hablar de los propios sentimientos es el modo de gestionarlos. El contexto en que eso se produce, en ausencia de un terapeuta, es la amistad. Generar una acción adecuada después de eso es parte de esa gestión.
Desde el punto de vista de la conflictividad en la escuela, la película es una promoción de la lucha violenta y no aporta, sino todo lo contrario, a la solución de ese grave problema.
La tradición de la meditación: Jesús de Nazaret
Las tradiciones de la meditación, que son básicamente religiosas en su origen, son algo diferentes respecto a la trascendencia, al menos en la apariencia inicial, aunque en su profundidad tienen una gran coincidencia. Para la tradición que procede de Jesús de Nazaret, la realización plena es el amor. Para el budismo la desaparición del deseo y alcanzar la iluminación. En la primera aproximación la corriente que nace con Jesús de Nazaret refuerza la persona, si se quiere el yo, que para el budismo debe desaparecer en la iluminación. Sin embargo en los grandes místicos existe la misma idea de desaparición en Dios en los últimos escalones de la mística. Desde luego esta fase es un camino personal para el que no se pueden establecer normas, solo un método: la meditación
En todas las grandes religiones hay una insistencia en la oración (meditación) y en la preeminencia del mundo interior: lo válido sale del corazón de la persona. En el evangelio de Lucas Jesús de Nazaret afirma: «El reino de Dios está dentro de vosotros». Esta frase se encuentra plenamente en sintonía con todas las alusiones que la Biblia en su conjunto hace al corazón como centro del obrar del hombre. La idea responde también al centro de la polémica que el Señor mantiene con los fariseos: la hipocresía de los fariseos consiste precisamente en privilegiar la forma sobre el fondo. Algo que se podría condensar diciendo que se trata de una discusión entre el fondo y la forma. Debe haber un acuerdo entre el fondo: la interioridad, el corazón, y el manifestarse de los actos. Es obvio que la manera de establecer ese acuerdo es la reflexión sobre la propia conducta; la oración y la meditación constituyen su vehículo privilegiado. Es obvio también que todo esto tiene una correlación estrecha con todo lo que hemos dicho sobre la intimidad. El lenguaje sobre la intimidad y el lenguaje sobre el corazón se refieren a las mismas realidades.
Así lo recogen grandes personajes de la Iglesia, que insisten en la necesidad de la interiorización. Agustín de Hipona, por ejemplo, nos dice en las Confesiones: “¡Tarde te amé! Belleza, tan antigua y tan nueva, ¡tarde te amé! Tu estabas dentro de mi y yo estaba fuera y por fuera te buscaba y me lanzaba sobre las cosas bellas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían atado lejos de ti, esas cosas que, si no estuviesen sometidas a Ti, dejarían de existir”.
El maestro Eckhart, siglo XV, es un adelantado a la existencia de punto de confluencia que reúna las dos tradiciones, occidental y oriental, con su idea de que todo fluye en la naturaleza, y que debemos sumergirnos en la contemplación de esta, a través de nuestra vivencia y sensibilidad, como un camino para llegar a Dios.
Teresa de Jesús nos da una descripción completa de la intimidad, asimilándola a un castillo. Esta es la idea central de “El Castillo interior o las moradas”, donde pretende “escribir cosas de oración” y nos invita a “considerar nuestra alma como un castillo todo diamante o muy claro cristal, donde hay muchos aposentos ( ): unos en lo alto, otros en lo bajo, otros a los lados; y en el centro y mitad de ellos tiene la estancia más principal, que es donde pasan de mucho secreto entre Dios y el alma ( ). La puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración ( ) si este castillo es el alma, claro está que no hay para que entrar, pues se es el mismo … más habéis de entender que va mucho de estar a estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo que es adonde están los que le guardan y que no se les da nada de entrar dentro, ni saben que hay en aquel tan precioso lugar, ni quién está dentro, ni aún qué piezas tiene”.
En cierto modo, a lo largo de muchos siglos, la meditación cristiana, ha ido centrándose en grandes temas: amor, presencia del “otro”, diálogo, amistad. Son elementos descubiertos en la meditación. Esos elementos han entrado en la cultura de origen cristiano descubiertos por la vía de la meditación de fuertes personalidades que han dejado su impronta.
«El rostro de un niño pide ser respetado»
Von Balthasar ha escrito páginas preciosas sobre la sonrisa del niño. El niño es el contraste ente la ausencia de fuerza (incapacidad para la violencia) y la exigencia de respeto: exige respeto sin tener fuerza alguna para imponerse. Sin embargo una madre o un padre reconocen que la primera sonrisa de su hijo les gana absolutamente: están dispuestos a hacer cualquier cosa por él, a darle lo que necesite. Hay muchas realidades humanas detrás de esta observación. Entre otras esta: lo que percibimos es mucho más de lo que se nos dice con palabras, y el lenguaje corporal, la sonrisa, es mucho más profundo y dice mucho más que cualquier lenguaje estrictamente verbal.
Ser capaces de descubrir qué hay en la sonrisa del niño es la prueba de que nuestra percepción es adecuada. La percepción importante para la vida no es la percepción de la objetividad, la percepción de la objetividad no descubre en la sonrisa del niño más que lo obvio: una sonrisa. Pero la sonrisa del niño es mucho más, muchísimo más.
Para aclararse hay que pensar que el niño, cuando nace, es un cúmulo de necesidades y un sistema de emociones formándose con las vivencias, que no calibra ni siquiera la dimensión de su cuerpo, donde acaba él, donde empieza el mundo, que termina descubriendo, ¡oh sorpresa!, su pie y lo chupa. El niño se siente bien, esta alimentado, limpio, si llora acuden, etc. Su primera sonrisa significa algo muy importante: el niño identifica en el rostro de su madre la fuente del bien que recibe. La vida no es algo hostil, como oscuramente se presiente, porque existe esa fuente de bien que es su madre.
Dostoievski lo cuenta de la siguiente manera en su novela «El Idiota», por boca del protagonista, el príncipe Mishkin: «me topé con una campesina que llevaba en brazos a un niño de pocas semanas. La mujer era muy joven. De repente miró al niño con embeleso y se santiguó con mucha devoción. Yo, que siempre ando preguntando, le dije que por qué hacía eso: «Porque mi niño acaba de sonreírme por primera vez, y mi alegría es tan grande como la de Dios cuando un pecador se arrodilla ante Él y reza con todo su corazón»» (El idiota, parte II, cap.IV.). La madre ha descubierto un sentido a su existencia en esa sonrisa. Todos los sentimientos incluso los más sublimes de trascendencia se acumulan en la percepción de la madre.
La deducción neta es que la sonrisa es un acto físico, porque consiste en unos movimientos de músculos, emocional, porque expresa un sentimiento de satisfacción y también netamente espiritual, un perro nunca la haría, aunque tiene emociones, es un acto de reconocimiento, de inteligencia, pero a la vez es mucho más es un acto de agradecimiento y por eso de amor. La madre lo reconoce así, con un estremecimiento que la recorre entera, que va hasta lo más hondo de su ser, y por eso ya está pagada de todas las fatigas que le ha provocado el niño. Realmente ya estaba pagada por todos sus dolores, trabajos y preocupaciones, con el hecho de su existencia, pero ahora hay mucho más, hay reciprocidad; madre e hijo se reconocen, y por eso se entienden y se quieren.
Quiero incluir esta reflexión entre los temas de la meditación como un interrogatorio sobre cómo es nuestra mirada. Es una mirada objetiva, que solo capta lo obvio, o es una mirada que capta la esencia de las personas y lo que estas nos comunican con sus sentimientos y emociones, con su intimidad. La sonrisa es una comunicación centralmente emocional que conecta con las necesidades más profundas del ser humano, esas que Maslow sitúa en el 5º nivel, en la cima de su pirámide de las necesidades: la trascendencia, la necesidad de que nuestra vida tenga un sentido.
Esta mirada que descubre la intimidad personal, este descubrimiento de la sonrisa de un niño, de ese valor que se nos antoja superior a nuestra propia personal medida y que por tanto merece ser absolutamente respetado, es la base de las relaciones humanas. Si descubrimos la profundidad de la mirada del niño nuestras relaciones serán de un tipo, si no la descubrimos serán de otro. La sonrisa del niño pide el respeto para él y también, por eso, para todos los seres humanos.
3º fase de la meditación: la autenticidad y el diálogo
Hemos indicado que el nivel del autodominio establecía un primer nivel básico de autenticidad que consiste en aceptar y conocer nuestras tendencias más profundas, nuestros sentimientos, nuestras emociones más recónditas. Este reconocimiento de nuestras tendencias y sentimientos profundos constituye la honestidad. Ahora damos un paso más en el recorrido de la autenticidad: la manifestación externa de eso que hemos descubierto internamente. La revelación de nuestro yo profundo y muy real.
La autenticidad no se detiene solo en el autoconocimiento, requiere la revelación de ese autoconocimiento, requiere un diálogo con los demás sobre nosotros mismos. Para la autenticidad es necesaria una cierta transparencia, comunicar y comunicar con verdad. Este nivel de comunicar a otras personas nuestros sentimientos, lo que aflora a la conciencia de nuestra intimidad es la sinceridad. Luego la autenticidad requiere honestidad y sinceridad.
La sinceridad sola, sin honestidad, sin saber que se siente, sin el contacto con la realidad que supone contrastar con nosotros mismos, puede ser, y en mi experiencia muchas veces lo es, un cuchillo. Hay sinceridades que son sencillamente agresiones sin la humanidad del contraste personal. Es una objetivación de datos que no son engarzados en un contexto humano y sencillamente agreden. La medida del hombre y de la mujer no es la objetividad del dato, sino la realidad de otra persona. Para hablar de los demás, de sus cosas nos tenemos que tener presentes a nosotros mismos y, por tanto, a nuestras debilidades y nuestros errores. Desde ahí sí que podemos hablar. Luego sinceridad con honestidad, sinceridad con conocimiento de nuestras tripas.
Me gustaría hacer una ulterior aclaración. Hay una autenticidad que consiste en decir la verdad sobre uno mismo. Esta autenticidad es hacia todos. Somos una palabra que se expresa y es muy importante que esa palabra sea verdadera. Sin embargo no tenemos ni de lejos la obligación de decirlo todo a cualquier persona que nos interrogue. Que hablemos la verdad sobre nosotros, que nos presentemos como somos, que tengamos la suficiente personalidad para hacernos presentes tal cual somos, es desde luego una característica de la autenticidad. Pero eso no impide que hablemos de determinadas cosas solo con aquellas personas en las que confiamos. Esta sería la parte del diálogo. El diálogo real y profundo sobre uno mismo se establece en la confianza y por lo tanto no con cualquiera, sino con aquellas personas que, precisamente, vemos que nos aceptan como somos. El diálogo real se establece entre dos personas auténticas, es decir, según hemos visto arriba, honestas (que se conocen) y sinceras (que dicen lo que sienten).
Luego se trata de dos aspectos diferentes. El primero presentarnos como somos, tener la suficiente autoestima para no tener que ocultarnos (autenticidad). El segundo es dialogar con aquellas personas con las que confiamos sobre aquello que resulta importante para nosotros. La persona es relación, ya lo vimos en Buber, somos un ser creado para el encuentro, un ser que vive y se realiza en relación, y el diálogo se descubre como el vehículo necesario para la relación. El diálogo es un elemento humano básico del que no podemos prescindir en nuestro crecimiento personal.
En ese diálogo con un amigo, no se busca solución para los problemas concretos, laborales, personales o del tipo que sea, lo que se busca es contarlos para comprenderse a sí mismo mejor en ellos, para hallar el enfoque personal adecuado, busca hablar para descansar, porque sólo con un amigo se siente comprendido a fondo, estimado, valorado, porque necesita oír las valoraciones sobre sí mismo en otros labios, que vengan de fuera. El diálogo es el camino hacia la paz, donde todas las cosas encuentran su sitio.
El diálogo se hace en el encuentro, cada diálogo con un amigo/amiga es una serie de encuentros (Alberoni). El diálogo es una relación discontinua, una serie de encuentros en las que se va «escribiendo» nuestra biografía, nuestra historia, se le da sentido a los hechos que nos han sucedido. En cada encuentro de diálogo se trenza el hilo de lo sucedido en nuestra vida y se proyecta el futuro.
El diálogo es una necesidad humana. El diálogo es un momento de meditación, de observación de la realidad desde la aprobación de nuestra persona, es la creación de un espacio cerrado donde se forja el sentido de la existencia.
2ª fase de la meditación: el proyecto de vida.
En esta segunda fase tratamos de la «libertad para» (a partir de libertad de autodominio conseguida en la primera fase) en su encuentro con la realidad externa. Para el hombre el encuentro con la realidad es siempre intencional. La «libertad para» es la que traza un proyecto, un acuerdo de fondo con la realidad.
Así como la «libertad de» se debate con los condicionamientos internos, la «libertad para» se debate con los condicionamientos externos. Los condicionamientos externos son múltiples: la época en que se nace (no es lo mismo ahora que en la edad media), el país (no es lo mismo nacer en Estados que en Etiopía), la familia en la que se nace, el padre y la madre concretos y los hermanos, la situación económica y social que se encuentra, la educación recibida, etc., en resumen, todo lo que depende de la situación histórica, familiar y de la libertad social y política, y que pueden condensarse en la ubicación, cultura y situación social recibidas.
¿Son condicionamientos o son oportunidades? Vistos desde su efecto sobre el individuo son el recorrido del aprendizaje o no. Todos los acontecimientos de la vida, pequeños y grandes, se convierten en aprendizaje o no, dependiendo de cómo se reciban, de su reflexión, de su volver sobre ellos, de aprender de ellos.
Además, y este es un aspecto importante, el aprendizaje permite la acumulación de experiencias: cada generación aprende de la anterior los comportamientos necesarios para su subsistencia. Cada nuevo proyecto logrado es una acumulación de experiencias. Ninguna persona comienza de cero, parte del bagaje recibido en su cultura, y desde luego no va a vivir igual que sus padres, igual que sus antepasados. Esto obliga a que cada individuo cambie, se encuentre en la disyuntiva de cambiar o aceptar lo que recibe. Tiene que cambiar lo que vea que no se adapta a su vida, lo que considere falso u obsoleto, sencillamente lo que no le gusta. La contestación de una nueva generación no significa rechazo sin más, es la nueva adaptación necesaria y lógica en personas libres con valores que han variado con respecto a los de la generación anterior. El cambio es la lógica de la vida. Las personas maduran cuando aprender a vivir en ese cambio, cuando viven cómodamente en el cambio (esta es una idea de Carl Rogers). El aprendizaje por tanto es cambio y acumulación nueva de experiencias con un logro, que es un avance.
Si nos fijamos un poco más a fondo, nos damos cuenta de que, desde el punto de vista personal, está comprometida su propia definición como hombre: ¿qué comportamientos definen el ser hombre, si estos han ido variando con las épocas y los lugares? ¿En qué consiste ser hombre? ¿Qué me va a hacer feliz a mí? ¿Qué hay de válido en lo que me han legado y qué hay de desechable? ¿Y cuál es la medida de evaluación para determinar eso?
La libertad nace así la capacidad de reflexión, de ponderación, de volver sobre lo hecho y de aprender, de cambiar el modo de hacer, de actuar. El hombre es libre porque puede separarse de su conducta y observarla y aceptarla o no, y en tal caso modificarla. La persona no se identifica nunca totalmente con lo que hace, cualquiera es capaz de decir: “eso” que yo he hecho, en lo que he participado activamente, no es totalmente yo, no me refleja plenamente, lo puedo mejorar. Ahí, en la capacidad de mejorar, en la posibilidad de cambiar, se encuentra la grandeza del hombre. Esa distancia de nuestra conducta la pone la «libertad de», el autodominio con la ayuda de la meditación.
Pero todo esto implica que el aprendizaje no es solo pasivo, debe transformase también en proyecto de la persona. Nuestra acción es siempre intencional, introduce novedad, lo que de nuevo haya visto la persona. Por eso el hombre tiene historia, va cambiando realmente, porque cada generación introduce con su libertad la novedad. Esto implica para cada persona individual que tiene que definirse, no puede hacer solo imitación. El imitador no es él mismo. Cada persona tiene que elaborar su proyecto, descubrir su finalidad propia. En realidad hay algo muy profundo en esta intencionalidad o finalidad personal, porque hay algo interno que le pide al hombre y a la mujer que su vida sea constructiva, que su intencionalidad lleve a algún sitio coherente.
El hombre y la mujer necesitan un sentido para su vida, necesitan algo que la llene. Sobre todo cada persona necesita proyectarse en el futuro, verse positivamente en el futuro, ver un futuro luminoso (con esperanza). Cada persona lo hace construyendo con su vida un proyecto personal coherente, un proyecto que introduce la novedad, novedad que procede de la misma esencia de la persona, de esa esencia que hace a cada persona alguien original y verdaderamente único. Esa novedad no se puede perder y el hombre y la mujer lo sienten en lo más profundo de su ser.
1ª fase de la meditación: La libertad interna
El autodominio es una conquista de la reflexión, que hace consciente nuestro mundo interior y la meditación contribuye poderosamente, por eso es la mejor herramienta, junto al diálogo, para conseguir la libertad interna.
Para ver la necesidad de la meditación, partimos de algo de lo que ya hemos hablado: que el hombre, a diferencia de los animales, establece un espacio, una separación entre “yo” y conducta. “El animal no se distingue de su conducta, la es”. Esto lo hace notar el mismo Marx y de ahí parte su consideración de lo que es la alienación: alienarse es ser solo la propia conducta, vivir de tal modo que no se puede ser consciente de sí mismo, el proletario es «materia que se experimenta a sí mismo como materia»: trabaja 16-18 horas al día, sin vacaciones, come, tiene hijos y sigue trabajando, todo funciones atrapadas en el nivel biológico: materia. Al no tener espacio para el «ocio», en el sentido clásico de la palabra: no tener tiempo para poder reflexionar, sin poder, por tanto, cambiar, ni mejorar, se convierte en un esclavo. En la polis griega el ocio pertenecía solo a los ciudadanos libres. Al proletario le han negado el ocio y no puede establecer ese espacio con la conducta, se le niega por tanto la libertad y el mismo ser hombre: está alienado: es otro, nunca él mismo.
Pero yendo un poco más despacio, ese espacio entre yo y conducta es introducido por la reflexión. Podemos resumir que la reflexión introduce en la conducta humana 3 puntos, que hemos sacado del ejemplo de los perros (http://wp.me/p3eRnl-3W ):
a) La primera, el hombre normalmente debe elegir su comportamiento entre varias posibilidades y esto lo puede hacer porque entre estímulo y respuesta hay un espacio que permite ponderar, elegir, reflexionar.
b) Segundo, las diversas posibilidades, con una base en las necesidades del hombre y en los materiales del entorno, han sido creadas por el mismo hombre, es decir son culturales; las aprendo por mí mismo o de lo que me enseñan (aprendizaje) los anteriores a mí.
c) Tercero, todo esto se articula en un lenguaje que crea el espacio humano común a varios individuos y ampliable, el espacio de comunicación y de aprendizaje de la experiencia acumulada.
Como vimos así se articulaba lo que hemos llamado ‘libertad de’, la capacidad que tiene el hombre de decidirse dentro del conjunto de su mundo interno, sensaciones, instintos, pulsiones, sentimientos, emociones. ‘Libertad de’ es, dicho en negativo, no estar condicionado por todo ese mundo interior que a veces parece inmanejable, que parece tirar para abajo y deshacer nuestras ilusiones.
Condicionamientos internos del subconsciente, es decir ese mundo donde debe manejarse la libertad, son la configuración afectiva, las deficiencias de educación, de control de carácter, vivencias negativas de uno mismo, etc. en este caso la libertad es posible si existe autodominio, si el impulso no es la última palabra. En resumen se trata de las dos primeras esferas del hombre: la biológico-instintiva y la emocional. Estas esferas aparecen juntas a la conciencia, a la percepción y sencillamente que aparezcan en la percepción consciente ya es un trabajo, una habilidad que hay que adquirir. El autodominio es precisamente la capacidad de poner claridad entre las tendencias internas y elegir la más conveniente.
En esta fase se configura en la persona un primer nivel necesario para la autenticidad: la honestidad. Una persona es honesta cuando es consciente, reconoce y, especialmente, acepta sus tendencias internas, las reales, la de su subconsciente, la de su realidad más profunda. Que todo nuestro mundo interno aflore a la conciencia es una clave para la autenticidad. Desde este prisma el autodominio es autoconocimiento. Conocerse a uno mismo es un objetivo de la primera fase de la meditación.
El aspecto central del conocimiento y aceptación de uno mismo es la aceptación del propio pasado, de la propia vida con lo que en ella haya sucedido. En realidad no se trata tanto de la aceptación de los hechos como del nudo de sentimientos asociados a determinados hechos que nos ocurrieron. Pueden ser de hace poco o de hace mucho tiempo, incluso de nuestra infancia, cuando no hemos sido aceptados o incluso rechazados en nuestro acercamiento a una persona por la que sentíamos atracción, o alguien no valoró adecuadamente nuestra capacidad, o sobrevaloró un error cometido. Todos esos hechos se almacenan con una pelota de sentimientos en los que nos resulta muy doloroso entrar. No entramos en ellos, los obviamos, pero están ahí. En ese caso la persona va dando tumbos, arrastrada por las diversas situaciones del río de los acontecimientos, sin un rumbo propio, lo determinante van a ser los miedos internos. La persona se ve abocada a huir de las dificultades, de los sufrimientos, de los dolores de la vida… huye en realidad de sus miedos internos. En resumen: no aceptarse a fondo lleva a la persona a no aceptar la realidad del mundo en el que vive y huir.
Es trabajo de la reflexión, del diálogo, siempre de la meditación sobre uno mismo, entrar en ese ovillo de sentimientos liados, deshacer desenredar ese nudo que nos hace daño, eliminar los miedos atascados, aceptar errores, perdonarse, si hay que perdonarse. En resumen, llegar a un acuerdo positivo con la propia vida, con lo que nos ha sucedido y con lo que hemos hecho. Una vez deshecho el nudo, la persona puede avanzar por donde ella quiera, no depender, hacer el propio camino. Una vez aceptados nuestros sentimientos y sensaciones, una vez aceptada ella misma, la persona puede comenzar a ser libre.
Se necesita mucha valentía para afrontar cada uno de esos nudos, y todos tenemos alguno. La mayor valentía es esta de aceptarse a uno mismo. La meditación, la reflexión, el diálogo, son las herramientas por las que necesariamente hay que pasar.
Como consecuencia, una persona con capacidad para la meditación, para entrar dentro de sí mismo, para vivir de acuerdo con su intimidad, toma su vida en sus manos. La vida es tiempo y su relación con el tiempo se hace fluida: vive toda la vida en presente, la tiene presente ante sí; ya que asume el pasado en el hoy y desde el hoy proyecta el futuro, un futuro posible, adecuado a él mismo.
Las relaciones con personas
Después de lo visto sobre sujetos y objetos, personas y cosas, el punto crucial para la persona, es decidir qué relaciones entrarán en su vida: qué trabajo, que actividades, hobbies, etc. y sobre todo qué personas y también, aunque no siempre es así porque las personas son muy diferentes, también está un impulso mayoritario: con qué persona en concreto se establecerá como pareja, con qué persona establecerá un hogar, un lugar donde vivir.
La persona parte de unas relaciones originales, su hogar, su tierra,… y debe establecer nuevas. La base sobre las que se define la intimidad está formada por relaciones, relaciones con personas y relaciones con cosas. En su fondo relaciones yo-tu y relaciones yo-ello como hemos visto en la entrada anterior. Según se constituyan esas relaciones se constituye el mundo que crea la persona. ¡Atención! Porque ambas, relaciones con sujetos y relaciones con objetos tienen contenidos yo-tu y yo-ello: todos personas y cosas tienen para nosotros aspectos utilitarios y otros que no lo son. Desde el punto de vista existencial es fácil saber con qué elementos tenemos relaciones Yo-Tu: aquellas personas o cosas de las que estemos enamorados. Como ejemplo, baste pensar en un director de música enamorado de su trabajo, ¡casado con su trabajo! «Estar enamorado» del propio trabajo es uno de los elementos clave de la formación auténtica de la propia intimidad.
¿Cómo se configura la intimidad? El sistema emocional descubre en las relaciones establecidas valores. Los valores se descubren en cada persona a través del enamoramiento y de la belleza. Estos valores son nuevos, o viejos pero vistos de un modo nuevo, y la intimidad que surge hace una criba de valores para ver lo válido y dejar lo viejo e introducir lo nuevo. Una persona con intimidad consciente siempre es creativa con su acción, siempre descubre e introduce lo nuevo. Lo bello y, por eso, lo nuevo.
Vamos al punto de escoger las personas que formarán parte de nuestra vida. Son muy importantes, en este proceso de formación de la intimidad, los amigos. Desde luego hay algo clave para una mayoría: la elección de pareja. La persona, al descubrir su soledad, se plantea, que tiene que salir de los muros de su cueva, tiene que cambiar de hogar, hacer uno nuevo, un gran descubrimiento este, ligado normalmente al descubrimiento de una persona a la que amar. Luego la persona busca un amor como base de su nuevo hogar. Mientras es niño tiene amor e intimidad, pero no son suyos, son de sus padres. Ahora necesita absolutamente tener un amor y una intimidad propias, una columna de la vida que sea suya. Es central por tanto escoger el amor. Amar a alguien es establecer con esa persona una relación Yo-tu, una real, profunda y estable relación Yo-tu.
Las personas solo pueden elegidas por amor, solo se puede establecer con ellas relaciones Yo-tu, si queremos respetarlas como tales personas: seres libres, seres que deciden su propia vida, sujetos en la misma medida en que nosotros somos sujetos y decidimos nuestra vida. Este es el fondo de lo que Kant afirma de que la norma más básica de la ética es precisamente tratar a las personas respetando el fin que son.
Como conclusión para esta entrada, hay que decir que todas las relaciones con personas son así: deben respetar el fin propio que poseen, tanto sean amigos, como pareja, como compañeros de trabajo, etc. sino van a ser para nosotros instrumentos o medios, y establecemos relaciones de superioridad y no de iguales. Además al escoger instrumentos no comprometemos la vida, no metemos nuestra vida en ello: son solo instrumentos para fines ya decididos previamente por nosotros. Entonces si respetamos su fin comprometen nuestra vida… sobre esto seguiremos en otra entrada.
La intimidad: su evolución y crecimiento
El niño nace en la intimidad de sus padres y desde muy temprano tiene manifestaciones de poseer intimidad, pero no tiene verdaderamente una intimidad propia, pues comparte la de sus padres; lo comparte todo, incluso la cama y le gusta dormir en el lecho de sus padres, por eso el niño no tiene pudor y de pronto pregunta: «¡Mamá! … ¿es esta la señora gorda que iba a venir?»; por eso también todo es suyo y le da igual jugar con sus juguetes que con los ceniceros de cristal del comedor: «lo suyo» es un aprendizaje social, parte importe de la educación que se les da. El niño aprende a descubrir y a moverse el mundo desde la intimidad de sus padres por ello no tiene inconveniente en acoger las relaciones de los padres como propias, acoge las relaciones como acoge todo lo demás que encuentra en el hogar. La intimidad de los padres es como una prueba general de vivir en una intimidad y en un hogar. Esta va a ser para la persona la medida universal, todo se compara con el hogar de los padres y los ambientes de la infancia.
Cuando llega la adolescencia y con ella la irrupción de la intimidad, la adolescente quinceañera cierra en un cajón con llave “sus” tesoros (una flor seca, una postal de un viaje, fotos …aunque eso del cajón era antes, actualmente todos estarán en el smartphone). Ahí, en su habitación, en su pequeño hogar que es aún un apéndice de otro, se juntan intimidad y sentimientos. De ahí todos en su casa están excluidos, especialmente su madre, nadie puede mirar. A la vez se pasa horas y horas mirando y oyendo a Justin Bieber en Internet, porque tiene la necesidad ineludible de forjarse una identidad y para eso necesita, busca ansiosamente, modelos.
Por tanto, la intimidad irrumpe netamente en la consciencia personal durante la adolescencia. Tanto que se podría definir la adolescencia como toma de conciencia de querer una intimidad propia. Al principio como todo en el crecimiento se prueba la novedad, por eso hay que retarse con los padres y precisamente diferenciarse de ellos, porque es de su intimidad de la que se sale, de la que hay que diferenciarse. También está la necesidad de juzgar desde valores propios, de cribar las opiniones desde el prisma de los propios valores y comprobar su solidez. Estos valores ya no son los de los padres, sino una mezcla entre los recibidos y otros nuevos que el adolescente encuentra en el ambiente de amigos que es donde se desenvuelve ahora.
En sentido negativo, cuando encontramos un adulto que no tiene pudor, es decir que no protege su intimidad, por ejemplo, cuando nos encontramos a alguien en el autobús, que dice cosas en alto o canta, resulta muy difícil saber cómo reaccionar, aflora la convicción de que algo en esa persona no va, aunque sea sencillamente excesivo alcohol. Sabemos justamente que algo pasa por el comportamiento chocantemente desinhibido: lo humano es tener intimidad, sentir pudor (aunque también hay algo de forzado en esas intimidades compartidas con extraños a la fuerza de la sociedad actual, como es precisamente el metro, o el autobús).
Tenemos aquí una afirmación interesante: el pudor es la protección de la intimidad, de ese núcleo que define cada persona y su mundo: sus amores, que dice lo que es, un centro personal que necesita ser protegido, que no se comunica así como así, es más que su esencia consiste en poder ser comunicado cuando la persona lo crea conveniente y que por tanto debe poder ser guardado. No somos, ni queremos ser transparentes, porque como muy bien dice C. S. Lewis: «si fuésemos transparentes no se nos vería». Somos seres que tienen una intimidad y la protegen, y precisamente su autonomía está en podar mostrar o no cuando lo consideren oportuno o con quien consideren oportuno. El pudor está en el juego de la madurez.
La aparición de la intimidad está ligada a la búsqueda del otro. No en vano la intimidad aflora cuando se desarrollan los caracteres sexuales secundarios y afora explícitamente a la conciencia la atracción sexual. Una nueva comprobación de que sexo e intimidad van ligados, de que el sexo está en el centro de la intimidad y es una de los impulsos que contribuye a su formación. La intimidad está ligada de modo amplio a la búsqueda de personas adecuadas para el diálogo personal, para la amistad (de nuevo la constatación de que la adolescencia es el lugar de la amistad, del peso de los amigos en nuestra vida), y también para el contacto sexual. Intimidad y relaciones van ligadas.
A nivel biológico con la pubertad y la irrupción de la sexualidad aparece el impulso de ir a buscar al otro. En el nivel psicológico aparece una acuciante necesidad de compañía, de no estar sólo, aunque se viva en la incertidumbre, ya que la misma inmadurez del momento hace a la persona insegura: ¿seré capaz de amar? o mejor, lo que se piensa es que nadie nos amará… ¿qué puede descubrir en mí? La soledad, que se siente como una herida, es el reflejo existencial de esa necesidad de relaciones. Superar la soledad se ve, ya desde la adolescencia (uno de los signos de la adolescencia es precisamente la aparición de la conciencia de estar solo), como una de las claves de la existencia. En una de las escenas de Adán en la Biblia, que es un mito que se encuentra en el núcleo de la civilización occidental, la razón por la que Adán busca entre los animales es porque «no es bueno que el hombre esté sólo» (Génesis 2,18) y por eso lo que está buscando en primer lugar es alguien semejante, está buscando a la mujer, a la pareja, a alguien con quien fundar un hogar, alguien con quien compartir la intimidad.
Desde este punto profundo somos animales sociales, que se forjan en la relación con sus congéneres.
La intimidad y el hogar
Imagino que va a sorprender esta entrada sobre el hogar, pero me parece necesaria porque el hombre no es un ser aéreo o etéreo, sino un ser que vive con los pies en tierra y que por tanto necesita un ubi, un lugar… y los sentimientos tienen un papel muy importante en esto.
Como estamos viendo los sentimientos son relación, o mejor, nos ponen en relación con el mundo que pasa a ser nuestro mundo personal. Los sentimientos, nuestra esfera afectiva, lo que se llama en términos coloquiales el corazón es dónde se sitúa el hogar. El hogar es la sede de nuestras relaciones básicas. La intimidad no puede flotar en el aire, necesita un lugar físico, un lugar donde vivir, guarecerse, una vivienda, una cueva, una guarida… Cuando una pareja, o sencillamente una persona, se establece por su cuenta, es decir, no sencillamente ha huido o está de viaje, lo que hace es establecer un nuevo hogar.
El hogar sólo se puede establecer sobre el amor. El amor es la única fuerza capaz de sacarnos de nuestro hogar original para establecer otro nuevo. El punto no es la salida, ya que esta se puede dar por motivos múltiples, sino el establecimiento de un nuevo hogar: es para esto para lo que es imprescindible tener un amor. El hogar es la intimidad de dos, es lo más común, localizada. Tener vivienda es un derecho humano que generalmente las constituciones reconocen (opino que no tanto realmente protegen), y tiene una gran profundidad para el ser humano, que no puede estar siempre en la calle, salvo con un gran desgaste personal y social. Tenemos necesidad de un lugar donde sentirse acogidos, en casa. El hogar sobre todo es una cuestión de sentimientos.
El hogar no es cuestión de cálculos, ni de razonamientos, es un sitio dónde sentirse queridos, comprendidos, acogidos. Cada nuevo amor es, a nivel social, como una revolución, una revolución de dos personas (F. Alberoni) que rompen su nicho original y fundan uno nuevo, salen de su hogar original y fundan uno nuevo. Es justamente por este rasgo revolucionario en lo social por el que el amor está por encima de muchos condicionamientos: raza, cultura, edad, … y le gusta saltárselos para demostrar su fuerza «revolucionaria». El amor es autónomo frente a los esquemas sociales. Su primera función, o al menos una función que siempre incluye, es hacer una nueva “república de mi casa”, un nuevo hogar. Por esto un nuevo amor implica la creación de un nuevo hogar y resulta difícil incluirse en un hogar que no es el nuestro, que no ha fundado nuestro amor.
El nuevo hogar es la intimidad formada entre los dos, no es ni uno ni otro, sino la intimidad formada entre los dos, si falta uno la intimidad y lo que lleva consigo, la acogida, el hogar desaparece. El hogar no es el sitio material dónde vive la familia, está formado por el entramado de sentimientos comunes a la pareja y que los acompaña allá donde vayan, convirtiendo precisamente en hogar cualquier sitio donde se instalen. Los hijos nacen y crecen en esa intimidad que forman padre y madre, ese es su hogar, el primer sitio de crecimiento, el sitio que no se juzga, del que parten todas las comparaciones, toda la visión de la vida.
El centro del hogar es el lecho, la cama donde la pareja se ama. El sexo tiene una importancia central en el hogar humano, todas las relaciones y todas las distribuciones se hacen alrededor de él. En el hogar además las relaciones sexuales se restringen a la pareja central fundadora del nuevo hogar. Las demás están inhibidas y anatematizadas por el mayor tabú, el del incesto. Sobre la fuerza afectiva y social del sexo se funda cada nuevo hogar y este tendrá la fuerza del amor de su pareja fundadora. El sexo no solo es una necesidad individual es, de modo especial, una necesidad de intimidad sexual con otra persona y desde este prisma es la mayor fuerza movilizadora de la historia humana. Nada ha movilizado al hombre como esta necesidad de fundar un hogar: un lugar donde vivir y practicar el sexo de un modo íntimo con su pareja. La tríada de conceptos es por tanto: sexo, intimidad, hogar. Para el hombre es el centro de su necesidad de vínculo con otros seres humanos, el nudo principal que trenza la tela de la sociedad humana. No es el único nudo social, pero es el principal porque es el que actúa con más fuerza y el numéricamente mayor.