Entre las múltiples descripciones del enamoramiento que nos proporciona la literatura, he escogido una de John Steinbeck en su novela «Al este del
Edén». Quizás, a primera vista, no parece referirse al enamoramiento y, sin embargo, es una descripción preciosa:
“A veces una especie de gloria ilumina el espíritu del hombre, es algo que le ocurre a casi todo el mundo. Uno siente cómo crece o cómo se prepara, lo mismo que una mecha que arde hacia la dinamita. Es una sensación en el estómago, un deleite de los nervios, de los antebrazos. La piel siente el aire, y cada profunda aspiración tiene un dulce sabor. Su comienzo da el mismo placer que un gran bostezo; brilla con resplandor en el cerebro y todo el mundo aparece rutilante ante los ojos. Se puede haber vivido durante toda la vida de una manera gris, viendo la tierra y los árboles oscuros y sombríos. Los acontecimientos, incluso los más importantes, se han deslizado inexpresivos y pálidos. Y de repente, surge la gloria; y entonces se encuentra dulce el canto de los grillos, y el perfume de la tierra se alza como una canción hasta el olfato, y la luz que forma motas bajo un árbol es una bendición para los ojos. Esto provoca en los hombres una eclosión torrencial, pero no por ello se sienten disminuidos. Y me atrevería a afirmar que la importancia de un hombre en el mundo puede medirse por la calidad y el número de sus momentos de gloria. Es un hecho aislado, pero que nos une al mundo. Es la fuente de toda creación y coloca a cada hombre aparte de los demás”.
Vamos a tratar de sondear en qué consiste el enamoramiento: esos momentos de gloria que proporcionan el color a la vida; su sentido, su significado, su calado. El enamoramiento es algo muy profundo en la vida del hombre, un fenómeno mucho más amplio y más denso de lo que habitualmente pensamos, seguramente este es el motivo por el que puede sorprender el texto que acabamos de utilizar para describirlo.
A la vez, el enamoramiento es absolutamente necesario: sin enamoramiento
no podríamos vivir, habríamos perdido la orientación y el color de la existencia, su luz y su sentido.
El enamoramiento se extiende a muchos otros campos distintos de la relación hombre-mujer, aunque es ahí donde tendemos a situarlo, porque este es el enamoramiento por excelencia, ya que esa es también la relación del hombre por excelencia. Todo está en su interior. Como las nueces, que protegen su contenido, el enamoramiento también protege su contenido. Nos atrae, nos ilusiona, tenemos una idea de lo que es, deseamos vivirlo, incluso lo vivimos, pero parece que todo se refiere a su resplandor, a la manera en que se presenta. A pesar de la atención que se le presta, no estamos muy acostumbrados a pensar sobre él. Sin embargo, en su interior está todo, lo dice todo. Si supiésemos leerlo mejor; si nos diésemos cuenta de que el enamoramiento es sobre todo comunicación, descubriríamos de pronto la vía que nos abre al mundo: el enamoramiento es el único modo de descubrir en sí mismas las cosas y las personas.
El enamoramiento nos muestra las cosas, les da luz y color y por eso podemos verlas, incluso podemos afirmar que solo vemos aquellas cosas que están en la luz y han recibido el color como una gracia. Todo lo demás está en un gris indeterminado, indiferente, no resaltan a nuestra mirada. El enamoramiento pone la luz y el color, y sucede lo mismo que con la luz y el color, que nos subyugan y nos quedamos mirando la luz y los colores.
Con el enamoramiento sucede también que en ocasiones nos cuesta ver las cosas o las personas que el enamoramiento nos muestra, y nos quedamos subyugados por el propio enamoramiento, nos enamora sentirnos enamorados.