Cadena Perpetua: ser persona o institucionalizarse

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Es una película del año 1994, que tuvo un éxito inmenso (7 nominaciones a los Oscar, 2  a los Globos de Oro) en mi opinión realmente merecido.  Film Affinity resumen así su argumento: Acusado (falsamente) del asesinato de su mujer, Andrew Dufresne (Tim Robbins), tras ser condenado a cadena perpetua, es enviado a la cárcel de Shawshank. Con el paso de los años conseguirá ganarse la confianza del director del centro y el respeto de sus compañeros de prisión, especialmente de Red (Morgan Freeman), el jefe de la mafia de los sobornos. El “falsamente”, que Film Affinity no recoge, es a mi entender la clave para entender al protagonista, el generador de su fuerza personal, que es inmensa. No merece la pena indicar más para dejar que si no has visto la película, algo que es difícil, la veas.

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Pudor sexual

Se puede definir el pudor sexual como pudor del cuerpo respecto a las partes y órganos que determinan el sexo. El vestido, en este caso, puede servir tanto para ocultarlos como para ponerlos en evidencia. El pudor no se identifica de manera sencilla con mayor vestido (aunque si hay una correlación), ni el impudor con la desnudez (tenemos el ej. de esas tribus de la zona tropical que llevan caracteres sexuales descubiertos, por motivo del clima, y el taparlas origina la reacción de una mayor atracción física).

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El hogar, objetivación de la intimidad

Siguiendo la entrada reciente sobre el hogar, podemos concluir que el hogar es la 200430349-001materialización de la intimidad, o si se prefiere, en la terminología de Hegel, la objetivación de la intimidad. En el hogar, en sus paredes, en cada uno de sus rincones, en su aspecto general, se materializa esa intimidad común que se constituye entre las personas que en él habitan y de acuerdo con el peso que cada uno tiene en esa convivencia. En esa materialización se objetiva su modo de enfocar su relación, la importancia que dan a los diversos aspectos de la vida que hacen en común, muchos aspectos afectivos y materiales.

Basta entrar en el salón de una casa, sin necesidad de que estén sus ocupantes, para saber qué tipo de hogar hay constituido: si hay libros en las estanterías del salón y que tipo libros hay, de quién y cuantas son las fotografías, qué tema y estilo tienen los cuadros, una foto del abuelo militar en destacado, que indica la importancia para los ocupantes, qué otros adornos hay, que orden hay en la casa y cómo es importante o no el orden para sus ocupantes. Si hay niños y cuanto peso tienen en la casa se nota en los juguetes que aparecen o no en el salón. Se pueden establecer tertulias en ese salón o todo gira alrededor de la televisión, etc., etc., montones y montones de detalles que reflejan cómo viven las personas. Los programas de la televisión ya han llegado a esta conclusión de que las casas objetivan vidas, y nos las muestran materializadas y nos muestran interiores de casas, mostradas por sus habitantes para ver diversos modos de vivir, de entender la existencia, de situaciones existenciales diferentes. Porque la casa, como ninguna otra cosa, revela la situación del ser, de lo que son, afectos, valores, etc., pero también el tener de sus habitantes, que capacidad material tienen y como han usado esa capacidad de tener para organizar sus vidas. Por tanto, a través de todos esos detalles vemos vidas, sus afectos, sus ilusiones, su modo de enfocar la vida, sus recuerdos, su pasado o la ausencia de ello, todo nos muestra el modo en que se concibe la vida y cómo se está afrontando, que se tiene y que se quiere.

También podemos descubrir si la casa, y la vida, es un lugar de paso, precario, a la espera London SE1. An armchair in a living roomde un nuevo cambio, o un lugar donde estamos instalados sólidamente, con fuertes raíces, si estamos apegados a los recuerdos de nuestra vida o los hemos eliminado, todo encuentra su expresión. Somos un espíritu material, que se materializa, que se expresa en esa materialización y hacemos constantemente, con cada cosa que hacemos. Esta es una característica del ser persona: la persona se objetiviza con su modo particular y peculiar de ser en cada cosa que hace.

Hasta el vagabundo sin hogar se hace con unos cartones, y arrastra esas pocas y precarias pertenencias en un carro de supermercado, necesita trasladarlas consigo, necesita un hogar que en este caso expresa toda la precariedad de su existencia. El hogar es algo natural al hombre, algo necesario en su expresión cultural, algo necesario para vida, tanto material como afectiva. Nuestros antepasados ya vivían en cuevas y las transformaban, las pintaban, las decoraban. Seguimos haciéndolo, seguimos necesitando nuestra cueva, aunque hayamos aprendido a hacerlas por todos lados.

200185009-001También esos detalles reflejan nuestra cultura, que también son afectos y modo de concebir la existencia, en este caso común. No son solo reflejo de individualidad, sino de eso común que compartimos, son cultura, son nuestras raíces como grupo humano, afectivo y que ha aprendido a relacionarse con el ambiente físico en el que vive, y lo ha reflejado en su modo de construir sus hogares. Incluso nuestro hogar refleja nuestra identificación o no con esa cultura que constituye nuestras raíces, o la mezcla de culturas refleja que la persona es inmigrante y trae su propia herencia y hasta qué medida está asimilando aquella en la que vive, o las ha integrado en un todo armonioso.

De modo similar al hogar el hombre y la mujer se objetivizan y personalizan, esta es la terminología actual para este fenómeno y es etimológicamente adecuada porque lo hacen por ser personas, todos los lugares que ocupan, en la medida que les resulta posible y eso hacen con su lugar de trabajo, con la habitación del hospital donde están durante largo tiempo, con la cárcel, etc. El hombre y la mujer llevan consigo como un fenómeno que se manifiesta siempre esta necesidad de objetivizarse, de humanizar, de personalizar, todos los lugares en los que están.

Las posiciones contrarias al acuerdo entre sentimientos y razón: el sentimentalismo

Desde este punto de vista sobre la intimidad que estamos exponiendo, la tan cacareada 15782171_soposición entre razón y sentimientos desaparece. Vivir en la intimidad necesita ese acuerdo entre cabeza y corazón, que se turba muchas veces, pero que a la larga hay que lograr para poder encontrarse de acuerdo con uno mismo. Hace falta conocerse, conocer las propias reacciones, etc. Unas veces la persona se apoya en la razón otras en los sentimientos; en realidad ambos, razón y sentimientos, se apoyan mutuamente en coherencia con la realidad. A largo plazo, aunque no sin dificultades, los sentimientos dan armónicamente el mundo al sujeto y este reacciona adecuadamente a las situaciones, dentro de lo que es posible, y para eso utiliza su razón.

Hay dos extremos que son dos enemigos de esta visión de la intimidad que vamos dando en las últimas entradas de este blog. Esos extremos son sentimentalismo (solo importan los sentimientos) y voluntarismo (solo importa la razón).  Por si es preciso puedo matizar lo de «solo importa» diciendo que tiene la primacía sin respetar al otro elemento. Es decir, el sentimentalismo no respeta la razón y el voluntarismo no tiene en cuenta los sentimientos.

El sentimentalismo es olvidar esta conexión de los sentimientos con la realidad y quedarse en sentir el sentimiento, es decir, quedarse simplemente en hacer surgir en mí el sentimiento sin preocuparse de si casa con la realidad o no. Evidentemente los sentimientos que se quieren sentir son sentimientos agradables. Los sentimientos desagradables se busca eliminarlos de la percepción, si se siente miedo o enfado u odio, se busca el modo de sentir otras cosas más agradables. Pero de este modo se pierde todo la función que emociones y sentimientos tienen, se elimina en realidad la función del sistema de evaluación de la realidad que son los sentimientos. Se llega a la contradicción de, por valorar tanto sentir, se acaba suprimiendo la función de los sentimientos y estos se quedan en sentir cosas agradables.

Esto es así, porque verdaderamente no se puede vivir sin sentimientos, sin al menos alguna emoción; el mundo pierde el color y se torna gris. En esa situación, para huir de la monotonía, la persona busca cualquier cosa que le suscite sentimientos agradables, sin preocuparse de si son reales o no. De este modo se pasa a vivir un mundo de utopía, de fantasía, como vivir el idilio de un famoso del corazón o conmoverse por una tragedia lejana. Pero, esas situaciones, por no pertenecer realmente al mundo propio, no se pueden incorporar a la propia vida. Son situaciones ficticias, que no comprometen, no dan contacto con la realidad. El sentimentalismo es sentimientos sin compromiso real, o en frase de E. Fromm: «sentimientos en estado de total desapego, pródigo en lágrimas y miserable en actos». Emociones y sentimientos no se acaban en sentirlos, sino en el compromiso de acción que conllevan, que está intrínsecamente unido a ellos. Incluso más, en la obtención de la necesidad que esa acción busca, los sentimientos no acaban hasta que nuestra acción no ha llenado la necesidad a la que apuntan. Sentimiento implica valoración e implicación con la realidad. El sentimentalismo olvida esto.

Nos vemos forzados a admitir que los sentimientos son nuestra forma de relación con el mundo exterior. Esto es central para la persona, su intimidad se va formando en un contacto con el exterior, por las relaciones que establece, tanto con personas como con cosas. No es superfluo traer aquí unas palabras de Martin Buber: «Si de toda la cacareada erótica de nuestros días se quitase cuanto hace relación al Yo, y en consecuencia toda relación en la cual uno no está en absoluto presente para el otro, en la cual no se ha hecho en modo alguno presente respecto de él, sino que sólo se goza a sí mismo en el otro, ¿qué quedaría, en efecto?». Retengamos la expresión clave: «solo se goza a sí mismo en el otro». Es decir, ha perdido la conexión con el otro y por tanto la realidad. Los sentimientos, que son un camino al otro, me lo pueden también cerrar y, entonces, no habría encuentro, no habría en realidad otro: el hombre se encierra en sí mismo, la soledad del hombre permanece. Este es, en mi opinión, uno de los problemas más agudos de nuestros días.

El sentimentalismo está presente en algunas corrientes hoy que solo aceptan los sentimientos llamados positivos y los que se consideran negativos se tiende sencillamente a suprimirlos o sustituirlos por otros. De este modo, como hemos apuntado y se puede comprender fácilmente, se ha desprovisto a los sentimientos de su función: apuntar a una necesidad. Un sentimiento desagradable, que no negativo, lo que hace es invitar a salir cuanto antes de la situación en que se encuentre la persona, precisamente por ello es desagradable. Por ejemplo el miedo indica, hablando muy genéricamente, un peligro y lo que hace el miedo es indicarnos ese peligro. Sustituir el miedo por otra emoción no elimina el peligro, sino la señal que nos lo indica.

Se perfectamente que el sistema emocional es más complejo que el sencillo ejemplo sobre el miedo que acabo de proponer y que por ejemplo hay emociones desadaptativas, es decir, que ya no están cumpliendo una función que si cumplían en el pasado. Esto obliga precisamente a buscar modificar esa emoción, por así decir a arreglarla, no a suprimirla. Es decir, poniendo de nuevo un ejemplo sencillo, alguna vez el piloto de la gasolina del coche no funciona y hay que arreglarlo, pero la mayor parte de las veces lo más cuerdo es echarle gasolina al coche. Esto no explica toda la complejidad a la que he aludido del sistema emocional, pero si me parece suficiente para explicar lo incorrecto del sentimentalismo: querer sentirse bien a toda costa, quitar las luces rojas que no nos gustan.