(Las primeras entradas sobre pareja están en el blog de Educación Emocional, desde que comencé este blog de Antropología Emocional he visto que las entradas sobre pareja y sexualidad encajan mejor en este, así que a partir de ahora he decidido publicarlas aquí y dejar Educación Emocional para su finalidad que es muy concreta).
Ya he hablado en una reciente entrada (http://wp.me/p2KddV-iP) que la relación de la pareja se establece sobre 3 ejes: identidad, vínculo y deseo. Los 3 son necesarios y los 3 deben estar presentes en una pareja para que esta sea funcional. En esta entrada me voy a centrar en el deseo.
El deseo es lo que especifica la relación de pareja. En todas las relaciones que establecemos de un modo u otro aparecen los ejes de la identidad y del vínculo. El deseo aparece solo en las relaciones de pareja, es decir en aquellas en que buscamos un partner sexual. La dimensión del deseo aparece cuando cada uno de los miembros de la pareja está interesado, le gusta y se siente atraído por el otro. La reciprocidad en estos sentimientos vincula fuertemente a la pareja y la establece realmente como tal pareja sexual. Ojo, es la reciprocidad la que lo establece, porque puede haber relaciones en las que el deseo existe solo en uno de los miembros y entonces no estamos ante una relación de pareja sexual.
En estos casos, el eje del deseo se sitúa en el centro de la relación y desde ahí recoge y expresa todos los matices de la relación tal y como está establecida. Esto quiere decir que todo lo que les sucede a los dos integrantes de la relación de pareja sexual afecta o puede afectar a su deseo y a su modo de establecer la relación sexual.
La relación sexual es tremendamente moldeable y por ello es sensible a lo que sucede externamente a ella. Por ejemplo la confianza, la seguridad de cada uno de los miembros de la pareja en el otro se refleja especialmente en la capacidad de expresar sus sentimientos y deseos con respecto al sexo. Cualquier quiebra de la confianza va a afectar a la comunicación verbal entre ambos.
Por el contrario la capacidad de decirse lo que quieren y lo que les gusta en el terreno sexual va a ser una muy buena medida de una sólida confianza subyacente. Esto sucede así porque en el centro de nuestra intimidad, los sentimientos que más nos cuesta expresar son los que se refieren a nuestro deseo sexual. Expresarlos con confianza, sin miedo, indica precisamente que en la pareja han caído las barreras y que realmente están desnudos uno frente al otro. Por todo esto la comunicación verbal del propio deseo dentro de la pareja es un elemento clave para el progreso de la relación.
Hay que darse cuenta que el desnudo en el ser humano, antes y más que físico, es un desnudo que tiene muchas dimensiones simbólicas y que expresa la mayor indefensión ante el otro, más que indefensión es que se han quitado todas las barreras y se está inerme ante el otro, algo que evidentemente necesita mucha confianza mutua. Esa confianza significa la caída de toda vergüenza entre ambos miembros de la pareja, una absorción del pudor. No hay pudor porque a este nivel de confianza no hay miedo alguno entre ambos. Es este desnudo el que posibilita y abre la relación de un modo que ninguna otra dimensión humana obtiene. El lenguaje corporal se convierte en un vehículo privilegiado de la comunicación entre ambos.
En otros casos o en niveles aún poco desarrollados de la relación, el deseo se establece como territorio de evaluación del estado de la relación, y también como campo de gratificación individual. Ambos aspectos son individualistas y pierden los elementos relacionales que vinculan con el otro. En primer caso, utilizar el sexo como evaluación de la situación de la relación, saca a quien lo realiza de la relación en sí misma. La relación sexual por si misma solo puede disfrutarse. Diciéndolo en modo sintético, el evaluar objetiviza y para objetivizar hay que salirse fuera, convertirse en observador y con eso se sale del disfrute que nos exige estar en el aquí y ahora.
Con respecto al segundo caso, la gratificación individualista, en una pareja sexual que ha madurado resultan importantes tanto la gratificación propia como la del otro, y se vive con aceptación las situaciones en que el disfrute pueda no darse. Es decir importa tanto el disfrute propio como que el otro también consiga su disfrute, por lo que se valora que haya un disfrute conjunto.
Además en la expresión de la sexualidad intervienen todas las barreras sociales, la educación recibida, lo aprendido, las creencias. Lo sexual es plástico y se va a plegar a los límites que le pongamos. El problema de estas barreras es que muchas veces no son conscientes y dan por sentado que las relaciones se tienen que dar de un cierto modo, lo que quita el foco de atención de la otra persona para ponerlo en ese control de hacer lo conveniente, lo que creemos que hay que hacer. Esto nos introduce de nuevo por caminos de objetivación, que se llevan mal, como he señalado ya, con el disfrute, que necesita vivir en el aquí y ahora.
Por esta necesidad de vivirse en el aquí y ahora, nada como la sexualidad se encuentra fuera de la obligación, de la rutina. La atracción funciona por el deseo, por el disfrute. Por obligación el sexo no funciona. Esto de algún modo nos obliga a ser de un modo muy profundo nosotros mismos, quienes somos, lo que sentimos, a seguir a nuestra sensibilidad.
Por todo lo indicado la relación sexual no tiene límites por sí misma, sino por quienes son cada uno de la pareja. Por ello cada pareja configura este centro de su relación de modo original y no hay dos parejas iguales. Esta es la clave: conectar cada uno con su ser más profundo y aprender a expresarlo, aceptando a su vez al otro con su propio y diferente deseo, con sus propios y diferentes sentimientos. Si se consigue esta comunicación la relación de la pareja se hará sólida y cada uno encontrará un terreno donde realmente sentir lo más profundo que un ser humano puede sentir, sentirse amado.
El amor es el sentimiento que resulta del establecimiento de los 3 ejes que hemos indicado configuran la relación de pareja: reconocimiento de la identidad, vinculación afectiva y atracción mutua. Cuando los 3 funcionan y maduran el resultado es directamente detectado por el sistema emocional: felicidad.