Es sabido que la etimología de la palabra persona proviene del latín per-sonare, hacer
sonar a través y significa máscara, refiriéndose a las antiguas máscaras del teatro
griego y romano, que actuaban como un altavoz para los actores, o si se prefiere como
un megáfono. Esto se evidencia en la grande boca, tipo bocina, que poseen. Cada
máscara definía un personaje. Cambiarse de máscara es cambiar de personaje.
Me resulta curioso porque la idea que tenemos de ser persona es precisamente
contraria: persona es lo permanente en cada uno, lo que permanece, lo que nos define
en lo que somos. Cuando queremos hablar de quien somos, cuando queremos hablar
de dignidad, de esencia preciosa, acudimos al término persona.
Pero no es tan extraño si nos damos cuenta de que nosotros también presentamos
facetas diferentes, diversas configuraciones en cada momento y que vamos cambiando
a lo largo de la vida, de tal modo que se puede decir de algún modo que no somos a
misma persona que hace años, no digamos muchos años. Tenemos diversas máscaras
en la misma persona.
Primero las configuraciones diversas, si tenemos un trabajo, por ejemplo, profesor o
docente, presentamos a nuestros alumnos una “máscara”, un rol, que no nos define
enteramente, tenemos aparte una vida personal. Y si en esa vida personal somos
padre o madre, presentamos también para nuestros hijos una configuración, que no
presentamos a otras personas, desde luego no es la misma que para nuestra pareja.
No solo hay una vida profesional y una máscara profesional y otra personal, sino que
en cada una de ella puede haber varias: no somos la misma persona ante los jefes y
ante los compañeros, y tampoco somos los mismos si tenemos subordinados, cuando
estamos ante ellos.
Y si esto lo hacemos a lo largo del tiempo, los cambios pueden ser enormes, de modo
que nos cueste reconocer la persona que éramos por ejemplo en la universidad, o en
el Instituto o escuela, con la persona que somos diez, quince o treinta años después.
El órgano de identidad personal es la memoria. La memoria es la que nos hace
recordar quiénes somos a través de recordar quién hemos sido, los pasos que hemos
dado y porqué los hemos dado. Sin la memoria no podríamos unificarnos y a veces esa
unificación es compleja debido a la profundidad de los cambios dados, de modo que
quizá no somos la misma persona porque hemos roto la continuidad que constituye a
persona. Se han roto los propios valores, este sería el punto más claro, teniendo en
cuenta que los valores son las elecciones prioritarias que marca nuestro sistema
emocional, o también se ha quebrado nuestra identidad, como se hace por ejemplo en
un caso de torturas, que buscan precisamente eso quebrar a la persona, romper su
identidad, su continuidad.
Hay una dinámica que utilizo desde hace tiempo para trabajar la autenticidad y que
consiste en formar parejas con los asistentes y uno contesta, mientras que el otro
sencillamente pregunta siempre lo mismo: ¿tú quién eres? Lo pregunta y espera que el
otro responda, y cada vez va respondiendo temas diversos: soy ingeniero… luego, soy
padre y… luego soy deportista… Normalmente se va bajando como atravesando
diversas capas de una cebolla para ir hacia el centro, hacia elementos más esenciales
precisamente conectados con los propios valores. Pero el centro no se termina de
alcanzar nunca, siempre hay una capa más y además, como en las cebollas, las capas
constituyen la persona, ninguna respuesta es eliminable.
Quizá solo he contribuido a tu desconcierto ante lo que significa ser persona, pero
serlo es algo siempre inacabado y una unificación de los cambios, que necesariamente
se dan, porque estar vivo es cambiar adaptándose. Luego nuestro equilibrio es siempre
ese, ser alguien que pasa por los cambios, manteniendo lo que somos, manteniendo
los propios valores con máscaras diferentes.
Espero tus comentarios y si estás de acuerdo con las diversas máscaras de la vida, una
persona con diversos personajes o te parece que siempre tenemos la misma, una única
persona que se mantiene.