Las emociones desadaptativas al salir de una secta o grupo manipulativo: miedo y culpa

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Es evidente que quienes salen de una secta o hablando más ampliamente de un grupo manipulativo, y quizá también de grupos muy cerrados, necesitan un proceso para asimilar personal y emocionalmente esa salida.

Con mi experiencia en esos grupos he llegado a la conclusión de que hay dos emociones desadaptativas predominantes que obstaculizan la salida: el miedo y la culpa.

Desadaptativa quiere decir que es una emoción que pertenece al pasado. Las emociones tienen la función de servirnos de guía, evidentemente en el presente. Pero hay emociones almacenadas, viejas, y con ese sabor de lo viejo que influyen en nuestro presente a pesar de que responden a situaciones y necesidades del pasado, y que por tanto ya no se dan en nuestro momento actual.

En primer lugar el miedo. El miedo es una emoción que nos avisa cuando hay carencias en nuestra necesidad de seguridad. Por decirlo en breve, indica cuando aparece un peligro. El miedo tiende a establecer como una barrera para que no la traspasemos, una demarcación de la zona de seguridad. Sin embargo para que un miedo sea útil, debe ser un peligro para nosotros y en el momento actual, no olvidemos que las emociones están personalizadas. Por lo tanto surgen problemas con los miedos antiguos que ya no nos protegen de peligro alguno.

El paso por un grupo muy cerrado produce multitud de miedos: a la autoridad, a las autoridades del grupo, por ejemplo si es religioso, a Dios, a incumplir las normas, miedo a decir lo que realmente pensamos, acostumbrados a decir la verdad oficial del grupo, miedo a defraudar a la familia, ya que muchos de esos grupos actúan con familias enteras, al peligroso mundo externo, al sexo, a las relaciones con personas consideradas sin moral, etc. Esto es un efecto de los grupos; en todos los grupos las personas tienden a ceder autoridad al grupo y a renunciar a libertades. La apertura del grupo permite los contrastes y que la persona pueda darse cuenta y decidir sobre los propios peligros.

En los grupos cerrados se convierte en un problema grave, ya que esos miedos se han ido interiorizando todo el tiempo que la persona ha pasado en el grupo, cristalizando en su interior de tal modo que la persona ve el mundo desde los miedos, sin llegar a darse cuenta de que efectivamente son miedos. Para percibir el miedo hay que afrontarlo, si durante mucho tiempo se ha vivido dentro de los límites, no se perciben los miedos, se ha perdido la sensibilidad, aunque se vive enteramente dentro de sus barreras.

La dificultad para quienes salen tiene tres pasos, primero darse cuenta de que vive en el miedo aunque no lo estén percibiendo, segundo ir afrontando esos miedos uno a uno, tercero decidir cuáles de esos miedos son buenos, en el momento actual y cuáles no. Decidir sobre la realidad de los miedos es lo que decide sobre la realidad que vive cada persona, su mundo. Esta tercera tarea produce a su vez mucho miedo, porque significa precisamente abrogarse la autoridad personal de decidir sobre uno mismo, sobre los propios límites, función clave de la libertad que se había entregado enteramente dentro del grupo cerrado.

Por su parte la culpa es ya en sí misma una emoción desadaptativa, ya que es una emoción secundaria. Secundaria significa que tapa una emoción primaria que es la que realmente apunta a nuestra necesidad. La culpa no responde a la situación actual, nunca es una adecuada línea de conducta para el ahora. La culpa es un sentimiento de enfado con nosotros mismos por algo que hicimos en el pasado y que no nos parece adecuado a nuestra imagen personal. Eso que hemos hecho en el pasado puede estar relacionado con el hecho de dejar el grupo cerrado y que entendemos relacionado con Dios o con nuestra palabra o compromiso personal.

Algo no adecuado a nuestra imagen es emocionalmente vergüenza. Luego la culpa es un enfado con nosotros mismos que tapa una vergüenza. La vergüenza es un miedo, miedo a habernos pasado de la raya, a hacer algo deshonroso, a haber ido más allá de lo que es adecuado según la imagen que tenemos de nosotros mismos.

Luego hay una vergüenza tapada por la culpa, una vergüenza que se agazapa allá en nuestro fondo a la que es difícil llegar. Además esa vergüenza primaria, dentro de la culpa, es ya en si misma una emoción desadaptativa. Corresponde al pasado, a lo que era digno u honroso dentro de la secta o grupo cerrado. La culpa es como una lacra que el grupo cerrado lanza a quienes lo dejan, el modo como los marca para que sigan llevando a la secta dentro, para que no puedan dejar de pertenecer a ella, aunque se hayan ido.

Para superar la culpa hay que hacer un trabajo que es personal. Primero aceptar la existencia de la culpa. Segundo, descubrir la vergüenza que está tapando la culpa. Una vez descubierta la vergüenza, trabajar para llegar al convencimiento de que ese acto indigno, no es indigno, sino adecuado a nuestra imagen. Es un trabajo profundo porque implica el reajuste de algunos valores a los que hemos dado mucha importancia durante tiempo, pero nuestra experiencia nos ha llevado a darnos cuenta de que no lo eran tanto, o en realidad nunca lo han sido para nosotros, era solo material espureo que la secta había introducido en nuestro ser. Confrontar experiencia real de la vida y valores es el camino para rehacer nuestro núcleo de valores de forma adecuada a nuestra experiencia, a nuestros sentimientos y sensibilidad.

Por poner un ejemplo concreto que ayude, si el grupo es religioso, significaría darse cuenta de que Dios está por encima de las instituciones y grupos humanos, que estos siempre tienen deficiencias y cometen errores y verdaderamente importante son las personas. Nosotros mismos somos lo importante para Dios y no la institución.

Es muy posible que nos demos cuenta que quien creo esa incompatibilidad ente el acto (irse del grupo cerrado) y nuestra dignidad no hemos sido nosotros, sino que nos ha sido inducido por alguien externo (multitud de charlas y actividades dentro del grupo en esa dirección) y que esa conexión es espurea.

Lo más seguro es buscar un apoyo, mucho mejor si es de un profesional, que nos ayude a realizar ese trabajo, que nos ayude a ajustar nuestra sensibilidad, nuestras experiencias y nuestro valores y de ese modo rehacer nuestro ser interno de un modo sano. Alguien que nos ayude a descubrir nuestra singularidad y nuestro valor como personas.

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