Von Balthasar ha escrito páginas preciosas sobre la sonrisa del niño. El niño es el contraste ente la ausencia de fuerza (incapacidad para la violencia) y la exigencia de respeto: exige respeto sin tener fuerza alguna para imponerse. Sin embargo una madre o un padre reconocen que la primera sonrisa de su hijo les gana absolutamente: están dispuestos a hacer cualquier cosa por él, a darle lo que necesite. Hay muchas realidades humanas detrás de esta observación. Entre otras esta: lo que percibimos es mucho más de lo que se nos dice con palabras, y el lenguaje corporal, la sonrisa, es mucho más profundo y dice mucho más que cualquier lenguaje estrictamente verbal.
Ser capaces de descubrir qué hay en la sonrisa del niño es la prueba de que nuestra percepción es adecuada. La percepción importante para la vida no es la percepción de la objetividad, la percepción de la objetividad no descubre en la sonrisa del niño más que lo obvio: una sonrisa. Pero la sonrisa del niño es mucho más, muchísimo más.
Para aclararse hay que pensar que el niño, cuando nace, es un cúmulo de necesidades y un sistema de emociones formándose con las vivencias, que no calibra ni siquiera la dimensión de su cuerpo, donde acaba él, donde empieza el mundo, que termina descubriendo, ¡oh sorpresa!, su pie y lo chupa. El niño se siente bien, esta alimentado, limpio, si llora acuden, etc. Su primera sonrisa significa algo muy importante: el niño identifica en el rostro de su madre la fuente del bien que recibe. La vida no es algo hostil, como oscuramente se presiente, porque existe esa fuente de bien que es su madre.
Dostoievski lo cuenta de la siguiente manera en su novela «El Idiota», por boca del protagonista, el príncipe Mishkin: «me topé con una campesina que llevaba en brazos a un niño de pocas semanas. La mujer era muy joven. De repente miró al niño con embeleso y se santiguó con mucha devoción. Yo, que siempre ando preguntando, le dije que por qué hacía eso: «Porque mi niño acaba de sonreírme por primera vez, y mi alegría es tan grande como la de Dios cuando un pecador se arrodilla ante Él y reza con todo su corazón»» (El idiota, parte II, cap.IV.). La madre ha descubierto un sentido a su existencia en esa sonrisa. Todos los sentimientos incluso los más sublimes de trascendencia se acumulan en la percepción de la madre.
La deducción neta es que la sonrisa es un acto físico, porque consiste en unos movimientos de músculos, emocional, porque expresa un sentimiento de satisfacción y también netamente espiritual, un perro nunca la haría, aunque tiene emociones, es un acto de reconocimiento, de inteligencia, pero a la vez es mucho más es un acto de agradecimiento y por eso de amor. La madre lo reconoce así, con un estremecimiento que la recorre entera, que va hasta lo más hondo de su ser, y por eso ya está pagada de todas las fatigas que le ha provocado el niño. Realmente ya estaba pagada por todos sus dolores, trabajos y preocupaciones, con el hecho de su existencia, pero ahora hay mucho más, hay reciprocidad; madre e hijo se reconocen, y por eso se entienden y se quieren.
Quiero incluir esta reflexión entre los temas de la meditación como un interrogatorio sobre cómo es nuestra mirada. Es una mirada objetiva, que solo capta lo obvio, o es una mirada que capta la esencia de las personas y lo que estas nos comunican con sus sentimientos y emociones, con su intimidad. La sonrisa es una comunicación centralmente emocional que conecta con las necesidades más profundas del ser humano, esas que Maslow sitúa en el 5º nivel, en la cima de su pirámide de las necesidades: la trascendencia, la necesidad de que nuestra vida tenga un sentido.
Esta mirada que descubre la intimidad personal, este descubrimiento de la sonrisa de un niño, de ese valor que se nos antoja superior a nuestra propia personal medida y que por tanto merece ser absolutamente respetado, es la base de las relaciones humanas. Si descubrimos la profundidad de la mirada del niño nuestras relaciones serán de un tipo, si no la descubrimos serán de otro. La sonrisa del niño pide el respeto para él y también, por eso, para todos los seres humanos.