La esperanza recoge el futuro en el presente. No te lanza hacia el futuro, te lo da ahora. Por eso no siembra la inquietud, sino la paz. La paz es siempre presente, es gozar de lo que se tiene, en lo que se disfruta. Pero eso en el tiempo no es posible si no se posee el tiempo. La esperanza me da el tiempo, me concede todo el tiempo de mi vida para que yo lo goce ahora. En el ahora gozo todo el amor y todos los deleites del amor; no estoy intranquilo porque el momento pasa: la esperanza me ha dado ya el momento siguiente y el siguiente … mi amor está conmigo ahora, ya, … y todo el tiempo con él.
En el tiempo hay que vivir con la inquietud, convivir con ella: no se la puede matar. «Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti» ( Agustín de Hipona). La inquietud y la esperanza conviven. La esperanza es el ya, la inquietud el todavía no. La esperanza es la posesión, la inquietud la distancia. La esperanza invita a descansar y a gozar, a poseer; la inquietud a buscar, a no detenerse, a continuar. La esperanza nos dice: » La Belleza infinita te quiere, te acoge». La inquietud nos dice: » La Belleza infinita es más, la Belleza infinita es más, la Belleza infinita es más … en tu corazón cabe más». Cuando el corazón se detiene, se muere. Tenemos la esperanza, pero no podemos vivir en la esperanza sola. Sólo podemos vivir en la esperanza si no matamos la inquietud. La esperanza misma se alimenta de la inquietud: «no te detengas nunca, hay más».
Con la esperanza la inquietud no es desasosiego, es búsqueda en la paz. Sin esperanza no podemos soportar la inquietud; por eso sin esperanza no se puede vivir. La inquietud sola es destructiva, no lleva a ninguna parte. Sin esperanza la inquietud conduce al camino del exceso: el corazón pierde su centro, su equilibrio inestable entre esperanza e inquietud y se desboca a la búsqueda de algo que le llene; piensa: «sólo el exceso me puede llenar» … y tiene razón, el corazón sólo se llena con el exceso, con algo que sea inconmensurable. Pero sin esperanza lo que sucede es que el corazón se lanza a beber cualquier cosa que brille, que le llene un poco, y lo multiplica, y lo multiplica, porque un poco nunca basta.
Sin esperanza el final de la inquietud es siempre la soledad. Sólo con esperanza se supera la soledad. La soledad es el monstruo negro al final del túnel del exceso; lo recorremos tan rápido, devorando todo, que nos quedamos solos. La soledad es negra: no vemos a nadie y por eso tampoco nos vemos a nosotros mismos.
Para impedir ese desequilibrio, hay una inquietud que hay que matar en el corazón. Esto nos cuesta mucho. El corazón somos nosotros, y nosotros sólo queremos vivir, estamos hechos para vivir y para gozar, no para matar, esto lo sabemos; aún más, somos vida, en nuestro centro somos vida y nos cuesta aceptar que también hay muerte.
La inquietud que hay que matar es la que lleva a vivir en el futuro, la que nos impide vivir en el presente. La inquietud que hay que matar tiene nombre de ambición y de conquista. No toda la ambición es muerte: el corazón es ambicioso, la vida es ambiciosa. Es la ambición que lleva a la conquista la que engendra muerte, la ambición que considera que sólo con la conquista podemos vivir, que tenemos que someter el mundo, poner a muchos y a todo a nuestros pies. Eso nos hace vivir en el futuro -¡someteremos!-, porque nunca se realiza en el presente, ¡nunca! Nunca en el presente la conquista es suficiente, e incluso normalmente es inexistente y soñamos: «yo, cuando … entonces …» Todo falso, con la consecuencia deletérea de que ya no podemos vivir en el presente. Si no vivimos en el presente no vivimos. Sólo se puede vivir en el presente. La ambición que lleva a la conquista mata nuestra vida y, por eso, tenemos que matarla a ella.
Hay que renunciar a arreglar el mundo e instalarnos en él cuando esté arreglado. Hay que vivirlo tal como es. A veces vemos la conquista como arreglo: ese es el ideal del independiente. El independiente, el solitario, el que no comunica la esencia de su ser, sólo concibe como ideal la conquista y arreglarlo todo con su propia y omnímoda voluntad: todo el mundo arreglado, pero por mí… y otra vez a vivir en el futuro, mejor nos trasladamos al futuro, porque ahora en el presente estamos arreglando bien poco… y otra vez, por el futuro, perdemos el presente y nuestra vida. Sólo si vivimos el presente podemos poseer el futuro. Sólo abrimos el tiempo cuando poseemos el tiempo ahora. Sólo en el ahora arreglamos el mundo.