Precisamente por ser una manifestación del espíritu, el adorno es también una manifestación del espíritu colectivo. El adorno es un rasgo que sirve para identificar las culturas. Estas suelen tener un estilo, un modo de adornar característico que las identifica rápidamente. Basta pensar en las cerámicas primitivas, que por dibujo, forma, etc., identifican al pueblo que las hacen. Por ello somos capaces de reconocer una cultura: de algún modo captamos ese espíritu que la caracteriza en todas las manifestaciones de esa cultura.
El adorno identifica también dentro de una cultura las épocas, las generaciones. Por ello hablamos del estilo de los ochenta, o del estilo de los sesentas. Cada época está marcada por un tipo de adorno, una forma de vestir, de adornar las casas, las calles. De este modo adorno y tiempo están relacionados.
El adorno identifica la cultura y la cultura se refleja en el adorno, es decir deja en el adorno la huella de los valores que contiene, de su visión de la vida, del mundo, de la naturaleza. Es justamente observando la ornamentación como podemos saber lo que pensaban muchas culturas primitivas, el hecho de que reflejen ornamentación vegetal o escenas de guerra o, etc., nos indica cuales eran sus centros de interés, si el pueblo era pacífico o guerrero, agricultor o cazador, etc. Ante la grandiosidad de las pirámides de los faraones, algunas construidas ya hace 4.500 años, con su fascinante mole geométrica, para darse cuenta de que era una civilización volcada en procurar la inmortalidad a su jefe y caudillo. No hay símbolo más evidente de una creencia en la permanencia, que esa inmensa mole compacta de piedra apuntando al cielo.
A su vez el adorno de cada cultura y de cada época influye en las personas que lo viven. Los valores que refleja van a ser de modo natural los valores de quienes han vivido en ese ambiente, les van a parecer algo tan natural que sin contraste no van a saber ni siquiera que viven de un modo peculiar. Vivimos impregnados del adorno que nos rodea. Salir de ese ambiente necesita una postura decididamente crítica y un gran impulso. Lo más habitual en la historia ha sido vivir dentro de una cultura y de unos valores hechos adornos en paredes y edificios, en objetos y casas, en templos y vajillas, de modo que cada persona asimila los significados, esa forma de ver el mundo desde su nacimiento.
Para rechazar una cultura y sus valores hay que tener ya otra dispuesta. Muchas de las revoluciones empiezan en el arte. Una visión nueva del mundo comienza cuando el barroco retuerce las líneas rectas del renacimiento. El mundo ordenado y lleno de reglas áureas del renacimiento desaparece en la crispación del barroco que refleja el desacuerdo religioso y la intolerancia con las ideas del otro, un mundo con el horizonte de la muerte.
De este modo el adorno es el espíritu encarnado de cada cultura, eso que la permite hacerse material y por tanto real. Y el adorno marca de este modo al hombre que justamente nace y vive y se alimenta de esa conjunción de significado y materia. Desde el punto de vista de la cultura el adorno es por tanto un fenómeno social y constituyente de la sociedad humana.