La génesis del deseo: relaciones destructivas.

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Llevo tiempo intentando comprender de un modo más plena la dimensión social del ser humano. Mi observación de la vida y de las personas, mis estudios sobre el concepto de cultura me han llevado a la convicción de que la dimensión social no está suficientemente desarrollada, ni siquiera adecuadamente aceptada, en las actuales ciencias psicológicas y tampoco en el movimiento reivindicativo de las emociones, en el que yo mismo me encuentro. La psicología es comprendida hoy día de un modo individualista: todo depende del yo. Pero el yo no se entiende sin el otro.

He encontrado elementos para integrar la relación social en la psicología, leyendo a Jean Michel Oughourlian, en su libro del mismo título (Genèse du désir (2007), Paris, Carnets Nord). Un psiquiatra que se encuentra con “pacientes que vienen a mi buscando ayuda para una enfermedad que no puede ser claramente clasificada, ni tratada con una técnica terapéutica específica adecuada, junto a un número creciente que viene a resolver un problema que está envenenando sus vida pero que definitivamente no se deriva de una enfermedad mental”. Estas situaciones están siempre relacionadas con “otro: padre, madre, hermano, hermana, pareja, jefe, empleado, socio, y sigue”. Dificultades que por tanto se sitúan en la relación entre el paciente y ese otro. No hay una enfermedad hay una dificultad en la relación. Y Oughourlian afirma que el factor crucial para esa relación es el deseo de cada uno, entendiendo deseo “en el amplio sentido de movimiento psicológico”.

Para Oughourlian “el deseo es esencialmente mimético”. “En realidad es el deseo el que nos humaniza, el que nos empuja a unirnos con otro, a asociarnos con otro, a reunirnos en grupos, y también, a parecernos al otro”. “El deseo nos conforma en la proporción en que nos anima y suscita nuestros pensamientos y sentimientos”. “El deseo nos lleva a buscar la compañía de los otros, su aprobación, su amistad, su apoyo, y su reconocimiento, pero puede también ir acompañado por rivalidad y odio, puede hacer surgir tanto amor como violencia”. “El deseo puede ser nuestro mayor aliado, pero también nuestro peor enemigo, llevándonos a querer lo que nos destruirá, a buscar conseguir lo que nos causará sufrimiento, mientras que somos incapaces de comprender o imaginar qué está sucediendo”.
Esta constatación realizada durante muchos años de ejercicio de la psiquiatría va directamente contra la ilusión individualista de que el deseo es autónomo en cada persona. Por el contrario, el autor junto a René Girard, piensa que “cada deseo lo hemos copiado del de otra persona”, que es producto de una relación interpersonal mimética.

Yo no soy capaz de otorgar un valor tan universal a la mimesis, pero me gusta como corrección del deseo estrictamente individual y autónomo. Estoy muy de acuerdo con la teoría de las necesidades de Abraham Maslow, necesidades que surgen en nosotros por el organismo biológico que somos. Tenemos unas fuertes coincidencias como individuos: nos enamoramos, tenemos hambre, sentimos rabia, miedo, deseo sexual,… evidentemente todo esto a mi entender no es posible considerarlo mimesis.
Pero para mí también es evidente que tenemos una ligazón social muy fuerte. Tan fuerte que constituye una cultura, un nicho o nido en el que nacemos y sin el que no podríamos constituirnos como personas. Baste indicar el hecho de que el idioma que cada uno de nosotros posee se constituye dentro de las relaciones interpersonales, no es creación individual, sino social.

También es una convicción propia que somos antes relación que individuo, en esto sigo a Martin Buber. El bebé humano nace dentro de una relación y hacerse individuo es un proceso. Hay cantidad de cosas de contagio emocional y social, cosas que hacemos que no tienen explicación por el solo deseo individual, sino que necesitan para ser explicados al otro. El fenómeno mismo de la cultura es social intrínsecamente, se genera y existe en la relación.
El hallazgo de las neuronas espejo dota de consistencia científica a todas estas ideas de la importancia de la relación. Las neuronas espejo proporcionan a la empatía, a ese trenzado de relaciones sociales, su base científica y su contenido emocional.

La pregunta es por tanto: ¿qué es social en el ser humano? La teoría de la mimesis de Rene Girard proporciona una base para pensarlo. Su desarrollo lleva a comprender el fenómeno de la rivalidad humana y de lo que popularmente se denominan relaciones tóxicas: esas relaciones que no soltamos y que nos hacen daño. Entramos en relaciones y actuamos de modo proactivo de modo que se torna beneficiosa para ambos. Sin embargo cuando entramos en espirales de acción-reacción, las relaciones se convierten en máquinas destructivas. Repetimos el comportamiento dañino que vemos realizar a esa otra persona, reaccionamos de modos infantiles a provocaciones actuando de modos que son dañinos para nosotros mismos.

Por tanto, con la teoría de la mimesis, podemos tener una herramienta para entender los conflictos, no olvidemos que tenemos la envidia y la culpa dentro de la dotación de sentimientos sociales que traspasan las fronteras de las culturas.
“La rivalidad está siempre conectada con el deseo: porque deseo la misma cosa que el otro y niego su afirmación de ser el origen de ese deseo. Le convierto en mi rival y según esa rivalidad toma forma, soy llevado a desear todo lo demás que él desea y a intentar quitárselo. De este modo deseo y conflicto realizan una escalada”.
“Cuando la rivalidad se incrementa hasta el punto en que el sujeto yo no está interesado en nada más que en la rivalidad misma, hemos entrado en el terreno de la psicopatología”. “Nuestro fracaso en comprender nuestro mimetismo nos condena a permanecer perpetuamente ligados a los mismos modelos destructivos y a llegar a ser extraños a nosotros mismos y para esos a quienes amamos”. “En vez de permitir la subyacente y siempre cambiante otredad que inevitablemente nos permite fluir libremente, permanecemos fijos a los mismos modelos imposibles y no nos permite avanzar más hacia los demás con los que seríamos capaces de modelarnos de un modo benigno”.

Espero que te hay gustado la aportación que desde mi punto de vista todavía debo madurar, y desde luego me gustaría conocer tu opinión y tus comentarios.

Las emociones en acción después de los ataques en París.

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Quiero seguir utilizando algunas ideas de Sigmund Freud (Psicología de las masas, Alianza Editorial 2008), para analizar los fenómenos de masas que se están produciendo alrededor del terrorismo en París tanto este último mes de noviembre como antes en enero con los asesinatos de Charlie Hebdo. Aunque esta entrada va a ser más emocional, utilizando como herramienta de análisis la pirámide de las necesidades de A. Maslow.

La manera de actuar de las autoridades y señaladamente del presidente Hollande que ha corrido a ponerse de líder de la masa, ha sido primero, ante al miedo, dar seguridad a la multitud y para ello se ha sacado el ejército a la calle y se han tomado muchas medidas que la gente ha aceptado de buen grado a pesar de que eliminan muchos derechos. La seguridad que aplaca el miedo es preferible a los derechos. Incluso se ha eliminado el derecho de habeas corpus que es la semilla jurídica que desde la Edad Media inglesa va a ir originando los derechos humanos y ya se puede detener a alguien que no ha cometido un delito de forma preventiva y se han ampliado los plazos de detención. En lo que llevamos de siglo XXI hemos visto con bastante frecuencia este fenómeno de la detención preventiva, que considera antes al individuo como enemigo que como persona sujeto de derechos, baste pensar en Guantánamo y en el Estado de Israel en Palestina.

En la pirámide de Maslow la necesidad de seguridad está por debajo de la necesidad de logro. Estar seguro se busca antes que la capacidad de acción que permite obtener logros. Y se han cerrado carreteras, prohibido partidos de futbol, etc., se detiene a personas apoyados en las páginas que frecuenta en internet, etc. La seguridad es la palabra clave que lo justifica todo. La necesidad de seguridad es detectada por el miedo. Lo que el miedo señala es todo aquello conectado con las necesidades de la propia vida. Evidentemente el primer bien es la vida misma y después el lugar donde se vive. El miedo es una emoción que se activa en círculos concéntricos, incrementándose progresivamente hacia el centro.

Por ello, después de obtener la seguridad en el propio territorio, la misma necesidad de seguridad impulsa a ampliar el círculo de seguridad y a las pocas horas de los atentados, Francia ya estaba atacando por aire al “enemigo”. El ataque es una de las respuestas que produce el miedo. Como se trata de seguridad, dan exactamente igual las personas inocentes que mueran, no van a ser recogidas por la opinión pública con el foco mental hacia el enemigo. Solo importa el hecho de atacar a alguien a quien se señala como enemigo. Ese hecho que proporciona seguridad es lo que importa. En la guerra de Irak al final resultó que ese “enemigo” no tenía nada que ver con el ataque del 11-S, que incluso era contario a él. Pero eso después del ataque importa ya poco. Ahora dan lo mismo las atrocidades que haya cometido Al Assad, se perdonan con tal de atacar al “enemigo” señalado.

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Además de miedo hay pérdida. La pérdida entendida como definitiva activa la tristeza. Y hay mucha tristeza después de los atentados. Se lloran las víctimas y es preciso recordarla. Pero también hay otra pérdida: la pérdida de la seguridad de la propia patria. Además del miedo del que ya he hablado, esta pérdida genera enfado. El enfado es la emoción que surge cuando el sistema emocional considera que una pérdida es recuperable. Evidentemente después de los atentados hay enfado que busca recuperar lo perdido, la propia seguridad. Este enfado es sano, ya que se dirige a recuperar algo que se considera propio y sobre lo que se aposentaba la propia seguridad.

Pero también, atacar al “enemigo” como reacción, satisface en alguna medida la venganza. El sentimiento de venganza lo produce el dolor de la pérdida, un dolor no resuelto que pide el daño del otro, la venganza pertenece a la familia emocional del enfado como emoción básica y de ahí saca toda su energía y se dirige contra el causante, real o presunto, de la pérdida. Por ser un sentimiento y no una emoción, necesita una cierta elaboración, no es espontáneo como el miedo, y busca tapar el dolor de la pérdida que resulta insoportable en la interioridad. La pérdida duele tanto que la tapamos para no pensar en ella o para hacerla más soportable. Es sentimiento secundario, es decir no apunta a satisfacer necesidad alguna. No tiene que ver con la seguridad, ya que la venganza se realiza desde la seguridad. Más bien al tapar el dolor, encubre una necesidad primaria que habría que satisfacer y que no se quiere reconocer. La necesidad que hay que satisfacer tiene que ver con la emoción tristeza y es la elaboración de la pérdida sufrida.

Mientras el terror está presente es muy difícil llegar a elaborar la pérdida. En el caso de Francia es una pérdida producida por hijos de la nación y significa una reelaboración de las pertenencias, de las filiaciones. Como hemos señalado unos de los sentimientos del contagio por simpatía producido por los atentados es precisamente el sentimiento de pertenencia: es la patria francesa la que ha sido atacada.

Mientras que el miedo ocupa toda la percepción, no cabe reelaborar las pertenencias y solo es posible la definición neta y clara de amigos y enemigos. El miedo enfoca la atención en el peligro, tiene un efecto como de anteojeras apuntando al peligro percibido. En este caso se señala como enemigos explícitamente a una minoría “radicalizada”. Pero resulta obvio que si señala una minoría es que hay una “mayoría”. Esa mayoría son los musulmanes residentes y muchos ya nacidos en Francia, unos cuatro millones, a los que hay que sumar los del resto de la Unión Europea. Reelaborar toda esta situación de pertenencias sería elaborar la pérdida, porque efectivamente esa minoría perteneciente a una mayoría rechaza de plano la vida social, política y económica de Francia y de la UE.

Además habría que sumar el efecto de las acciones de Francia en Oriente medio. El conjunto es francamente algo complicado de asimilar. Al calor del terror se corta por en medio con los matices, que no importan. Importa el nosotros y el ellos (no hay un vosotros) y tomar medidas de seguridad y de venganza. Comienza la guerra de venganza ocultada por motivos de seguridad que lo va a tapar todo.

La persona, ser político: ¿qué justifica la autoridad?

La política es el lugar de la decisión sobre la sociedad humana, sobre las grandes o pequeñas reuniones humanas que se constituyen en unidad. Es por tanto el lugar de la concepción de la sociedad, de su organización y de su administración, es el lugar de la autoridad. La autoridad en una comunidad es algo que nos encontramos dado, debemos obedecer a multitud de normas y nuestro encuentro con estas hace surgir en nosotros variedad de emociones. El punto central es la aceptación de la autoridad que nos impone esas normas. ¿Qué justifica la autoridad y el poder?

Leia y Darth Vader/Menchu Gamero

Leia y Darth Vader/Menchu Gamero

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El enamoramiento (4): El papel de la soledad o la carencia

El enamoramiento está integrado por dos sentimientos: la admiración y el  encantamiento (Ortega, Estudios sobre el amor). Estos sentimientos necesitan, para poder nacer, que la persona posea intimidad, esto es, el espacio interior de la persona creado por  la soledad; o si se prefiere, por el mundo de expectativas que se forma primero en la adolescencia y, más adelante, cada vez que la soledad se hace hueco en la vida. Para que cualquier tipo de enamoramiento sea posible, la soledad tiene que abrir el espacio interior necesario. Una persona satisfecha, llena, no puede enamorarse: hay que estar abierto, tener un lugar donde recibir al otro. Además, el posible enamoramiento está fuertemente condicionado por el modo como se ha configurado ese espacio interior. A esta peculiar22973154_s situación personal la llamo predisposición fundamental (Viladrich), porque pienso que la libertad tiene ahí un papel importante, no siempre bien comprendido. En cualquier caso la predisposición fundamental es la situación psíquica que de modo paradigmático se dibuja en la adolescencia.

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Sensaciones y emociones

Me gustaría hacer una entrada aclarando la distinción entre sensaciones y emociones ya que muchas veces descubro que, en lo que se escribe sobre Inteligencia Emocional, se confunden ambos términos. Entender la diferencia desde luego es una clave para la 20629270_santropología emocional. El término sentimientos se relaciona y se sitúa al nivel de las emociones. En la distinción que se establece en esta entrada se puede igualar a emociones.

Sensaciones se refiere a información proporcionada por los sentidos. Recibimos montones de sensaciones por hora, en cada momento tenemos más sensaciones de las que podemos procesar conscientemente. Por ejemplo en este momento yo, en la habitación en la que estoy, veo el rojo de una cartera, una puerta abierta, detrás una cortina con dibujos de flores en marrón, un reloj de diseño atrevido, tengo algo de calor, oigo a una compañera pasando páginas, mis piernas están cruzadas y un pie se agarra a la pata de la mesa (siento la presión de la pata de la mesa en mi tobillo), etc., etc., … vamos que precisamente al detenerme y dirigir la atención a todo lo que aparece en mi consciencia, aparecen muchas sensaciones diversas, muchas más de las que yo estaba teniendo presentes en mi conciencia.

Bueno para ser precisos, muchas de las sensaciones indicadas van acompañadas de interpretación, que procede de la experiencia. Por ejemplo, oigo una persona pasando páginas. La sensación es el sonido de las páginas, asignar ese sonido a páginas de un libro que se mueven es un trabajo de interpretación que hace el cerebro. La sensación queda integrada así por una percepción sensorial y una asignación cognitiva.

Algunos estudios dicen que llegamos a tener en un momento determinado cerca de 100 sensaciones, pero que conscientes son en cada momento, alrededor de 8-10 en las mujeres y de 4-6 en los hombres. La mayor parte de ellas nos pasan desapercibidas, quedan detrás del umbral de atención, por eso precisamente, cuando pongo atención, empiezan a aparecer en tropel.

Emoción, por su parte, sería la respuesta interna que valora la situación de un conjunto de sensaciones que agrupamos. La medida de esa valoración son las necesidades de la persona que las percibe, o con más precisión, del ser biológico-emocional-racional que somos cada uno de nosotros. Las necesidades son indicadas por el sistema emocional. Es decir la valoración de las sensaciones se hace poniéndolas en contacto con las necesidades. Ese es con precisión el trabajo del sistema emocional.

Ojo las emociones tienen una parte cognitiva: la valoración y una somática: preparan para la actividad necesaria para obtener esa necesidad que acaban de valorar que existe. Ambas partes se dan a la vez y no son separables. Es decir la emoción prepara (motiva) a una conducta. Ojo solo prepara, ya que de modo general (excepto en casos especiales) emoción y conducta no van ligadas, son separables, una emoción puede dar lugar a varias conductas, o una emoción puede no recibir la respuesta de una conducta. En cualquier caso hasta que la necesidad sea satisfecha la emoción se almacena somáticamente. Por ejemplo, almacenamos los enfados (en un órgano diana: el hígado, el colon) hasta que los resolvemos.

La función de dar la respuesta adecuada para llenar la necesidad que la emoción indica es del sistema racional: la razón busca los medios y el mejor modo para satisfacer esa necesidad que sentimos. La conexión del sistema racional y emocional no es sencilla y esta función es muchas veces deficiente. Pero esto se nos va del tema y no hace falta extenderse ahora.

Por ejemplo, entre las sensaciones que he indicado más arriba estaba que sentía calor. El sistema emocional puede indicarme que estoy ya incómodo (incómodo = valoración emocional) y que necesito quitarme el jersey, en realidad la necesidad es bajar la temperatura. Este es un ejemplo que se refiere a las necesidades básicas, el nivel inferior de la pirámide de Maslow, nivel que está constantemente en actividad. Por ejemplo, la sensación de la pierna tocando a la pata de la mesa, también me ha generado incomodidad y a partir de esa valoración he cambiado la posición.

Entonces la relación entre sensaciones y emociones es la siguiente: una sensación o grupo de ellas provoca que salte una valoración de conjunto: estoy incómodo, hay que moverse. Esto quiere decir que si quiero cambiar una emoción (una valoración) puedo cambiar las sensaciones que percibo y lógicamente la valoración es diferente. Pero esto solo antes de producirse la emoción, y no funciona con las emociones que ya tenemos, una vez producida la emoción ahí está, esperando a ser solucionada.

Sensaciones y emociones van muy ligadas, pero es importante tener en cuenta que no son los mismo. Una sensación se puede cambiar por otra, una emoción no. La emoción que presuntamente se ha sustituido, si es importante, quedará por ahí almacenada, esperando, enturbiando nuestro horizonte emocional.